Domingo, 18 de noviembre de 2012 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A LUIS ROMERO, DIRECTOR DE ARGENTINIEN, OBRA DE PEDRO GUNDESEN
El director sostiene que la disciplina teatral es “diabólica, porque es un arte sin memoria y en constante movimiento”.
Por Cecilia Hopkins
Escrita por Pedro Gundesen, Argentinien subió a escena en el Teatro Nacional Cervantes tras una extensa gira nacional por ciudades de la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Río Negro y Misiones. Bajo la dirección de Luis Romero, el elenco que integran Alejandro Awada, Mimí Ardú, Claudio Rissi y Juan Luppi arma un friso desesperanzado en el marco de la Argentina del primer peronismo. Es 1948 y el General acaba de decretar la nacionalización de los ferrocarriles. En la estación de un pequeño pueblo de provincia, la boletera, el jefe a cargo y el chico de la limpieza esperan al enviado de la Argentine Pacific Railways, con la ansiedad de conocer las medidas que serán implementadas.
Romero tiene en su haber puestas sobre materiales muy disímiles: sus últimos trabajos fueron La celebración, versión teatral de la película dirigida por el danés Thomas Vinterberg, y Casi normales, comedia musical que acaba de reestrenarse en el teatro El Nacional. El director vuelve con Argentinien al escenario del Cervantes, donde años atrás había llevado a escena Los desventurados, de Defilippis Novoa, y Barranca abajo, de Florencio Sánchez.
A este eclecticismo, Romero lo considera una marca que lo distingue desde sus comienzos en la profesión, en tanto fue aceptando los proyectos que se le presentaron, una vez concluida su etapa formativa junto a Carlos Gandolfo. “Sentía que estaba poniéndome a prueba”, resume el director. Para él, el teatro continúa representando “el mismo territorio de libertad que cuando empecé, una especie de pasaje que me sirve para encontrarme a mí mismo cada vez que dirijo una obra”. Así, entonces, Romero reconoce que la experiencia que adquiere en una puesta no siempre le es útil para la siguiente: “El teatro es diabólico –arriesga–, porque es un arte sin memoria, efímero y en constante movimiento. Por eso es muy difícil no solamente crear puentes de entendimiento entre los actores sino hacer visible aquello que es impalpable, a partir de la combinación de lo que se tiene de racional, de intuitivo y emocional”. En cuanto a Argentinien, Romero considera que presenta “un mundo que tiene señales muy claras, y se hace presente a través de las conductas, la geografía, las relaciones que se establecen y otras cuestiones que uno, como director, debe descubrir”.
–¿Cuáles fueron las incógnitas que le planteó esta obra?
–Los personajes tienen un modo enigmático de hablar, al punto de que uno se pregunta: “¿Cuál es su proceso de pensamiento?”. Pienso que en esos casos uno puede, como director, tirar instintivamente una lanza en medio de la oscuridad –cito a Bergman– y luego, iluminar el espacio para ver dónde cayó.
–Lo que es muy claro es el contexto histórico dentro del cual se desarrolla la obra: el primer peronismo.
–Sí, es cierto. Pero la intencionalidad política de la obra no es un tema que me interese, sino las contradicciones que encarnan los personajes. Por eso creo que hay algo más basto en esta obra, que requiere de una atención singular. Y es este tema el que le da trascendencia a la obra.
–¿Cuál es?
–La pérdida de la mirada inocente. La obra nos está diciendo que ya sea por la necesidad de sobrevivir, por sostener nuestras convicciones o por la necesidad de organizar el mundo, dejamos de ver a nuestro alrededor. Y de este modo la percepción se asfixia, se distorsiona.
–¿El personaje del rusito, el más joven de todos, es el que encarna aquello que se pierde?
–Sí, en él se materializa el ser puro que no hace cálculos. El pensamiento busca seguridad y es por esto que los otros personajes evalúan el mundo a su modo y se mueven para obtener resultados que les sean favorables. Ellos parecen decir “todo está bien si uno está seguro”.
–Hoy esa forma de pensar parece casi una regla de conducta...
–Es que el teatro es un espejo que muestra la vida del drama. En el teatro todo es tensión, lucha, conflicto. Pero el gran teatro es el que se desarrolla en la calle, donde cada cual tiene que desarrollar su escena, también en medio de los mismos elementos: tensión, lucha y conflicto...
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