Sábado, 22 de marzo de 2014 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A MARIANO STOLKINER Y GUSTAVO GARCIA MENDY
Ambos dirigen la puesta de Iván y los perros, un texto de la inglesa Hattie Naylor originalmente pensado para radio. La pieza, protagonizada por Emiliano Dionisi, relata la historia de un niño de 4 años que encuentra su lugar en una manada en la Moscú de los ’90.
Por Paula Sabatés
No es la primera vez que Mariano Stolkiner elige poner en escena un texto antisistémico. Su obra anterior, Shopping and fucking, fue una crítica mordaz a la sociedad de consumo a través de la exploración del vínculo de los personajes con las drogas, el mercado, el afecto y el sexo. Ahora, a un año de esa experiencia, se encuentra dirigiendo, junto a Gustavo García Mendy, Iván y los perros, una obra de la inglesa Hattie Naylor que continúa en esa dirección. La pieza, protagonizada por el notable actor Emiliano Dionisi, relata las vivencias de un niño de 4 años que escapa de un hogar caótico y se sumerge en las peligrosas calles de Moscú durante los ’90, década en la que Rusia intentaba sobrevivir a una brutal recesión. Allí entabla una relación con una manada de perros, que se convertirá en su compañía y su guardia, a tal punto que el niño se volverá uno más del grupo. “Desde mi perspectiva, la parte más miserable y violenta dentro de todos los residuos que va dejando nuestra sociedad es la existencia de niños viviendo en situación de calle”, dice Stolkiner sobre el porqué de este texto, que en un principio fue concebido para radio.
En esta oportunidad, la contradicción intrasistema que Stolkiner y García Mendy intentan abordar se da más en la forma que en el contenido: al texto en el cual el niño cuenta su experiencia de abandono se contrapone un mecanismo de cierta complejidad tecnológica que se despliega alrededor suyo. Así, sus recuerdos de Moscú son recreados por el espectador a través de imágenes proyectadas que incluso atraviesan su cuerpo, y de voces pregrabadas en ruso que hacen las veces de padre, madre, y todo el arsenal de adultos que lo condujeron a la vulnerabilidad. “Nos interesaba esa tensión entre los supuestos avances del sistema capitalista y las peores miserias que este mismo sistema genera”, cuentan a Página/12 los directores, que además se encargan de la operación de sonido a un costado del espacio escénico, a la vista del público.
–El relato del protagonista está enmarcado en un momento y espacio lejanos al del espectador. ¿Creen que la crítica tiene la misma fuerza que si la obra hablara de un universo más cotidiano para el que observa?
Gustavo García Mendy: –No sé si tendría exactamente la misma fuerza, ni tampoco cómo sería. Sé que todo el mundo se conmueve cuando Madame Butterfly se suicida o cuando Mimí muere en el cuarto acto de La Bohème, a pesar de que estamos muy lejos de la Nagasaki de comienzos del siglo XX o de la París de 1830. Imagino que lo que alcanza el alma de un espectador es la calidad del relato y el procedimiento utilizado para transmitirlo, más allá de la época, el lugar o las circunstancias geográficas, históricas y socialmente específicas. De todos modos, no creo que el relato sea tan lejano al espectador porteño. La intemperie y el desamparo son cosas que todos podemos comprender si nos asomamos a ellas, las vivamos en carne propia o no.
–El texto fue pensado inicialmente para radio. ¿Cuáles son las potencialidades escénicas que creen que tiene para que muchos directores, incluyéndolos, consideraran llevarlo a escena?
G. G. M.: –Hay muchas razones para querer llevar a escena esta obra. Primero, es un texto cuyo montaje implica varios desafíos, empezando sobre todo por el dispositivo sonoro, que es lo que específicamente me incumbe. Luego hay otras razones, tales como el hecho de que no sea melodramática pero sí emotiva, que el lugar de representación no sea excesivamente literal pero tampoco inexistente, y que el registro de actuación no caiga en la tentación de actuar todo pero que tampoco deje de dar testimonio de los acontecimientos.
–Ustedes son los directores de la pieza y al mismo tiempo están en escena, son un foco de mirada, cosa que no suele suceder en todas las puestas. ¿Por qué decidieron hacer la operación de sonido en frente del público?
Mariano Stolkiner: –Cuando empezamos a trabajar en el espacio, intentamos ver qué sucedía en el encuentro entre las voces grabadas y el cuerpo del actor presente. En ese proceso nos dimos cuenta de que las voces tenían su propio carácter y en su conjunto participan de la obra como otro personaje. Pero era un punto de vista un tanto ingenuo, ya que no era creíble la existencia de aquéllas si no era a través de la presencia del cuerpo que las emitía. De ahí surgió la idea de incorporar la presencia en vivo de quienes estuvieran manipulando el soporte sonoro, o sea nosotros. Luego de eso decidimos incluir las imágenes proyectadas. Una vez que había quedado al desnudo el mecanismo de funcionamiento y manipulación sonora, buscamos incluir nuevos signos que fueran en la misma dirección, apartándonos así de un concepto de realismo.
–¿Por eso es que las voces grabadas están en ruso?
G. G. M.: –Eso fue un obligado de la obra establecido por la autora. Ella fue muy precisa al respecto. Buena parte del mecanismo está pensado para acercar por la vía del extrañamiento, y las voces en un idioma que no nos es familiar producen ese doble efecto de distanciamiento y verosimilitud. Creo que es una excelente idea y nosotros elegimos respetarla. Tal vez porque entendimos que el universo de lo conocido y lo familiar no necesariamente supone la posibilidad de estar a salvo o sentirse seguro. Que es exactamente lo que le ocurre a Iván.
* Iván y los perros se ve los sábados a las 21 en El Extranjero Teatro, Valentín Gómez 3378.
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