Domingo, 23 de marzo de 2014 | Hoy
TEATRO › MARIANA MAZOVER ESTRENO EN LA CARPINTERIA ESQUINAS EN EL CIELO
La dramaturga y directora, que en sus anteriores trabajos apeló más explícitamente a lo histórico-político, aquí hace prevalecer lo fantástico, la intriga y el suspenso. Pero está presente el tema familiar, con sus dispositivos de poder y sus discursos.
Por María Daniela Yaccar
Si se mezclan Freud, Lacan y sobre todo Foucault, elementos del cine de Hitchcock, literatura femenina con resonancias místicas (como la de Clarice Lispector) y un ánimo beckettiano, uno de los resultados posibles es la bellísima Esquinas en el cielo. A estos cimientos ideológicos y estéticos hay que añadir otra cosa, más importante para el caso, que es la pluma de Mariana Mazover, dramaturga y directora. Una niña encerrada en una habitación, un padre lunático y una institutriz conforman un triángulo perverso y dejan espiar cómo funcionan, en la primera célula social, el poder y los discursos.
El escenario es el cuarto de Lucrecia, una nena de edad indefinida, interpretada por una actriz de veintisiete años (Alejandra Carpineti). Allí, en esa habitación, Lucrecia está todo el día: recibe la comida a través de una ventanita de la puerta, a cambio de unos papeles que representan el dinero, ve el mundo por otra ventana que da a una realidad artificial (a árboles al revés, por ejemplo), lee en voz alta la Biblia, conversa con una persona imaginaria. Un día, el papá de Lucrecia –el actor Daniel Begino, en un rol muy sobreprotector, aunque difícil de condenar– le abre la puerta a una institutriz (Lala Mendía), que tendrá que vérselas con una familia que no sólo guarda secretos, sino que construye su propia matrix.
Es eso, una matrix singular, lo que gobierna todo lo que sucede en Esquinas en el cielo (domingos a las 19 en La Carpintería, Jean Jaurès 858). Si antes Mazover escribía apelando a lo histórico-político (Walsh y la dictadura, en El cerco de agua, y Malvinas, en Piedras dentro de la piedra), en este caso priman lo fantástico, la intriga y el suspenso. En efecto, la obra fue reconocida con el Premio Planeando sobre Bue 2013 en el rubro Thriller.
Mazover es una dramaturga afiebrada. Parece que se contagió de esa energía fantástica que hace avanzar la obra: en la nota con Página/12 dice que su mano escribe sola. Esto significa que no piensa tanto antes de escribir, que las escenas –incluso las más interesantes– surgieron en el acto de tipear. “Escribir es intentar entender”, decía Lispector, una de sus influencias, como Silvina Ocampo. Pasó dos días sin dormir cuando escribía Esquinas.... Habla de su novio, un librero que “es un santo”, al que atormenta a la madrugada cuando despierta súbitamente con una idea. Mazover es, también, docente de dramaturgia y comunicóloga. Hace tres años se propuso vivir íntegramente del teatro, y lo consiguió.
Aunque es el aleph de sus trabajos, ella no es una fundamentalista del texto. Al contrario: crea de acuerdo con lo que pasa en los ensayos. Por ejemplo, fue Carpineti la que quiso representar a una nena. “¡Pero tiene unas tetas así!”, se ríe Mazover, dibujando una forma circular y grande con sus manos. Carpineti se salió con la suya y en escena es una niña sin edad. Sobre cómo escribe, la joven autora cuenta: “Siempre parto de una imagen. Mi trabajo consiste en descubrir qué ideas aparecen en las imágenes. La primera que me brotó fue una niña encerrada. Después, la institutriz. Y ahí apareció la circulación del poder”.
–Y Foucault.
–Totalmente. Lucrecia es una niña encerrada. Su padre, que fue el último personaje en aparecer en la escritura, elige ese mecanismo de protección ante la imposibilidad de comunicarle una verdad que la haría sufrir. Muy avanzada la escritura apareció el universo de la obra: la puertita, la ventana; todo el dispositivo de encierro. En un principio el afuera era real. Después se me ocurrió que tenía que ser inventado. Ahí es donde conecto con lo fantástico.
–Sus obras anteriores eran más explícitamente políticas. ¿Se propuso este cambio?
–No, surgió. La familia no era un tema que despertara mi interés, pero descubrí que esta obra tiene una clave política. Porque en una historia íntima y privada aparece algo de un orden mayor: un dispositivo de poder, que es físico, coercitivo, simbólico. La identidad, también. Todos somos hablados por nuestros padres, y eso es lo que le ocurre a Lucrecia: reproduce la verdad que el papá le crea. La Biblia y el dinero también son ficciones de las que todos participamos. Lo que sucede en Esquinas... es biopolítico: dialoga con cuestiones que tienen que ver con nuestra historia social. La familia aparece en sentido foucaltiano. Hay distancias enormes, por suerte, entre mis tres obras. Pero las tres hablan del encierro.
–¿La principal idea que recorre la obra es que no existe lo real?
–Exactamente. Porque la realidad es un efecto del lenguaje, de la cultura, de la Biblia, que nos atraviesa aun en nuestras resistencias e interrogaciones. Digo la Biblia por no hablar de los titulares de un diario.
–¿Es una obra más biográfica?
–¡Hola papá! (risas). Mi padre vio la obra y salió muy impactado. Lo primero que me preguntó fue: “¿Yo fui esto?”. Lo abracé y le dije que no. Fui una niña feliz, pero supongo que Esquinas... es un viaje “pesadillesco” a los miedos de la infancia, como el temor a perder a una mamá. Siempre me sentí un cacho afuera del mundo. A los diez años leía a Lorca. Y era tremendo, no encajaba en ningún lugar. Era asmática, todos patinaban y yo no. Vivía un encierro interior y sentía que el afuera era hostil. La infancia es una introducción al mundo adulto, uno va descubriendo cómo se regulan los intercambios: cuando escribía pensaba en el juego de la vida y en los papelitos. Los adultos nos educan para comprar, para mentir... funcionamos así socialmente.
–¿Por qué eligió ser dramaturga?
–Cuando era chica decía que iba a ser escritora y señora de limpieza. Leía mucho. Cuando empecé a estudiar actuación me picó la dirección, y después la escritura teatral. Estudié Comunicación porque me gustaba la escritura. El teatro me anuda dos cosas: escribo pensando en dirigir y dirijo para que lo que escribo finalmente exista.
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