Sábado, 5 de julio de 2014 | Hoy
TEATRO › ANDRES BAZZALO HABLA DE SU PUESTA DE AMARILLO, DE SOMIGLIANA
“En cuanto leí el texto sentí que era para mí”, asegura el director sobre esta obra inspirada en Vidas paralelas, de Plutarco. Y aunque se tomó “muchas libertades” para su puesta en el Teatro del Pueblo, la temática la vuelve “muy actual”.
Por Paula Sabatés
En mayo último, el Teatro San Martín cumplió 70 años y, como parte de las actividades programadas para el festejo, el Complejo Teatral de Buenos Aires decidió homenajear al legendario Teatro del Pueblo, reconocido como el primer teatro independiente de la Argentina, que funcionó primero un tiempo donde ahora está el mítico teatro de la Avenida Corrientes. Para eso, eligió Amarillo, un texto del fallecido dramaturgo Carlos Somigliana, quien fue uno de los impulsores más activos de aquel espacio (hoy en día, la fundación que lleva su nombre es la responsable de la programación de todas sus salas) y se lo ofreció al director Andrés Ba-zzalo, director de trayectoria que ya había trabajado varias veces con versiones de clásicos, para que lo ponga en escena. “En cuanto leí el texto sentí que era para mí”, cuenta a Página/12 el director, que aceptó enseguida la propuesta y propuso su versión de esta, una de las obras más célebres de Somigliana pero que muy pocas veces se representó en Buenos Aires.
Inspirada en Vidas paralelas, de Plutarco, Amarillo está situada en Roma, un siglo antes de Cristo, y cuenta la historia de Cayo Graco (interpretado por el notable Sergio Surraco), quien decide vengar la muerte de su hermano mayor a manos de la aristocracia, y para eso se postula como tribuno, representante del pueblo. Este lo apoya y durante su ascenso político propone y lleva a cabo políticas populares tales como la reforma agraria y la redistribución de riquezas, que la plebe celebra. Pero sus acciones desatan la furia de los patricios, que pronto inician conspiraciones en su contra para desterrarlo de su cargo y quitarle la vida. A eso se suma la traición de su mejor amigo, Livio, que se propone reemplazarlo en el poder, ayudado por los más poderosos.
En su versión, Bazzalo reconoce que se tomó “muchas libertades”, aunque siempre manteniendo la ideología y los conceptos de Somigliana. En la puesta casi no hay escenografía (sólo una pequeña tarima y una columna) y el vestuario de los personajes es neutro, con pequeñas marcas que denotan las diferencias de clase. Todo está centrado en la actuación y en los actores, que nunca salen de escena, sino que se quedan a un costado y además producen ellos mismos parte de la banda sonora. Son, además de Surraco, Guillermo Berthold, Joaquin Berthold, Rafael Bruza, Luis Campos, Daniel Dibiase, Adriana Dicaprio, Heidi Fauth, Sergio Pereyra Lobo, Hernán Pérez, Miguel Terni y Daniel Zaballa.
“Lo que me gustó de la obra es que es bastante ejemplar acerca de la lucha descarnada por el poder y eso la vuelve muy actual. Siempre vivimos escribiendo esa misma historia: la del héroe populista que toca los intereses de los poderosos y entonces quieren destruirlo”, asegura Bazzalo, que reconoce en la obra una estructura de corte shakespereana. Para el autor, tiene mucho sentido volver a montarla ahora porque, según dice, en los últimos años volvió a tener mucha resonancia. “Es muy fácil reconocer en la pieza muchos procedimientos políticos y a muchos funcionarios de la actualidad”, sentencia.
–¿Puede dar un ejemplo?
–No tendría sentido. Creo en la metáfora, no en los materiales directos. Para eso ya están el periodismo o la televisión, formas directas de hacer política. El arte es otra cosa. Decir a qué persona real hace referencia para mí cada personaje es restringir la capacidad de interpretación de los otros.
–¿En qué consistió su versión?
–Con la evolución de los medios de comunicación masivos, hoy necesitamos menos explicaciones para comprender todo. Mi versión se fijó en eso. El texto original tiene mucha más explicación, es más profuso, más retórico, y además se hace mucha alusión a la historia romana. Por otro lado, está escrito de tú. Intenté sintetizar la línea de acción central, por eso en vez de tres horas dura 75 minutos. Además lo llevé al voseo, intentando igualmente que resultara un texto de corte clásico. Ese fue el mayor desafío: elegir palabras que intentaran hacer verosímil un mundo romano pero contado en la actualidad. Creo que logré una versión actual de la obra sin traicionar su ideología y sus conceptos.
–¿Le preocupa que el teatro “posdramático” se fije más en la forma que en el mensaje y se abandone lo explícitamente político?
–Para nada, porque, como se suele decir, todo teatro es político. La poética en sí ya es política. Entonces, si te la das de posmoderno también sos político, quizá más que haciéndote cargo de eso. Nadie puede ser ingenuo ni intentar serlo. Todos sabemos bien lo que estamos haciendo.
–¿Qué lugar ocupa este trabajo dentro de su carrera?
–Siempre digo que el último trabajo de un autor o director es el más comprometido. A mí me gusta mucho hacer versiones, lo he hecho muchas veces y con materiales muy diversos. Pero en cuanto leí este texto sentí que era para mí. Por el estilo, por la poética. Y eso que ya había trabajado con otros clásicos que estaban referidos a épocas pretéritas. Ya había hecho la tarea de referirme al presente a través del pasado, porque es algo que me interesa especialmente como forma de comunicación. Pero sin dudas esta obra no es una más. Y no sólo para mí. También lo noto en el público, en el entusiasmo y la sorpresa con que la reciben.
* Amarillo se puede ver de jueves a sábados a las 20 y los domingos a las 18 en el Teatro del Pueblo, Av. Roque Sáenz Peña 943.
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