Sábado, 4 de octubre de 2014 | Hoy
TEATRO › CIRO ZORZOLI, FRENTE AL REESTRENO DE SU OBRA ESTADO DE IRA
El dramaturgo, director y actor sostiene que jugar con la idea de los límites de la representación le permite “hablar de las relaciones humanas”. Vínculos que, en esta obra, que trabaja sobre el clásico personaje de Ibsen Hedda Gabler, “son llevados al extremo”.
Por Hilda Cabrera
Armar un espectáculo donde un grupo de actores interpreta a otros acelerando el ensayo con una reemplazante genera, en principio, curiosidad por el recibimiento que tendrá la recién llegada. Algo de esto sucede en la premiada Estado de ira, del director, dramaturgo y actor marplatense Ciro Zorzoli, egresado del Conservatorio Provincial de Música Luis Gianeo de Mar del Plata y la Escuela Metropolitana de Arte Dramático de Buenos Aires (EMAD). Zorzoli es autor de títulos que no pasan inadvertidos, como Ars Higiénica, junto al grupo La Fronda (2003), obra premiada e invitada a festivales internacionales; El niño en cuestión, de 2005 (en el ciclo Biodrama coordinado por Vivi Tellas), y Símil piel, que integra el Festival permanente de obras cortas Teatro Bombón. Director de Living, último paisaje (1999), donde actuó; Crónicas, del francés Xavier Durringer (en el Festival Tintas Frescas); 23344, de Lautaro Vilo; La música, de la escritora y cineasta Marguerite Duras; Traición, de Harold Pinter; La selva interior, de Marcelo Toledo (en el CETC), y Las criadas, de Jean Genet (una puesta de 2012), presenta ahora Estado de ira, en el Teatro El Picadero (Pje. Enrique Santos Discépolo 1857), todos los lunes a las 21 hasta el lunes 17 de noviembre.
La acción de esta pieza estrenada en el Teatro Sarmiento (del CTBA), en 2010, y luego repuesta en el Metropolitan, transcurre en la noche destinada a la reemplazante para hacer suyo el personaje de Hedda Gabler, la “invencible” mujer suicida de la obra homónima del dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen (1828-1906). En la obra de Zorzoli, creador interesado en “los límites de la representación”, la que se incorpora al apremiante ensayo es Antonia Miguens (papel que compone Paola Barrientos), quien no logra asumir el complejo y “enigmático” personaje de Hedda, tan codiciado por las intérpretes más famosas de la escena europea y americana.
–¿Por qué tomó como referente a Hedda Gabler?
–Hedda es un personaje muy atractivo, pero la medida de este trabajo se relaciona con mis preguntas acerca del teatro. Preguntas básicas, como por dónde pasa hoy la verdad en la escena, y por qué creemos cuando “creemos” en lo que está pasando. Esas inquietudes fueron el motor de Estado de ira. Parten de una crisis en relación con el teatro y el sentido de hacer teatro en una sociedad que produce mucho en materia artística, y no solamente teatro.
–¿Se trata de una crisis de carácter personal, social?
–Mi propuesta, y la del grupo, es reflexionar sobre el vínculo que uno tiene con el teatro y el sentido de seguir haciéndolo. Estaba compartiendo cátedra con Diego Velázquez y Paola Barrientos en la EMAD y decidimos salir de la pura reflexión teórica para llevar estas cuestiones a la escena. Nos interesaba el tema de la creencia, sobre todo porque hoy, ante el poder de los medios de comunicación, uno puede ver en qué lugar ha quedado la representación. Alejandro Tantanian (dramaturgo, actor, director y docente) nos convocó para el Teatro Sarmiento, y de las reuniones con el grupo surgió la anécdota de una actriz a la que había que preparar para un reemplazo. Después pasamos al tema del “deber ser”, a la relación con los clásicos y a cómo se actúa un clásico.
–¿Era necesario elegir un clásico?
–El personaje de Hedda Gabler lo permitía. En Estado de ira, la protagonista no tiene oportunidad de abandonar la escena, no tiene tiempo de camarines. Y eso es interesante al momento de preparar a una actriz para un reemplazo. La obra no parte de una nueva lectura del personaje de Ibsen y no se desarrolla en este tiempo. Despegué la historia y ubiqué la acción en los años ’50. El lugar de ensayo es una dependencia pública de aquella década. Si alguien quisiera hacer una lectura de Hedda vería que ella es “movida” por los demás personajes. Históricamente, aparece como una manipuladora, cuando, en realidad, son las circunstancias las que la llevan a manipular. Aquella era una sociedad muy estructurada, y con un nivel de exacerbación que también vemos hoy entre las personas y entre éstas y lo gubernamental. Y lo digo sin emitir un juicio de valor. En Estado de ira se entabla una puja entre la reemplazante y los integrantes del elenco que dejaron la actuación para convertirse en funcionarios. En esa situación hay mucha cuerda para tensar: celos y peleas por el poder. Empecé por la actriz del reemplazo, que en la ficción toma el nombre de Antonia Miguens. Ella debe hacer el papel de Hedda, junto a esos otros actores-funcionarios y comete errores. El teatro es un arte complejo, un entramado hecho por personas muy diferentes entre sí, y no es tarea sencilla saber y sentir que estamos atravesados por lo propio y lo de otros.
–¿Cuál es la reacción de un director frente al error?
–Es importante entender que el actor no se equivoca. Se equivoca el personaje. El actor no se debe juzgar mientras actúa. Necesita estar todo él en lo que viene haciendo. En esto, el concepto de error es relativo. Después buscará no equivocarse, pero en el momento de la acción tiene que estar incorporado al personaje. No se puede castigar, porque hay toda una pieza por delante.
–¿Qué espacio tiene el espectador en el juego teatral?
–El terreno de juego se desdibuja si no hay alguien mirando. El espectador es el destinatario, el que contiene, el que da marco a lo ficcional.
–¿De ahí también la pregunta sobre la creación con otros?
–Sobre la necesidad de crear con los otros y desde qué lugar. No es sencillo, sobre todo si la actuación interesa también por su sentido social. En mis primeras obras creía que al trabajar con un elenco numeroso se imponía lo colectivo, pero el sentido social se puede dar también en una dupla. Se decía, y se sigue diciendo, que la política robó al teatro mucho de la representación. Jugar con esta idea de la representación me permite hablar de las relaciones humanas, que en Estado de ira son llevadas al extremo, a una especie de canibalismo de las relaciones.
–¿Acaso por influencia de Hedda Gabler, de Ibsen?
–Hay algo de la trama de Hedda... que circula. La experiencia nos demuestra que, cuando uno está abierto a las ideas, todo comienza a dialogar y ordenarse.
–¿Trabajando incluso con niños, como en El niño en cuestión?
–Aquélla fue una experiencia valiosísima que hicimos con Diego Velázquez y Paola Barrientos. Estaban también María Merlino, Javier Lorenzo y otros actores que me acompañan. Trabajar con niños es un riesgo y una experiencia movilizadora para los adultos, que entonces eran jóvenes, pero en comparación, gente grande. Nos asesoró el actor y director Guillermo Cacace, que es psicopedagogo. En todas las obras hay que estar atento, escuchar y no tratar de hacer la obra como salió en la función anterior. Es propio de los humanos retener lo que han hecho y pensar que seguirán estando. Alguien dijo que sacar un pasaje de ida y vuelta es ser muy optimista. Esto es porque no nos llevamos bien con la sensación de vacío. Es interesante ver cuánto se hace sólo por hacer y así evitar el vacío.
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