Lunes, 24 de marzo de 2014 | Hoy
TEATRO › TEATRO YO TE VI CAER, ESPECTáCULO MULTIDISCIPLINARIO EN CIUDAD CULTURAL KONEX
El montaje de la pieza escrita por Santiago Loza combina danza, actuación, video, fotografías y música. Interpretada por Diana Szeinblum, con dirección de Maricel Alvarez, va tejiendo un universo poblado de derrumbes físicos, espirituales y emocionales.
Por Carolina Prieto
El interés por sus respectivos trabajos unió a Santiago Loza, Maricel Alvarez y Diana Szeinblum, tres artistas nada complacientes que prefieren asumir riesgos antes que transitar caminos conocidos. Dramaturgo y cineasta, Loza se acercó a Szeinblum, la creadora de hipnóticas obras de danza como Secreto y Malibú, Alaska y Una cosa por vez, y le propuso escribir algo especialmente para ella. “Me dijo que le gustaba mi trabajo. Tuvimos un par de encuentros y me pidió que le contara algo importante de mi vida. Le comenté sobre una coreografía que hice cuando estaba en Alemania, por la cual conocí a Pina Bausch y que desencadenó todo lo que me pasó después. Esa obra estaba inspirada en el momento en que el personaje de Alicia se cae por el agujero”, dice a Página/12 la bailarina que integró la célebre compañía Folkwang Tanz Schule, dirigida por Bausch.
Ese fue el germen de Yo te vi caer, un montaje que combina danza, actuación, video, fotografías y música, interpretado por Szeinblum y Loza con dirección de Alvarez. La obra tuvo un muy buen estreno en el Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino de La Plata en el marco del ciclo Panorama Sur, agotando las localidades. A fines del 2013 se presentó en el Festival de Danza de Valparaíso y ahora puede verse en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), los martes a las 21 horas. A diferencia de otros textos de Loza de tono coloquial pero a la vez inquietante (como La mujer puerca, actualmente en cartel), éste es mucho más poético y abstracto. En el comienzo y desde el momento en que los espectadores ingresan a la sala, Szeinblum –de impecable camisa blanca y pantalón negro– está tomada por un estado preciso. Una suerte de angustia y desesperación domina su cuerpo, que parece no tener sosiego. No hay música, se oye el roce de sus pies sobre el tapete blanco mientras dibuja movimientos de una belleza impactante. Parece haber caído, y si bien se sostiene sobre sus piernas, la gravedad la atrae una y otra vez. Cuando sale de ese trance, toma la palabra y surge una voz conmovida, la de una persona que perdió todo, inmersa en un abismo interno. Dice: “Soy atemporal como la fosa en la que caigo. Este vacío estuvo y estará siempre, es un vacío que se parece a otro... No tengo edad y quedo aquí para siempre.... Hace un rato tenía miedo, ya no. El miedo se tiene. Yo no tengo nada. Nada”.
Su relato se entrecorta con una serie de textos leídos por Loza que aparecen proyectados en una pantalla. Son menos poéticos, mucho más narrativos y cuentan distintas anécdotas. Algunos tienen hasta una leve gracia; otros son ásperos, feroces. Todos refieren a distintos tipos de caída, como la de una familia china arrastrada por un río, la del perro que cae en un pozo y muere, la de las Torres Gemelas. Diana acompaña con su cuerpo estas historias, para después retomar el texto en primera persona. Todo acompañado de una música suave, de las fotos y videos de la intérprete realizados por Nora Lezano, y de la proyección de fragmentos de obras audiovisuales de Bas Jan Ader. El fue un maestro de la performance que registró diversas formas de caídas físicas, que destilan una cierta tristeza y también algo de humor. Así es como se va tejiendo un universo poblado de derrumbes físicos, espirituales y emocionales; un relato hecho de mosaicos que impactan en el espectador. Los diversos lenguajes se articulan en un montaje minimalista, sintético y muy cuidado que demanda del espectador una actitud abierta para dejarse empapar de palabras, sonidos, movimientos, imágenes y texturas.
–¿Cómo fue el proceso creativo a partir del texto de Loza?
Maricel Alvarez: –Diana me convoca para dirigirla y, en un comienzo, el texto de Santiago era un gran poema dramático que no distinguía voces. Era una voz en primera persona que narraba en tiempo real una caída. En un principio sólo iba a estar Diana en escena, pero cuando sumamos a Santiago a los ensayos empezamos a entender que ellos dos iban a dar algo muy interesante por oposición. Diana es una intérprete muy entrenada, con una técnica exquisita. Y a Santiago le cuesta exponerse; su forma de expresión es la palabra escrita. Los textos que él lee y que proyectamos fueron escritos por pedido mío para la puesta. Estaba claro que tanto el tema como los roles que asumimos nos vulneraban: Diana no bailaba hace mucho y como actriz no se sentía tan segura; yo venía de probarme como directora pero no tengo un gran camino recorrido como sí lo tengo en la actuación. Para Santiago también era algo nuevo. Es un proyecto que nos ponía en un lugar inestable, de desequilibrio. Si bien Santiago oficia de testigo, de acompañante, no le tocó una sencilla. Estar en escena no es nunca gratuito y leer textos propios, menos. No crea un personaje, no interpreta, presta su presencia y su voz con todos los problemas que supone para un escritor leer sus materiales. En algunos momentos se emociona, se le entrecorta la voz y está bueno que suceda.
–¿Por qué eligieron el tema de la caída? ¿Qué les atrae especialmente?
Diana Szeinblum: –Siempre fue una imagen que abrió un lugar de mi imaginario, de mi sensibilidad. De chica mi libro preferido era Alicia en el País de las Maravillas y, el momento de la caída, en especial. Después, cuando estudié con Renate Schottelius hice un ejercicio sobre la caída. Es un tema recurrente en mi trabajo y en mi vida. Pero la caída no como pérdida, como derrumbe exclusivamente, sino lo contrario. De hecho, de todo el texto, me siento más identificada con el final cuando mi personaje dice que la caída es una fuerza que se eleva, que va hacia arriba, que se llena de energía.
M. A.: –Es que la caída también tiene que ver con abismarse, con la libertad total y la alegría que produce no atarse a nada, perder el control. Santiago produjo un material que va mucho más allá de lo que le contó Diana, que tiene que ver con lo que a él le dispara el tema. Y yo también sumo mi aporte desde mi experiencia de vida y como artista. Son tres miradas que se articulan sobre un concepto.
–¿Cómo fue la inclusión de los videos del holandés Bas Jan Ader?
M. A.: –Es un artista de culto en el mundo de la performance, un maestro del arte de la caída. Se pasó su corta vida estudiando ese concepto desde la filosofía y desde la práctica. Sus videos nos inspiraron mucho, son imágenes tiernas, melancólicas, tristes pero con cierto humor. Con su obra pudimos mirar la caída desde un lugar elegantemente cómico,
D. S.: –Pero Ader no es un Buster Keaton que va decididamente hacia el humor.
–Sobre el final, el clima es otro y cierra con el video de una nena bailando, que esquiva la caída, pierde el equilibrio pero nunca tropieza.
D. S.: –En un momento de los ensayos, Maricel me pregunta si no tenía algún registro de cuando era chica. Y encontré éste en el que estoy lanzada a improvisar, algo que hacía muy seguido cuando me ponían determinadas músicas.
M. A.: –Es recuperar algo de lo lúdico, porque en la infancia se invoca el juego con mucha más facilidad. Hay un círculo en el espectáculo, entre el comienzo con la escena en que Diana improvisa y este video en que aparece una nena bailando libremente. Tal vez muchos no la reconozcan, pero aunque no se sepa que es ella, la imagen de un niño bailando sin inhibiciones es algo luminoso de por sí.
D. S.: –Sí, y desde ese momento empezamos a caer. Las limitaciones que trae el crecimiento son muchas. Crecemos y empezamos a caer desde temprano.
–¿Creen que la obra tiene algo de humor?
M. A.: –Cuando leímos por primera vez algunos de los textos, nos tentamos. Como cuando un personaje de uno de los relatos que lee Santiago dice: “Tengo la soledad inmensa de toda la China”. Es una manera de decir que está triste y solo en un país superpoblado, una metáfora tan conmovedora como graciosa. Las caídas de Ader pueden resultar desoladoras pero también de un humor melancólico. Y algunos pasajes que dice Diana también.
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