TEATRO › BUENOS AIRES, LA CARTELERA MAS “PSI” DEL CONO SUR
En una ciudad que siempre fue el centro cultural del psicoanálisis, “el diván es un objeto comercial muy atractivo”, señala Eduardo “Tato” Pavlovsky, en coincidencia con otros dramaturgos y psicoterapeutas, que analizan el fenómeno.
› Por Daniela Rovina
Pocos años atrás, un estudio de la Organización Mundial de la Salud ponía en números un hábito por demás arraigado en los porteños: la Argentina es el país con más psicólogos del mundo y casi la mitad de ellos trabaja en Buenos Aires. Le siguieron otras mediciones que también mostraron estos pagos a la cabeza del ranking. Las cifras son uno de los indicadores del eterno boom de la psicología, que a la par se traduce en gestos cotidianos, más allá de los consultorios: se habla del diván en las charlas de café, en los medios y –siempre al filo de las tendencias– en el teatro porteño, que en los últimos años ha puesto en escena exitosísimas piezas al respecto. ¿Por qué el análisis del inconsciente es fuente de inspiración para los escenarios locales? ¿Qué seduce a los espectadores de la intimidad de un consultorio? ¿Fenómeno o casualidad? Directores, dramaturgos, psicólogos, psiquiatras y psicodramatistas analizan y cuestionan junto a Página/12 los matices de la cartelera más “psi” del Cono Sur.
“Por su forma de construcción, el teatro siempre está buscando otras disciplinas a las que extender su territorio de reflexión e investigación”, delinea el director, dramaturgo y psiquiatra Alfredo Martín. Y explica que, de la vereda del público, el encuentro con el psicólogo es muy atractivo porque “encierra cierto misterio y la promesa de un relato que tiene características de revelación y verdad”. Esa promesa, dice Martín, interpela a la naturaleza humana, pellizcando la curiosidad por las miserias, los padecimientos y la vulnerabilidad ajenos. Existe, sin embargo, otro motivo que trasciende la superficie de las salas porteñas: “En la era de la globalización, en la que lo privado tiene carácter público, se ha corrido el velo y mostrar la intimidad tiene cierta seducción. El espectador puede husmear lo que antes ocurría entre cuatro paredes”.
Con esta última hipótesis también comulga el director, dramaturgo y psicólogo Mariano Moro. “La intimidad –subraya– es atractiva y, paradójicamente, lo es más cuanto más atacada y en riesgo esté su existencia. Es El Dorado de los tiempo que vivimos.” En una analogía, emparda dos opuestos en apariencia inconciliables. “El diván es heredero absoluto de la confesión católica. Es tan atractivo colar la oreja en el consultorio como hace tiempo lo era en el confesionario.”
Las conjeturas sobre la visita del teatro al psicólogo pueden llevarse bien a fondo. El dramaturgo, director, actor, psicoanalista y psicodramatista Eduardo “Tato” Pavlovsky lanza: “Provoca mucha curiosidad saber de qué hablan dos personas durante tantos años. Es hasta pornográfico. La curiosidad sexual que despierta la escena psicoanalítica está presente en la curiosidad del espectador porque es muy atractiva para el inconsciente”. Luego arroja la primera piedra a una conclusión que acompañarán otros interlocutores: “En un mundo occidental de nivel cultural semejante, el diván es un objeto comercial muy atractivo. La Argentina siempre fue el centro cultural del psicoanálisis. Entonces, no es extraño que surja un público específico para esta manera de mirar la vida”.
“La psicología, el teatro y el arte en general comparten una misma pregunta: ‘¿Quiénes somos?’. Cada sociedad, en cada época, tiene dispositivos con los que la gente se piensa. Antes era la conexión con los dioses y hoy es con el inconsciente. El diván es como una liturgia religiosa”, reflexiona Daniel Kersner, dramaturgo, psiquiatra y director de Pecados de juventud, que presenta los sábados a las 21 en El Desguace (México 3694). La pieza, de su puño y letra, es un relato costumbrista –asador y parrillada mediante– que indaga sobre la sublimación de la tríada de pulsiones expuestas por Freud en su ensayo El malestar en la cultura. Incesto, muerte y canibalismo sazonan en escena una metáfora sobre la violencia y la polarización de la sociedad. “El teatro es un espejo y, como tal, plantea un lugar para ir a mirarse, a conocerse, más allá de la temática. Nuestra cultura ha creado los espacios del análisis y la psicología y, como no hay chamanes a mano y vivimos en una sociedad sumamente alienante, la gente necesita esos espacios de reflexión.” Menos académicas, sus conclusiones relativizan la existencia de un “fenómeno” teatral “psi”, que aproxima más a la “moda” y a la especulación comercial: “Tiene que ver con el negocio. Uno tuvo éxito y los demás lo imitan”, apunta.
Ni la nave nodriza de los asuntos del inconsciente se priva de subir a sus profesionales a las tablas. El Elenco Psi del Centro Cultural Universitario de la Facultad de Psicología de la UBA ofrece cada viernes a las 19.50, en el Auditorio José Luis Cabezas (Independencia 3085), su versión de El diván, del dramaturgo francés Michel Didym. En menos de una hora, espectadores y actores (en números parejos) recrean el ritual freudiano, en un intercambio cara a cara en el que cada “psicólogo” escuchará, de a uno, a sus “pacientes” durante cinco minutos. Algunos de esos monólogos pertenecen a diversos dramaturgos, poetas y escritores latinoamericanos y franceses. “Al principio pensaba que la situación del conflicto, al ser sólo del paciente, sería difícil de sostener sobre el escenario. Con la práctica, me di cuenta de que las obras funcionan porque encuentran un conflicto que las une y es atractivo para el espectador, que muestra una necesidad imperiosa de utilizar bien la mente”, aporta Virginia Lombardo, directora de la compañía integrada por estudiantes y profesionales de esa casa de estudios.
Con casi cuatro años en cartel y más de mil funciones, Toc Toc (de jueves a domingo a las 20 en el Multiteatro, Corrientes 1283) revela algo más que un síntoma crónico en los espectadores que se vuelcan a las marquesinas más luminosas de la escena porteña. La puesta, que dirige Lía Jelín y protagonizan, entre otros, Daniel Casablanca, Mauricio Dayub y María Fiorentino, usa la risa como trampolín para abordar las obsesiones de media docena de personajes a punto de tener su primera entrevista con un afamado especialista en trastornos compulsivos. Sindicado en el gremio de la risa, Daniel Casablanca apuesta al humor como remedio infalible para hablar de “traumas y dramas” solapados por el inconsciente. Es que “uno cura cuando hace reír”, sostiene el también fundador e integrante del grupo Los Macocos. “El teatro –define– siempre intenta contar lo que a la gente le pasa. En Buenos Aires, el psicoanálisis forma parte del lenguaje urbano; es como el fútbol, algo común y cotidiano. Es muy porteño.” Sin subestimar la “lógica” taquillera, el actor prevé que el tema seguirá cotizando, simplemente, “porque queremos que el espectador se acerque a las salas”.
De las cuatro obras que Lía Jelín presenta en la cartelera comercial porteña, quizá sea Dios mío (miércoles, jueves y viernes a las 20.30, sábados a las 20.15 y 22.15, y domingos a las 19.30, también en el Multiteatro) la que más ahonde en dilemas existenciales y excursiones explícitas al inconsciente, cuando el propio Dios sea quien se recueste, perturbado por lo imperfecto de su creación. Thelma Biral y Juan Leyrado le ponen el cuerpo a Ana –una psicóloga especializada en niños– y a Dios, en una comedia que revuelve las hieles e insatisfacciones de un “Creador” más embarrado de miserias humanas que de misterios de la fe. “Hay una búsqueda –analiza Jelín, sobre la obra de la autora israelí Anat Gov– de respuestas para preguntas internas que no se encuentran ni en la religión ni en la filosofía. El teatro siempre fue un lugar de reflexión, además de entretenimiento. Estas obras proponen una introspección y, por eso, tienen éxito.”
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