Sábado, 5 de julio de 2014 | Hoy
TEATRO › JORGE LAVELLI REGRESO A BUENOS AIRES PARA DIRIGIR EL IDOMENEO DE MOZART EN EL TEATRO COLON
El director argentino, radicado hace medio siglo en Francia, es uno de los más importantes del mundo. En su puesta hizo modificaciones sustanciales: “Hay cosas que saqué porque son inoportunas y contrarias al espíritu dramatúrgico de la obra. El ballet, por ejemplo”, dice.
Por Diego Fischerman
Es uno de los directores de teatro más importantes de la actualidad. Sus puestas, en Francia, de El casamiento y de Yvonne, princesa de Borgoña, de Witold Gombrowicz, su Macbeth de Ionesco o su Hija del aire, de Calderón de la Barca –que había tenido música de Gerardo Gandini– en el Teatro San Martín de Buenos Aires o, en esta misma ciudad, su extraordinaria mirada sobre Pelléas et Mélisande, de Claude Debussy, estrenada en el Colón en 1999, marcan una trayectoria caracterizada por el inconformismo. Y es que si algo puede esperarse de Jorge Lavelli es que las cosas jamás resulten exactamente como se las espera.
“Me encanta estar en Buenos Aires; soy porteño”, le dice a Página/12. Radicado hace medio siglo en Francia, donde entre otras cosas dirigió el Théâtre National de la Colline, Lavelli está nuevamente en su ciudad natal para dirigir el Idomeneo, de Wolfgang Amadeus Mozart, que subirá a escena el próximo martes 8 en el Teatro Colón. “Hay algo único en esta ciudad, con todo su desorden y con todas sus dificultades, que estaba cuando era chico y vivía en la parte sur del barrio de Flores y sigue estando ahora: la mezcla. Eso es lo que hace única a Buenos Aires.” En cuanto a las dificultades, no quiere abundar demasiado. Sacude la cabeza y, casi para sí, reflexiona: “Ya se sabe, el Colón siempre fue un lugar muy difícil para trabajar. Las cosas no están, hay mucha desorganización, ensayar es muy dificultoso”. Varias veces le ofrecieron la dirección del Colón y varias veces declinó el honor. Hubo, además, proyectos frustrados, como el Wozzeck de Alban Berg en un gigantesco galpón, imposibilitado por la crisis económica de 2001, que se había proyectado durante la gestión como director de Emilio Basaldúa, tan breve como llena de ideas. “En todo caso, lo que sigue siendo interesante aquí es que a pesar de los problemas siempre hay ideas”, afirma Lavelli.
Una obra de teatro –y un libreto de ópera– para él es un organismo vivo. “Idomeneo tiene una música maravillosa, ahí está todo Mozart, pero el libreto es extraño; en realidad, es una especie de remiendo, que surge de la adaptación de otra ópera anterior, compuesta en Francia por André Campra –reflexiona el director–. El libro es de Giambattista Varesco, que era capellán de la corte de Salzburgo. Era un cura, supongo que respetable, pero no era un libretista. Era un admirador de Metastasio, y eso se nota en que es un poco pesado. Ceñirse a ese guión, donde además hay escenas de ballet que destruyen todo el sentido teatral, sería una barbaridad. Hemos hecho unos cuantos cortes. Lo cierto es que esa historia de dioses y reyes no es muy interesante a esta altura del partido, pero sí lo son los pactos, y los dramas a los que enfrenta una decisión difícil, y la manera en que los viejos dejan su lugar a los jóvenes. En el fondo, ésta intenta ser una tragedia griega y las tragedias griegas nunca hablan de lo que parece que están hablando.”
Con funciones, además de la del estreno, el viernes 11, el sábado 12, el domingo 13 (la única que será a las 17 y no a las 20.30) y el martes 15, esta ópera estrenada en 1781 tendrá dirección musical de Ira Levin y contará con dispositivo escenográfico de Ricardo Sánchez Cuerda, vestuario de Francesco Zito y diseño de Iluminación de Roberto Traferri y el propio Lavelli. Participarán la Orquesta Estable y el Coro Estable del Teatro Colón (dirigido por Miguel Martínez) y el elenco principal (que cantará en las funciones del 8, 11, 13 y 15) estará encabezado por Verónica Cangemi, Richard Croft, Jurgita Adamonyté y Emma Bell. En la función del 12, los protagonistas serán Marisú Pavón, Gustavo López Manzitti, Florencia Machado y Macarena Valenzuela.
“Con Levin (el director musical) nos comunicamos por mail y coincidimos absolutamente en los cortes –cuenta Lavelli–. Hay cosas que no se pueden hacer porque son inoportunas y contrarias al espíritu dramatúrgico de la obra. El ballet, por ejemplo.” Idomeneo, de hecho, concluye con un ballet. “No lo hago. Yo dije, de entrada, ‘ballet no pongo’. Eso es un atentado contra la obra –se ríe–, que termina muy bien con un coro magnífico. Ese ballet vuelve más bien sobre lo mitológico que es, justamente, lo que eludo en la obra. Hay cosas que no pueden eludirse del todo, porque están en el texto, pero tampoco es cosa de insistir en ellas. Todo eso de los dioses era divertido, además, incluso en las versiones satíricas, como la de O-ffenbach, por ejemplo, porque la gente conocía esas historias. Ahora nadie sabe nada sobre los dioses griegos. Ya no se estudian en el colegio. No se sabe de qué están hablando. La obra, para mí, es el dilema de Idomeneo. Es algo a lo que cualquiera podría ser sensible. Allí hay eficacia dramática y, además, eso es lo que le permite a Mozart desarrollar ese personaje y suscitar interrogaciones. Obviamente, eso nada tiene que ver con Creta y diría que cuanto menos tenga que ver con Creta, mejor. Nuestra historia está, más bien, inspirada en el teatro Nô. Trabajo sobre la desnudez. No sólo porque no está hecho el decorado (se ríe), aunque supongo que para el estreno estará terminado, sino porque hay una idea de renuncia a lo incidental. El dispositivo escénico, finalmente, es como un tinglado. Y lo que está en el escenario son muy pocas cosas y todas ellas con una significación. No están allí para ilustrar ni para adornar. Eso no lo hago ni el teatro dramático ni en el lírico. Esa desnudez, esa simplicidad, está acompañada por cosas que vienen de la imaginación.”
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.