TEATRO › SEPTIMA EDICION DEL CICLO OPERAS PRIMAS EN EL CENTRO CULTURAL RICARDO ROJAS
Doberman, de Azul Lombardía, Derrotero o Las ausentes, por Juan Ignacio Bianco, y La Marea, último corte, de Josefina Recio, suben a escena y desafían los límites de la creación teatral.
› Por Carolina Prieto
Desde hace siete años, el Centro Cultural Ricardo Rojas ofrece un espacio para los primeros trabajos de creadores noveles que tienen la posibilidad de estrenar en un ámbito reconocido, con un público numeroso y entusiasta de descubrir nuevas propuestas. Para la séptima edición de Operas Primas –así se llama el ciclo– se presentaron setenta trabajos y Matías Umpierrez, coordinador del Area de Teatro, seleccionó las tres piezas que suben a escena en el complejo ubicado en Corrientes 2038 desde ese fin de semana: Doberman, de Azul Lombardía; Derrotero o Las ausentes, por Juan Ignacio Bianco, y La Marea, último corte, de Josefina Recio. Universos reconocibles pero enrarecidos, verdades veladas, tragedias que se avecinan, tratamientos plásticos y sonoros muy cuidados. Algo de todo esto se cuela en las piezas que capturaron la atención de Umpierrez.
En diálogo con Página/12 vía mail, el teatrista explica su elección desde los fríos Pirineos, donde está realizando una intervención como director. “Doberman se esconde, en una primera instancia, bajo el manto de una cotidianidad aparente, pero a medida que avanza la trama terminamos por descubrir un universo complejamente discursivo y trágico. Me interesó mucho cómo Azul Lombardía entrelaza lo plástico de la puesta con la palabra y la labor de sus actrices, obteniendo un trabajo muy radical. Y Derrotero tiene todas las características de un trabajo bien concebido: Juan Ignacio Bianco entiende cómo fundar los pilares del proyecto para que funcione y su equipo sostiene con gran calidad el mundo monstruoso, pero profundamente poético, que llevan a escena”, asegura.
Umpierrez conoció La Marea en el 2011, cuando fue jurado del Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia, y la sorpresa fue inmediata: “Al leerlo quedé impactado. Su textualidad tiene una libertad que no respeta los límites del teatro. Mucho de lo que escriben las nuevas generaciones se anticipa a futuros problemas de producción y montaje. Es un material completamente libre desde su concepción y eso obliga a la autora a ingresar en un territorio visual y de composición actoral, muy alejado de las propuestas convencionales”, advierte sobre el material ganador de una mención especial en el certamen dedicado a autores argentinos menores de 36 años, organizado por el Festival Internacional de Buenos Aires y el Rojas.
Azul Lombardía fue una actriz precoz. Comenzó a tomar clases a los diez años en la escuela de Hugo Midón y al poco tiempo integró Los Susodichos, el grupo que dirigió Nora Moseinco, y deparó una serie de trabajos de una frescura, un desprejuicio y un vuelo notables, como Marea, Total y Magoya. Con algunos de los integrantes siguió adelante (crearon Emporio Caserta y Mar de Ajó), trabajó en cine y televisión e incursionó en el guión con el programa Rutas Solidarias, de Canal Encuentro, y la serie online Según Roxi. Doberman (viernes a las 21 en la sala Cancha) surgió a partir de una imagen que tuvo mientras intentaba hacer dormir a una de sus hijas, “en ese estado de relajación, de meditación en el que vas entrando”, describe. “Me vino una escena de la que fui testigo: un encuentro entre dos vecinas durante una tarde en las afueras de La Plata, que comenzó tranquila y se fue poniendo cada vez más densa. Me impresionó cómo en una siesta una vecina te puede destruir”, cuenta. Y adelanta que mientras una protagonista es una mujer aparentemente fuerte y muy locuaz, casi un compendio de lugares comunes, la otra tiene un discurso propio “pero muy antisocial, que no filtra nada”.
La obra hace foco en ese mundo femenino y en su oralidad, un terreno en el que afloran el machismo, la negación, la impunidad, el prejuicio, la envidia y el desenfreno. “Una de ellas no para de hablar de cualquier tema, sobre todo de los demás, como una forma de no conectarse con la soledad que se le viene encima –sostiene–, mientras que la otra tiene una sospecha que le permite ir acorralándola cada vez más. Me interesó que este personaje tuviera una cierta rareza al hablar, algo de misterio, pero que no fuera una loca fácilmente reconocible.”
Los responsables de Derrotero o Las ausentes (viernes a las 22.30 en la sala Cancha) trabajaron juntos en el espectáculo con el que se graduaron en el Departamento de Artes Dramáticas del IUNA: Dóciles y útiles, un muy elogiado montaje dirigido por Analía Couceyro sobre un grupo de mujeres encerradas en un espacio laboral. Este trabajo, de una poesía despiadada y mucho absurdo, se mantuvo en cartel varias temporadas. Para esta nueva propuesta que ahora dirige Juan Ignacio Bianco (encarnó entonces a una encantadora mujer), los chicos tomaron como punto de partida la novela Sudeste, de Haroldo Conti, ambientada en el Delta. Con muchas más dudas que certezas, se pusieron a trabajar durante un año. Estimulados por ese universo oscuro, se lanzaron a improvisar, incorporaron otros textos como La invención de Morel y dieron forma a un micromundo que combina algo de realismo y muchísimo extrañamiento. “Son tres hermanas que viven en un camarote encallado como en un presente infinito. No se sabe mucho: cómo llegaron ahí, por qué no dejan el lugar. Aparece un hombre con la posibilidad de ayudarlas a dejar la isla y también una máquina que reproduce espectros para engañar a la muerte”, adelanta Bianco.
¿Existen verdaderamente o son una ilusión de quien las quiera ver o escuchar? “Todo está pasado por el filtro de la memoria con sus agregados, sus subjetividades y sus ausencias. Pienso que Derrotero es un estado mental de la soledad, donde las mujeres sólo se reflejan en el pensamiento de quienes las quieren ver”, destaca en su debut como director. Para su ópera prima, eligió ubicar a actores y público en el escenario mismo de la sala Batato Barea, comprimiendo el espacio, reforzando la opresión y el encierro de los personajes. Allí se desarrollará “un relato más cinematográfico que avanza por cortes, por adición” y que mezcla sordidez y un delirio que distiende. “No es que tenga humor, pero lo desopilante de la situación crea un quiebre de la lógica que afloja la tensión”, admite.
Actriz y realizadora audiovisual, Josefina Recio debuta como dramaturga y directora con una pieza en la que el trabajo actoral y el tratamiento visual son igualmente esenciales a la hora de narrar. La Marea, último corte (sábados a las 21 en la sala Cancha) nació en el marco del taller de dramaturgia de Marcelo Bertuccio, en el que tuvo una imagen precisa. La de una nena parada sola frente al mar en una playa desolada e invernal, en cuyos ojos se refleja un bote pequeño que la contiene. Recio conoce muy bien esos paisajes de playas frías y desangeladas como las de Monte Hermoso, a cien kilómetros de Bahía Blanca, donde creció. “La propuesta de Marcelo (Bertuccio) fue trabajar desde lo sensorial: es decir con todo lo que yo podía ver, escuchar e imaginar a partir de esa postal dejando por un momento de lado la racionalidad, que vendría después. La intención fue no manipular el material, ser lo más honesto posible”, cuenta a Página/12. Así fue llegando a la relación entre un padre pescador que se resiste al crecimiento de su hija, ya en edad de desprenderse, y esta, que siente culpa por alejarse. El recuerdo de la madre muerta está muy presente al punto de que el hombre confunde a su hija con ella. “La obra no juzga a los personajes, más bien los expone y hasta la chica comprende a su padre”, destaca la autora. En ese contexto, los silencios adquieren tanto peso como las palabras y las imágenes son cruciales. “Fuimos a filmar a Monte Hermoso e hicimos una suerte de collage que resta realismo. Son imágenes oníricas en blanco y negro que se proyectan a través de un agujero en una pared”, explica.
Lombardía, Bianco y Recio están entusiasmadísimos. Más que el dinero por quedar seleccionados (entre ocho y diez mil pesos), destacan las posibilidades que les ofrece el Rojas: como contar con un espacio para ensayar sin presiones y la plena disponibilidad de los equipos técnicos de la institución, tan comprometidos como ellos para que estas nuevas ficciones estallen en escena.
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