TEATRO › CICLO DE TRES OBRAS DE TEATRO ABIERTO EN EL PICADERO
Roberto “Tito” Cossa, Agustín Alezzo, Javier Daulte y Ciro Zorzoli, entre otros, participan del homenaje al movimiento nacido en 1981, con la dictadura como telón de fondo. Cada martes se pueden ver nuevas puestas de las piezas Decir sí, Gris de ausencia y Papá querido.
› Por María Daniela Yaccar
Los movimientos culturales ocurren en un momento determinado, pero siempre dejan huellas. Como dice Agustín Alezzo, “las cosas adquieren con el tiempo su importancia, sin que uno las pergeñe de esa manera”. ¿Qué dejó Teatro Abierto? “Un ejemplo de resistencia cultural, nada más. Y nada menos”, responde el dramaturgo Roberto “Tito” Cossa. Alezzo y
Cossa, junto a otros autores, directores y actores, están participando de un homenaje al movimiento nacido en 1981, con la dictadura militar como telón de fondo y, a su vez, como motivo primordial. En El Picadero, la misma sala que el gobierno de facto se ocupó de incendiar intentando apagar la llama del teatro, se está realizando cada martes un ciclo que reúne tres obras de Teatro Abierto. Se intenta respetar el espíritu de los ’80: Decir sí (de Griselda Gambaro), Gris de ausencia (Cossa) y Papá querido (Aída Bortnik) se dan durante la misma noche, en una hora y media (martes de octubre y noviembre, a las 20.30, Discépolo 1857).
“Son obras muy diferentes”, desliza Ciro Zorzoli, quien fue convocado para dirigir el texto de Gambaro. “Sin embargo, dialogan muy bien entre sí. Es interesante que los espectadores vean los tres materiales. El ciclo es como un objeto con tres caras distintas que giran alrededor de lo mismo”, completa. Este homenaje surgió en el marco de los festejos por los treinta años de democracia. Y no es el único que ocurrirá: la TV Pública emitirá un ciclo que repasará los espectáculos surgidos de ese grupo de teatristas encabezados por Osvaldo Dragún, que supieron escuchar una necesidad colectiva y hacer algo al respecto. “Teatro Abierto nos dejó la certeza de que unidos podemos enfrentar a los peores regímenes”, sostiene Alezzo, que está a cargo de Gris de ausencia. Este ciclo ha reunido en el entusiasmo a artistas que vivieron lo que fue Teatro Abierto y a otros que, como Zorzoli, por una cuestión etaria, sólo pueden imaginar las largas colas fuera del Tabarís.
Un caso particular es el de Javier Daulte, que, en la charla con Página/12, se define como un fanático de Teatro Abierto. Cuando arrancó el movimiento, él tenía dieciocho años, y era uno de los que se enloquecían por tener una entrada. Ahora dirige Papá querido. “Matábamos por las entradas. Y yo las conseguí todas. Vi Gris de ausencia en el mismo Picadero, antes de que lo quemaran. Reconectarse con esos materiales obliga a repensar a Teatro Abierto”, desliza el director. “Fue el principio y el fin de algo. Fue el principio de una resistencia, una necesidad, un grito desesperado. Fue un acontecimiento teatral y social. Y fue el comienzo de algo muy feliz, porque se encontró un modo y un medio para manifestar el sentir de una sociedad frente a una opresión tan grande. Y fue el fin porque representó un momento apoteótico de cierta dramaturgia argentina. Los autores estaban obligados a construir un lenguaje que pudiera burlar la censura. Después, la dramaturgia quedó desorientada hasta los ’90.”
“No me imagino cómo fueron recibidos estos textos”, dice Zorzoli, que en 1981 tenía catorce años y, además, estaba lejos de la Ciudad de Buenos Aires. “Pero imagino que provocaron alivio y menos soledad. Más allá de su función específicamente teatral, lo central fue eso: la cuestión de reunir soledades, pensar de un modo más colectivo y compartir una sensación que cada uno estaba padeciendo. El teatro fue un lugar de reunión y eso es conmovedor”, analiza. Desde su óptica, eso es lo que dejó Teatro Abierto. Una suerte de misión para el teatro, el hecho de constituirse como un ritual particular de encuentro. Es ésa su función política, independientemente de los contenidos. “Se mantuvo la idea de buscarse con otros para hacer algo, en medio de un proceso de reconstitución de los lazos sociales. El teatro sigue siendo un intento para que las personas se encuentren. Aunque, neoliberalismo mediante, el encuentro es dificultoso.” Palabras parecidas desliza Cossa: “El teatro pudo expresarse por su condición de arte grupal, porque un individuo solo difícilmente lo pueda hacer”.
Cossa y Alezzo lo vivieron, y entonces pueden contarlo. “Mi recuerdo es contradictorio. Porque uno recuerda la dictadura, el infierno. Y, por otro lado, recuerda este hecho que unió a una buena parte de la gente del teatro y a varias generaciones”, sostiene Cossa, que fue uno de los promotores de TA. Alezzo, por su parte, no participó del primer Teatro Abierto por una enfermedad, pero siempre estuvo cerca de sus compañeros, colaborando, y después pudo dirigir en ediciones posteriores. Ambos disfrutaron mucho de este homenaje. “Me comunicó de vuelta con actores a los que aprecio muchísimo y conozco hace años, y también con generaciones nuevas”, dice Alezzo. “Fue un reencuentro con mucha gente, una vuelta al pasado. Pero no de manera nostálgica: el hecho de que se hagan estas obras es un acto vivo”, aporta Cossa, que estuvo participando, como Alezzo, del homenaje de la Televisión Pública.
“Las obras están en esa delgada frontera entre la libertad y la esclavitud. Sugieren que los autores eran esclavos de una realidad y que estaban obligados a escribirlas por necesidad propia y de la gente. Eso no deja de ser una actitud de libertad y coraje”, define Daulte. “Las obras estaban marcadas por la necesidad de un encuentro”, agrega Zorzoli. “Era una necesidad artística y vital. El deseo de encontrarse es lo básico del teatro. Aún hay mucho terreno para aprovechar y hacerse cargo de eso.”
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