Lun 08.10.2012
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TEATRO › EL FENóMENO DE LOS SUPERHéROES CALA EN TODOS LOS LENGUAJES, NO TANTO EN LAS TABLAS

Los superpoderes quedan en el camarín

A pesar de la abigarrada y variada oferta que puede encontrarse en la cartelera porteña, los superhéroes se limitan a sólo cuatro puestas. El primer osbtáculo es la superproducción, dicen sus responsables, pero aun así hay caminos para recorrer.

› Por Facundo Gari

Sólo dos días les tomó a Marvel, Paramount y Disney cubrir casi totalmente los 220 millones de dólares que habían invertido para filmar Los vengadores. Con algunos de los superhéroes más emblemáticos de los comics, la película consiguió 207 millones de dólares en su primer fin de semana y se convirtió en la película más taquillera de la historia en ese lapso. En el top ten del mismo ranking se encuentran El caballero de la noche asciende (3), Batman. El caballero de la noche (4), Spiderman 3 (6) y Iron Man 2 (10), films que recurren a superhéroes de probada audiencia infantil, adolescente, tardoadolescente y adulta. Esta es sólo una manera de cotejar un fenómeno de consumo, reproducción y masificación cuyos elásticos alcances son discernibles a primera vista en la entrada de cualquier colegio primario: abundan las mochilas, las carpetas y las cartucheras con insignias de paladines enmascarados creados entre los ’40 y los ’70.

Y es un fenómeno que –aunque sin una significativa sustitución de importaciones en cuanto a demanda– empapa espacios locales de producción artística no sólo en las viñetas, sino también en la televisión (Los Unicos), la literatura (Kryptonita, de Leo Oyola), la escultura (Martín Canale), la música (Superhéroes) y los videojuegos (Bunch of Heroes), sin pasar revista por guiños y menciones aquí y allá. En el caso del teatro –caracterizado por su archiconocida vastedad (más de 400 obras en la cartelera porteña), su correspondiente heterogeneidad y su capacidad de relectura sintética–, apenas cuatro puestas documentan la intromisión de este género ya independizado de la ciencia ficción y dotado (para las masas, desde la primera Spiderman de Sam Raimi) de nueva entidad: Nosotros fuimos... (Gambeta), El brillo extraviado, Zorro, la venganza de Monasterio y Chau Misterix, sin tener en consideración el reciente paso de la megaproducción británica Batman Live por el Luna Park. ¿Es que el teatro (al menos el independiente) es renuente a levantar el guante de los booms comerciales? ¿Será esta coincidencia de evocaciones de enmascarados un gestito de interés?

Para Mauricio Kartun, dramaturgo de Chau Misterix, el hasta ahora escaso provecho del espacio de producción teatral con respecto a los superhéroes guarda relación con el esfuerzo imaginativo que requieren y con una debilidad del verosímil teatral frente a la “estratagema” de la narración por corte del cine, que “supone continuamente la posibilidad de crear por elipsis pantallas personales en las que proyectar la imaginación”. Más rudimentario, el teatro otorga “un punto de vista único y algunos pocos trucos visuales, casi siempre demasiado artesanales como para convencer a alguien”, concede. Ese carácter justifica la ironía sobre “su propia precariedad” en algunas piezas del último tiempo, un sinceramiento consigo mismas y para con el público de las limitaciones del artilugio escénico; un gesto de maduración, en definitiva.

Gabriel Páez, director de El brillo extraviado, es cercano a este parecer: señala que los superhéroes llevan por implicancia la idea de una “gran producción”, que el enmascarado vuele, que algo explote, que se salve a alguien al borde de la muerte. No obstante, registra que hay otras aristas para abordarlos sobre las tablas, desde “lo que les pasa en la trama dramática”. Lo apuntala Fabián Caero, que interpreta a Superman en Nosotros fuimos... (Gambeta): “No hay un particular interés por mostrar a los superhéroes como tales, sólo tratar de reflejar lo humano. La inteligencia radica en lograr que se parezcan a Sansón cuando Dalila le hace cortar el pelo, ella movida por el despecho, él sabiendo que es vulnerable”. Por su parte, Fernando Lúpiz, actor protagónico en Zorro, la venganza de Monasterio, observa un “agrandamiento” del área de los superhéroes, que adjudica en buena parte al 3D y a los efectos visuales del cine, pero contrapone que es un área instalada en todo el arte hace muchos años. “Me contaba Guy Williams que en los ’60 había un club de superhéroes en Nueva York, un pub que comandaba Alan West, donde hacían presentaciones en vivo”, ejemplifica.

El encontrar en el costado “humano” (luminoso u oscuro) de los superhéroes una veta para explorar teatralmente está relacionado con la vuelta de tuerca que experimentaron en los comics y en los films sobre todo en los últimos diez años, estrategia dramatúrgica que, sin desmedro de épica, difumina la distinción héroe/antihéroe. “Ahora muestran sus miserias”, apunta Páez y cita a Zenitram, el héroe narrativo de Juan Sasturain que conoció la pantalla grande en 2010. Lúpiz observa que en The dark knight rises “hay un parangón con los terroristas actuales”. Celebra, en ese sentido, que haya un “sustento argumental” para los saltos y las explosiones “pasatistas”, y una aproximación desde las historias de los superhéroes a la vida cotidiana. Kartun coincide con que se ha agrandado el universo de contradicciones de estos personajes, creando “una dimensión nueva, muy disfrutable por el espectador adulto”, pero no deja de lado el tintineo de las cajas registradoras. “La obsesión de facturar de la industria es incansable. Descubrió que la pantalla y la parafernalia de efectos tenía un límite muy claro hacia afuera, que ya no se la podía agrandar ni agravar más. Entonces empezó a construir hacia adentro”, se explaya. También Caero observa una injerencia de “marketing” en esta ampliación, además del “fracaso de una sociedad” que necesita verse en el espejo de sus ficciones. “La generación que creció con los héroes ha envejecido, fracasado, sufre depresión y soledad, y lógicamente elige un compañero igual para seguir soñando”, explica.

Ese pie de igualdad etaria entra en crisis en el plano geográfico (y, en definitiva, cultural): el gran éxito es el de los superhéroes estadounidenses. “El Zorro nació en Estados Unidos y es uno de los héroes más fuertes y antiguos de su historia; una creación de Johnston Mac Culley en 1919 para la revista Argosy basada en un millonario al que le decían ‘el fantasma’ y salía a combatir tiranos del gobierno”, desasna Lúpiz, que para calzarse el antifaz tuvo que viajar a San Francisco, a la Zorro Productions Inc., y pagar los derechos. Lamenta no encontrar superhéroes vernáculos para llevar a escena y manifiesta su interés por encontrarlos. “Miro para el lado del gaucho y el indio. Podría ser Patoruzú”, tira. Páez rememora la matanza en Denver en el estreno de la última entrega de la saga de Christopher Nolan para prestar atención hasta qué punto están involucrados los superhéroes en el entretejido moral estadounidense. “Me da la sensación de que el espíritu crítico que tenemos no resiste ningún superhéroe, salvo que sea para niños, como Súper Hijitus”, observa Caero, que luego añade: “Como adultos no nos los permitimos, de la misma manera que no nos permitimos jugar o equivocarnos”. Según Kartun, la falta nacional de superhéroes de ficción habla del viejo predominio cultural. “Sigo creyendo en la mirada del ‘manual de descolonización’ de Dorfman y Mattelart de los ’70, Para leer al Pato Donald: el poder, las culturas hegemónicas lo saben muy bien, está en los medios.”

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