Mar 30.10.2012
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TEATRO › CRISTINA BANEGAS CELEBRA SUS CUARENTA Y CINCO AñOS DE LABOR ESCéNICA

“Elegí y seguiré eligiendo la actuación”

La actriz, directora, docente y cantante festeja hoy en el CC de la Cooperación, donde habrá una mesa redonda, un monólogo, videos y tangos –uno a dúo con su madre, Nelly Prince–, con entrada gratuita. Además se cumplen 25 años de la fundación de su teatro-taller.

› Por Hilda Cabrera

Actriz de teatro, cine y TV, directora teatral y docente, Cristina Banegas dice vivir en un tiempo “celebratorio” por los cuarenta y cinco años de su labor escénica, que serán recordados en el encuentro de hoy, a las 19, en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación, con acceso gratuito. Por supuesto, no quedará afuera la memoria de los veinticinco años de la fundación de El Excéntrico de la 18, su teatro-taller. El festejo consiste en una mesa redonda (ver aparte) y proyección de videos y fotografías. Dedicada también al canto, ha grabado discos de tango (La criollez, un compilado de poemas y viejos tangos, con arreglos y guitarra de Edgardo Cardozo, y Tangos, con Ubaldo de Lío al frente de un cuarteto de guitarra, bandoneón, flauta y bajo). A sus numerosos trabajos para la escena sumó recitales tangueros con una impronta teatral, junto a importantes músicos y compositores. En este homenaje interpretará tres tangos, uno de éstos con su madre, la actriz Nelly Prince (quien años atrás presentó su CD Tarde), acompañadas por el guitarrista Julio Argañaraz.

La actriz se multiplica: realiza giras por ciudades de provincias con Molly Bloom, monólogo que seguirá ofreciendo en la Cooperación, donde la actriz debe conjugar texto y ritmos, porque “el crescendo, staccato y pianísimo coinciden con los momentos en que Molly se pone triste o está contenta, fantasea o se enoja”. Agradece haber participado en Infancia clandestina, película dirigida por Benjamín Avila (preseleccionada para las nominaciones a los premios Oscar y Goya); y su nominación a los Premios Emmy Internacional (que se entregarán el 19 de noviembre, en Nueva York) por su desempeño en “Sin cobertura”, capítulo 9 de Televisión por la inclusión, dirigido por Alejandro Maci.

En su reciclada casa del barrio de Palermo, donde parece haber anidado un zorzal y prosperan plantas, libros, cuadros, compactos, vinilos y objetos del recuerdo, la actriz dialoga de modo pausado y dice que “más allá de todo” es bueno celebrar. Así fue también en 2007, con una hermosa muestra y la presencia y las palabras de artistas, autores, directores y amigos, en el Centro Cultural Rojas. Esta vez escribió un texto que desconcierta por la referencia a un ser larvado, acuático, y por confesar que a veces se siente sumergida: “Tenía que escribir algo y me salió esto”, apunta con una media sonrisa. Cuenta que asoció “ese animalejo increíble, anfibio caudado, la salamandra mexicana o axolotl (sobre el que escribió Julio Cortázar en el libro de relatos Final de juego) con el problema del tiempo libre”: “Ese tiempo en que no actúo y aparecen signos de desacomodación, momentos en los que no puedo instalarme, como si estuviera en un ‘mientras tanto’. En cambio, en el escenario o delante de una cámara siento que estoy realmente”, describe.

–Ese conflicto entre el cuerpo fuera del escenario y el que es ocupado por el “personaje o fantasma”, como escribe en su texto de presentación, ¿se debe a la necesidad de llegar sí o sí al espectador?

–Hablo mucho del cuerpo y lo tomo como eje, pero no soy tan feliz actuando. Es probable que esté más tranquila cuando no actúo, porque entonces soy más invisible, como al dirigir. Durante 2011 dirigí bastante, y había algo en mí de muy submarina, pero, ¡bueno!, aquí estoy. Tuve que remar mucho, pero es lo que me tocó, como esto de sentir, permanentemente, que estoy fuera de lugar.

–¿Le tocó o lo eligió?

–Lo elegí y lo seguiré eligiendo. La actuación es algo muy fuerte y se lleva durante toda la vida. Ojalá pueda festejar los cincuenta con el teatro, y no lo digo dramáticamente. El monólogo Molly Bloom es una fiesta. Es correr a gran velocidad por un río caudaloso de palabras y asociaciones, y por esa bella partitura que ideó Carmen Baliero con su música y su dirección, y con todo el equipo: Juan José Cambre, en la dirección de arte, Matías Sendón (luces), Facundo Gómez (sonido), Sol Soto (realización escenográfica) y Marta Klopman (vestuario).

–En el texto que ideó para este encuentro se refiere al público como si éste fuera “la bestia” a la que hay que “demoler”, y se pregunta si actuar es tomar venganza. ¿El público es siempre el enemigo?

–¿Hay algo que nos incentive tanto como tener un enemigo? Estamos preparados para la pelea, para ser protagonistas del gran duelo.

–¿Cómo es esa pelea cuando en la sala se halla una persona que la conoce bien?

–Me pongo como loca. Se parece a una paranoia. Me desconcentro muchísimo, pero al mismo tiempo quiero saber qué piensa.

–¿Actúa para alguien?

–Totalmente, pero actuar pensando en ese alguien no es lo mejor. Cuando esto sucede, la función está inexorablemente dedicada a ese espectador, porque uno piensa y cree poder ver lo que esa persona ve.

–¿Quiere decir que siempre tiene en mente un espectador real o imaginario?

–¡Imaginario, sí! Seguro. Durante veinte años puse a una persona en la platea.

–¿Se puede saber el nombre o es un secreto?

–Es un secreto, y tengo muchos secretos. Es necesario cuidar la privacidad. La exposición pública no debe convertirse en una inmolación. No soy fóbica, tampoco nadie me acosa. No padezco la fama. Una sabe que la reconocen; recibo saludos y, de algunos, aprecio.

–¿Las experiencias personales son un incentivo en su trabajo?

–Siempre cocino con lo que hay, con lo que pasa fuera de mí o lo que soñé; con lo que comí, bebí o escuché. Siempre hay algo que me atrae circulando en el lugar en que me encuentro, y a eso me agarro para saber desde dónde pego el salto. Ahora el salto es a la actuación y cumplo con sus rituales previos, que son miles. Rituales como maquillarme, cuidar el peinado...

–¿Los rituales contienen?

–Tal vez, porque actuar tiene que ver con esto de construir una realidad imaginaria, que es una construcción de vida y muerte, diferente cada vez, por la actuación y por la gente que comparte el espectáculo. A veces tenemos más público, otras menos, o se expresa de distinta manera. En Molly Bloom la gente ríe mucho, entre otras cosas porque sus transgresiones son graciosas, aunque inquietantes, también. La pelea es transitar por el andamiaje del espectáculo como si fuera la primera vez, y sorprenderse y sorprender al público. Construir una obra que no está en otro tiempo sino en el presente, en el escenario, exige concentración e intensidad. Termino la función con la espalda y la cabeza chorreadas, como si hubiera permanecido bajo la ducha. Nuestro metabolismo necesita agua y oxígeno, y por eso me pregunto si la actuación es algo aeróbico. Siento que lo mío es a veces un viaje de ida, pero no es dramático cuando me divierte o me da placer.

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