Sábado, 23 de febrero de 2013 | Hoy
TEATRO › HORACIO NIN URIA Y SU LLANTO DE SAUCE, EN EL TEATRO DEL ABASTO
El autor y director de Aqueles que nao sao mais está presentando su segunda creación, un trabajo que respira una desolación campera y un vacío existencial conmovedores.
Por Carolina Prieto
Horacio Nin Uría integra la nueva camada de autores-directores-actores. Tiene treinta años y una sólida formación. Estudió Dramaturgia en la EMAD, Dirección Escénica en el IUNA y se formó como actor con Claudio Tolcachir, Ricardo Bartís, Guillermo Angelelli y Andrea Garrote, entre otros maestros, además de interpretar la exitosa El secuestro de Isabelita, dirigida por Daniel Dalmaroni; Creo en Elvis, por Luciano Cáceres; y Acercamientos personales II, por Joaquín Bonet, entre otros espectáculos. En el 2010 debutó como autor y director con Aqueles que nao sao mais, y ahora está presentando su segunda creación, Llanto de sauce, un trabajo que respira una desolación campera y un vacío existencial conmovedores, teñidos de un humor no forzado que distiende la acción. Los viernes, a las 21, en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549), la pieza que combina fotos proyectadas, actuación y un texto de evidente calidad literaria viene atrayendo a un público que llena la sala desde su estreno, a fines de enero. El boca a boca hizo correr el rumor de que algo bueno sucede en esa pequeña ficción ambientada en una zona rural devastada, donde el calor y la sequía lo deprimen todo. La tierra, las cosechas, los animales y las personas.
El dispositivo escénico es sencillo. A la izquierda del escenario, un hombre joven enfrenta al público y oficia de narrador. Poco dirá de los motivos que lo llevaron a emprender un viaje en el pasado, salvo la falta de asombro que dominaba su vida cotidiana. Una pequeña mochila y una cámara de fotos le bastaron para subirse a un ómnibus hasta llegar a un paisaje distinto, sin edificios ni casas agolpadas. Así es como en la pantalla del fondo va proyectando las imágenes de ese viaje, que son el marco de las escenas. Cada foto corresponde a una escena de ese periplo en el que llegó a un campo pequeño. Allí conoció a una pareja joven que vive junto a un peón en un área totalmente seca. La pareja –él en silla de ruedas tras un accidente, ella con un pelo larguísimo que no para de crecer y es la promesa que hizo cuando él se salvó– perdió todo entusiasmo y está estancada, sin poder generar un cambio para dejar atrás el hastío y la frustración. El peón también tiene una peculiaridad física: es una suerte de hombre-mulita, con caparazón sobre su espalda, cola y máscara (está por encima de su rostro y deja ver sus rasgos humanos), y tiene un deseo claro: cavar un pozo en busca de tierra húmeda hasta llegar al mar, que dicen no está muy lejos. El protagonista se vincula con ellos y algo de ese desa-sosiego reinante también lo habita. Su presencia genera algunos cambios y, por momentos, parece que algo está por estallar.
Nin Uría vivió años en el campo uruguayo, conoció sus asperezas, su gente, sus animales. Sin dudas, algo de este bagaje lo ayudó a crear un clima intimista en el que parece que nada pasa, pero basta con prestar atención a los diálogos para tener una idea de las perturbaciones y los deseos de los personajes. La escenografía despojada, las fotos proyectadas y las luces conforman un espacio entre amarillo y ocre que envuelve al espectador en una atmósfera minimalista, con los tonos y la aridez propios de los campos arruinados. A ese clima escénico bello y cuidado se suma un texto muy rico. La forma en que los personajes expresan sus necesidades (por momentos sin vueltas, pero por otros de manera más poética o filosófica), la combinación de ideas profundas con asociaciones de palabras y un humor espontáneo captan la atención e invitan a una escucha atenta y placentera. “Buscamos no sobrecargar las actuaciones para que no se vuelvan pesadas ni solemnes, pero tampoco lavadas”, explica Nin Uría. “Encontrar el tono justo no es fácil y todavía estamos en eso. Es que el texto es un poco barroco: tiene monólogos largos y verborrágicos, juega con las palabras, hay algo de asociación libre. Esos pasajes son como un viaje al interior del personaje. Y la idea es que no suenen como una declamación”, afirma.
Cuenta que en el inicio del trabajo no hubo un punto de partida concreto. Fue en el encuentro con el elenco (integrado por Mariana Estensoro, Alfredo Staffolani, Román Tanoni y Juan Zuluaga), donde fueron apareciendo el universo del campo y el trío de personajes con sus rasgos delineados. Con esos elementos se puso a escribir y produjo casi la obra entera. “Salvo el final, que lo fuimos buscando entre todos”, señala. Así tomó forma este drama rural, ubicado en las antípodas de la pampa verde, fértil y con abundante ganado: “Más bien es el apocalipsis post-sojero: el campo sojero después de una sequía muy fuerte, las tierras arrasadas por una explotación desmedida”, asegura. Y el resultado es una serie de estampas dolorosas que dejan con ganas de seguir los pasos de este creador.
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