TEATRO › RICARDO BARTIS HABLA DE LA MAQUINA IDIOTA, SU NUEVA OBRA TEATRAL
La puesta montada en Sportivo Teatral toma aspectos de Hamlet y trata fundamentalmente sobre la condición del actor, pero también alude al tema de la autoría en el teatro. “Hay una presunción malsana de que alguien, el autor del texto, es el ‘dueño’ del espectáculo”, dice.
› Por Cecilia Hopkins
Luego de meses de ensayos abiertos, Ricardo Bartís estrenó obra nueva. La máquina idiota subió a escena en pleno de-sarrollo del Festival Internacional de Buenos Aires. “No me extraña para nada que no me hayan llamado del FIBA ni para ofrecerme entradas”, sonríe el director en la entrevista con Página/12. Y lo cierto es que da para pensar. Porque si en la Bienal de Venecia de hace dos años, Bartís fue convocado para coordinar un laboratorio de creación teatral junto a Jan Fabre, Thomas Ostermeir y Romeo Castelucci, figuras estelares de esta edición del FIBA, cabe preguntarse por qué no está presente en este encuentro que tiene lugar en su ciudad. “Que vengan nomás a darnos lecciones magistrales”, dice con su proverbial ironía, e insiste: “No me llama la atención su desinterés: extrañamente, si me llaman es para proponerme que haga obras que, como El gran deschave, otros sabrán hacer mejor que yo, que solamente sé hacer el teatro que yo hago”. De todas maneras, el haber integrado el seleccionado de “los grandes” en Venecia valió la pena, ya que durante esa residencia artística surgieron algunas de las cuestiones que desarrolla esta nueva obra, de la que toma parte un grupo de actores que vienen entrenando en el Sportivo Teatral.
El nombre del espectáculo hace alusión a la burocracia o “brazo armado de la política”, uno de los pecados capitales contemporáneos, según había explicado Bartís a este diario antes de irse a Venecia. Pero La máquina... habla hoy fundamentalmente de la condición del actor. Por eso la obra toma aspectos de Hamlet, de Shakespeare. Especialmente motivados por la escena del quinto acto, en la que aparecen dos enterradores, Bartís y sus actores fueron a visitar el Panteón de la Asociación Argentina de Actores. Tras la inspiradora excursión, el director y su elenco fueron perfilando los personajes y su ámbito. En la obra aparece, entonces, un grupo de actores muertos que viven enterrados, valga el oxímoron, en un anexo del Panteón de Actores de la Chacarita. Desde ese lugar marginal los muertos atisban detrás de un muro lo que hacen los otros, los actores que en vida alcanzaron la celebridad y recibieron otro tratamiento posmortem. Y dado que nunca soñaron con interpretar obras de prestigio, estos actores de segunda se entusiasman ante la propuesta del sindicato de montar una versión de Hamlet, para los llamados “festejos de octubre”.
La máquina idiota desarrolla los devenires de los ensayos de esa puesta, telón de fondo de las rencillas internas, los chismes y los escándalos que protagonizan actores y también directivos sindicales allí enterrados. Con un elenco compuesto por 17 actores, La máquina...tiene una perspectiva coral. “Son tantos actores que fue muy difícil democratizar el uso de la palabra o desarrollar personajes”, admite el director. Forman el elenco Rosario Alfaro, Dana Basso, Facundo Cardosi, Fabián Carrasco, Flor Dyszel, Nicolás Goldschmidt, Mariano González, Martín Kahan, Luciana Lamoglia, Darío Levy, Hernán Melazzi, Sebastián Mogordoy, Pablo Navarro, Lucía Rosso, Gustavo Sacconi, Matías Scarvaci y Sol Titiunik.
La máquina...también habla del lugar que ocupa el teatro en la consideración social y hace, además, alusión a las diferencias que el propio Bartís encuentra entre los modos de producir para la escena: “Hay un teatro dominante aceptado, reconocido, revalidado –considera el director–. Y hay otro, desclasado, bastardeado y corrido del centro”, resume y explica: “El teatro comercial toma a algunos directores alternativos para que oficien de productores”, afirma, “y los toma para integrarlos a su staff, luciendo las medallas del off”. También lamenta que su teatro siga convocando a unos espectadores que no corresponden a sus expectativas: “El Sportivo ya es una experiencia capturada por un público que no pertenece a este lugar sino al teatro comercial. A ellos les da lo mismo venir aquí o a La Plaza, pero a nosotros no nos da lo mismo que ellos vengan”, razona.
–¿Qué clase de teatro se supone que hicieron en vida los personajes de La máquina...?
–Son contadores de chistes, actores de pacotilla, vedettes de segunda categoría. En el caso de Beatriz Viterbo (así, con el mismo nombre del amor imposible de Borges en “El Aleph”) se supone que ella es una actriz culta y profunda, que no se siente cerca del gran público y que afirma merecer otro destino.
–¿Que esté enterrada junto a los actores que ella considera de segunda fue producto de un error burocrático?
–Ella hace referencia a un tema bien nuestro: la existencia de una demanda instalada que se funda en la expectativa de reivindicar un destino que debería ser mayor y que no llega porque alguien tiene la culpa de esta injusticia. Es un núcleo temático nacional: siempre hay un sufrimiento motivado por un maltrato injusto que históricamente se padece.
–¿Usted lamenta sentirse afuera de lo que considera el centro del sistema teatral?
–Tener un status de oficialidad no me preocupa. Estoy, sin dudas, en un terreno minoritario, pero no es que me arrojaron allí, sino que no estoy allí por propia elección. Yo represento al sistema de producción alternativo, que tiene otros intereses, otros procedimientos y formas de funcionamiento. Y no es una discusión de áreas: los lugares que se ocupan tienen que ver con lo político, en el sentido más lato de la palabra. La lucha por el poder político se plantea en el campo de la construcción de sentido. Es allí donde se dirime.
–La máquina... también habla acerca de la autoría en el teatro...
–Sí. Porque hay una presunción malsana de que alguien –el autor del texto– es el “dueño” del espectáculo y eso antes de que la obra se concrete en la escena. Nosotros no tomamos el texto como algo definitivo, sino como un material para desplegar en la escena. No creemos que “sin autor no hay obra”, como dice el lema de Argentores.
–¿Hay jerarquías en lo teatral?
–El teatro, al menos como lo entendemos nosotros, es un arte colectivo y horizontal. Nosotros no tenemos textos canónicos. No nos interesan esas obras que parecen patotearte desde su antivitalidad, que cuando son puestas te traen un tedio intelectual tremendo, porque no generan ningún tipo de fractura, porque repiten los mismos signos estéticos. Esto de repetir lo que otros esperan ver se parece a la política y a las elecciones.
–¿Por qué lo dice?
–Porque no hay que sorprenderse de que haya gente que siempre quiera ver lo mismo si también siempre vota igual. Esto se debe al desguace intelectual que produjo el neoliberalismo, que excede lo económico porque implica un proyecto cultural.
–Desde hace años usted viene hablando acerca de cómo los políticos utilizan recursos teatrales para proyectarse en la sociedad ...
–La actuación es un arte corpóreo, de afirmación. Y cuando la política toma para sí a la actuación, aún cuando lo haga sin rigurosidad ni competencia, produce cuerpos en los cuales es posible que el cuerpo social se proyecte. De todas formas se da un fenómeno curioso: si en teatro actuás mal un par de veces no te llaman más. En cambio en la política aquellos a los que les fue mal pueden volver indefinidamente y encima dar consejos desde la televisión. Es difícil oponerse a esa realidad deformante y grotesca que se arma usando elementos teatrales distractivos al servicio de una política espuria.
–¿Por qué hay citas a Evita y al peronismo en La máquina...?
–A los 27 años, Evita era una actriz, un cuerpo deseante. Construyó una épica, un relato vinculado con la actuación, un relato que planteó un mundo reparador. Y lo hizo en solamente siete años. El peronismo tiene la experiencia de fundar territorios enunciándolos. Es que toda política de poder tiene que construir un relato y generar una épica.
* La máquina idiota, Sportivo Teatral (Thames 1426), viernes y sábados, a las 22; domingos, a las 20.30.
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