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Viernes, 5 de septiembre de 2014

TEATRO › GABRIELA IZCOVICH ACTUA Y CODIRIGE ALMA TEATRAL

Cuando el teatro es refugio

La obra está entre la ficción y la propia biografía artística de su creadora: se centra en la conversación que entabla una mujer que dejó el teatro hace más de veinte años con gente que se reúne en el supuesto living de su casa para probar una torta de manzanas.

 Por Cecilia Hopkins

“El teatro no es un artificio acartonado, es como la vida”, dice Lía, el personaje que interpreta Gabriela Izcovich, en Alma teatral, obra de su autoría que está presentando en La Carbonera, de Balcarce al 998 (viernes a las 21). A medio camino entre un repaso de la propia biografía artística y una obra de ficción, Alma... está centrada en la conversación que entabla una mujer que dejó el teatro hace más de veinte años con la gente que se reúne en el supuesto living de su casa para probar la torta de manzanas que ella misma amasa durante la velada. Pero el teatro, su primera pasión, es solamente uno de los temas que desa-rrolla Lía. El otro es la evocación del gran amor de la segunda parte de su vida.

“Venía muy retirada de la actuación y esta obra es un reencuentro”, le cuenta la actriz y directora a Página/12, antes de completar la idea, dado que dedicarse a la dirección fue la forma que encontró para hacer teatro de un modo más relajado: “Como me agotaba dejar el cuerpo en el escenario, encontré en el rol de la dirección la posibilidad de no exponerme tanto y tener algo de independencia. En cambio, la actuación implica una presencia y entrega total”, diferencia. Desde los talleres que dirige junto a su hermana Ana, con quien comparte la dirección de Alma..., Izcovich enseña a “construir ficción a través de un estado de actuación verdadero, donde el artificio está escondido al punto de que no se sabe si se trata de ficción o de realidad”, según define.

Cuando Izcovich comenzó a darle forma a lo que luego sería Alma..., el primer texto que salió fue un cuento. Pero en cuanto se fue transformando en una estructura dramática, ella supo que iba a interpretar a aquel único personaje y que lo haría a modo de exorcismo. “El teatro siempre hace bien”, reflexiona. “Y, al menos para mí, es un refugio, aunque soy consciente de que el refugio más seguro para cualquiera es uno mismo: confiar en lo que se tiene es necesario para armar un entorno que haga bien, un lugar que bien puede estar en la propia casa”, dice. De este modo, también explica las razones por las cuales el personaje recibe a los espectadores en lo que se supone es su propio living. “Ese es su lugar de representación”, afirma Izcovich, partidaria del teatro que propone la cercanía entre actor y espectador. “Tiene que ver con la transparencia que implica que la gente pueda ver más allá del actor, sin que medien micrófonos o escenografías”, sostiene.

Algo que para Izcovich fue definitorio en el momento de encarar este proyecto fue la sensación de estar cerrando una etapa de la vida. Porque, tanto en lo personal como en lo profesional, la actriz y directora detecta cambios importantes. “Para mí se termina un ciclo con el cierre de La Carbonera, la sala donde estrené muchas de mis obras”, resume. “Mis hijos ya están grandes, entraron en la etapa de pasar a ser amigos y compañeros míos, lo cual implica una libertad mayor para mí.” Es por esto que, como si se tratase de un homenaje (“a lo realizado, pero también a quienes me acompañaron”, según subraya la propia directora), mientras el personaje de Lía va a buscar la torta que convidará a los presentes, en la pared del fondo de la sala se proyectan imágenes de muchos de los espectáculos de Izcovich, entre ellos Nocturno hindú, sobre la novela de Antonio Tabucchi; Aráoz y la verdad, adaptación que realizó de la novela homónima de Eduardo Sacheri; El último encuentro, sobre la novela de Sándor Márai, y Faros de color, de Javier Daulte.

“Defiendo mucho la actividad de la mujer, su necesidad de ejecución”, afirma Izcovich. “Cuando Lía descubre el amor y abandona su profesión, queda claro que no todo en la obra es autorreferencial.” La pérdida de personas importantes es otro de los núcleos de reflexión que ofrece el montaje: “Quienes dejaron huellas positivas en nosotros deberían convertirse en una compañía. Hacer una obra con esa idea es una forma de revertir en compañía a la ausencia”.

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“Venía muy retirada de la actuación y esta obra es un reencuentro”, afirma Izcovich.
 
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