“El psicoanálisis no es sólo argentino”, podría parafrasear el televidente local al enfrentarse a Psi (hoy se estrena en HBO a las 21). Basta mencionar algunos productos de Pol-ka como Vulnerables, Locas de amor, Tiempos compulsivos o la lograda adaptación de la serie israelita En terapia (en la TV Pública) con Diego Peretti y Norma Aleandro en los protagónicos, y dictaminar que para la autodenominada sociedad más psicoanalizada del planeta esta producción tal vez no sea tan novedosa en su propuesta. Los aspectos destacables de la ficción que recorre los días –y particularmente las noches– de Carlo Antonini (Emilio de Mello) pasan por un lado menos evidente que su coraza.

Cada capítulo (son trece en total y de una hora de duración) presenta al profesional que lidia con sus propios problemas y el modo con que intenta desentrañar casos diversos: sea el de una pequeña autista o el de una joven que sólo encuentra alivio al tajearse la piel. Por eso es que Psi apela tanto a la estructura de unitario como a la continuidad a partir de la vida de este personaje creado por Contardo Calligaris (psicoanalista italiano radicado en Brasil, que escribió sobre su alter ego en sus novelas El cuento del amor y La mujer de rojo y blanco). En una entrevista del Folha de São Paulo, Calligaris definió a Antonini como “curioso, invasivo, amante del riesgo, un poco fóbico, recién separado de su mujer, aunque ella piense que nunca realmente estuvieron juntos”.

La apertura de esta producción original de HBO ofrece música clásica mientras Antonini recorre calles de San Pablo que lentamente se vuelven cuadros de M. C. Escher. Lo imponente sirve también para delimitar el terreno. Estamos ante un auténtico programa de temática adulta pensado y concebido para un público que acompañe los dilemas existenciales de un profesional brasileño, urbano, refinado y progresista. Antonini está atravesando una crisis de mediana edad y desconfía incluso de su labor. El actor que lo interpreta describió a su criatura como imprevisible e impaciente. “Cree que tiene más razón que los otros, siente antipatía por las emociones triviales y por el clisé del terapeuta que lo resuelve todo como un coloso impávido”, dijo.

El ritmo de Psi también le exige al espectador una importante dosis de atención, con unos tiempos que se asemejan a la misma somnolencia zumbona que sufre el protagonista. Por otra parte, la serie no pasa mucho tiempo en el consultorio, sino afuera, en esa ciudad abrumadora como pocas.

Antonini es, en definitiva, un dandy freudiano cuyo hobby principal es el flirteo con el otro sexo. Y allí caen todas: su ex, una colega, e incluso una artista callejera a la que le confiesa que abandonaría su refinado –y gélido– departamento por irse a vivir con ella a una zona carenciada de una de las ciudades más densas del mundo. Punto a favor de Psi. A diferencia de otras producciones audiovisuales del país vecino, aquí no se abona el pintorequismo de la pobreza for export, ni su reverso, la falsedad de quien mira todo desde helicópteros caros escuchando un compilado de “bossa and lo que sea”. Es por ello que un capítulo de Psi puede trabajar la temática del aborto, de las adicciones o del extremismo religioso. El director de la serie, Marcus Baldini, confesó que su intención era hacer algo innovador y de corte cinematográfico que no fuera simplemente una lista de casos bizarros, sino que diera con historias humanas. Psi, entonces, no será tan de vanguardia ni convencional, aunque las criaturas que aparecen por ahí simplemente traten de estar mejor.