Sábado, 18 de abril de 2015 | Hoy
TEATRO › JUAN MINUJIN Y CARLA PETERSON, PROTAGONISTAS DE VENUS EN PIEL
Los actores proponen, en la pieza dirigida por Javier Daulte, una “comedia dramática oscura”, que aborda una relación amorosa, llevada al extremo, entre un director y una actriz. “El sadomasoquismo pone en escena la dominación en términos de servidumbre voluntaria.”
“Para los que piensan que es una obra cargada de erotismo y de sexo, sólo tenemos una cosa para decirles: ¡vengan!”, desafía Juan Minujín, sobre Venus en piel, la pieza teatral que acaba de estrenar. “La obra tiene erotismo desde lo corpóreo, pero mucho más desde el juego de seducción intelectual en el que se ven envueltos los personajes”, agrega Carla Peterson, dando en la tecla sobre la manera en que la pieza dirigida por Javier Daulte articula la seducción y el poder. Lúdica y provocadora, perturbadora y liberadora, sensual e hilarante, Venus en piel (de miércoles a domingo, en el Paseo La Plaza) asume el compromiso de abordar una relación amorosa, llevada al extremo, entre un director de teatro y una actriz en plena audición. El sadomasoquismo, como ese placer surgido de someter a otro o de dejarse someter por otro, encuentra en la obra un espacio lúdico, propicio tanto para la carcajada como para la reflexión.
Las formas que asumen el amor y la pasión son tan variadas como imposibles de ser controladas por los seres humanos. Eso bien lo sabe Vanda (Peterson), una ingenua y atropellada actriz que llega tarde a una audición en la que se busca a la protagonista de Venus en piel, la novela erótica de Leopoldo von Sacher-Masoch, y Thomas (Minujín), el director que quiere llevar a escena su propia versión de la obra. En medio de una noche tormentosa, lo que iba a ser una simple audición se convierte en un misterioso juego de seducción, en el que los límites entre la ficción y la realidad comienzan a confundirse para los personajes, incapaces de distinguir entre uno y otro plano. Una obra en la que el registro clásico del siglo XIX se intercala con el del siglo XXI, empujando al espectador a ser rehén de esa misma confusión narrativa.
“Es una obra definitivamente no convencional”, afirma Peterson, que en Venus en piel compone a dos personajes (Vanda/Venus, con doscientos años de diferencia, la mayor parte del tiempo en portaligas) con una versatilidad y solidez sorprendente. “No es –explica la actriz– la típica obra de teatro comercial. La propuesta escénica y narrativa de Daulte para Venus en piel es tan compleja como original. La obra surgió del teatro off Broadway y se convirtió en un éxito. Maneja con mucha perspicacia esa suerte de diálogo interno entre el teatro clásico y el moderno, donde hay cambios de roles y de registros que la vuelven muy entretenida.” Adaptada a la Buenos Aires actual, con referencias a lugares e instituciones de la cotidianidad argentina, la pieza vuelve a reunir a Peterson y Minujín tras haber trabajado juntos en el unitario Tiempos compulsivos y en la película Dos más dos. “Somos dos actores que disfrutamos probando todas las herramientas posibles que tenemos a mano para componer sin filtros. Y esa sintonía que habíamos tenido en otros medios ahora la corroboramos y potenciamos arriba del escenario”, arriesga Minujín en la entrevista con Página/12.
–La obra tiene un tema central que es el sadomasoquismo, cruza la historia de principio a fin. Un tema que habitualmente no es abordado desde el teatro, mucho menos del comercial.
Juan Minujín: –La obra cuenta una historia de amor extrema. ¿Hasta qué lugar loco puede llegar el amor? En Venus en piel se ponen en cuestión la libertad y la dominación y qué sucede con esas dos esferas cuando el amor las atraviesa. Me parece interesante pensar la libertad sexual no sólo en función individual, sino también a nivel social. No sólo uno tiene el derecho a ser dominado por otro, también tiene la dificultad de poder asumirlo y decirlo. El sadomasoquismo aparece al poner en escena la dominación en términos de servidumbre voluntaria. Mi personaje se entrega voluntariamemnte a ser esclavizado por esta mujer que se le aparece. Todo eso aparece en la obra. Pero para que el sadomasoquismo se comprenda en su complejidad, fue necesario trabajar mucho sobre el vínculo de esa historia de amor, que tiene un arco dramático muy bello, porque empieza de una manera y termina de otra.
Carla Peterson: –Tanto mi personaje como el de Juan tienen conciencia de la relación que están construyendo, en ese juego de sensualidad y misterio. Venus... es una obra protagonizada por dos personajes, pero en realidad son cuatro. Están el director y la actriz que hablan de la obra que están ensayando, pero también están los personajes en sí, que tienen vida propia, a tal punto que las fronteras entre la realidad y la ficción se diluyen todo el tiempo. Hay un aspecto de la obra que también se plantea, aunque sea subrepticiamente: no es casual que elijamos ver o formar parte de ciertos proyectos y no de otros. ¿Por qué los actores elegimos trabajar en determinadas obras y no en otras? Más allá de la riqueza de los personajes, hay algo interno que se enciende –puede ser identificación, fantasía, representación– y que se pone en juego cada vez que un texto o una obra nos seduce. Los protagonistas de Venus... son artistas que se están preguntando todo el tiempo cosas y se dejan llevar por las sensaciones que les produce la obra.
–Al punto que tanto Vanda como Tomás se confunden con los personajes que interpretan durante la audición.
J. M.: –La relación entre la ficción y la realidad es un recurso que se utilizó largamente. Me parece que lo que Venus... tiene de audaz es el entrecruzamiento que ambos mundos tienen, en cómo la obra de teatro que estos dos artistas están ensayando trabaja en el vínculo real entre ellos. La ficción tiene la capacidad de iluminar aspectos de lo real que estaban invisibilizados o incapacitados de emerger. Todo ese complejo armado narrativo es contenido por una trama de thriller, en la que se va revelando que la supuesta actriz no sólo tiene el interés de hacerse de ese papel, sino que tiene otra finalidad oculta.
–¿Creen que, aún sin proponérselo, Venus en piel puede cumplir un rol pedagógico respecto del sadomasoquismo?
J. M.: –No sé. Mi personaje le da el poder a ella porque lo que lo seduce a él es entregárselo. No hay una relación masoquista patológica. Es un amor particular en el que se dejan llevar por lo que cada uno siente y le provoca placer. A ella le produce placer el poder que ejerce sobre el otro, a él entregarse absolutamente a ella.
C. P.: –No son enfermos. Creo que no tener esta relación, no dejar salir lo que sienten, los enfermaría. Cuando uno deja emerger aquello que desea, se libera de algo. La existencia de uno siempre es mejor cuando se puede vivir la vida con libertad.
–En Venus en piel hay también una reflexión acerca de cómo el ser humano es, antes que un ser pensante, un ser sensible.
J. M.: –Es una obra que articula muy bien la manera en que dos personas van entrando en ese juego del cambio de rol entre dominado y dominador, sometido y sometedor. La obra desnuda cómo hay impulsos del alma humana que atraviesan la racionalidad. Ni los más racionales toman decisiones netamente racionales. En la obra, la idea del director de haber elegido esta pieza teatral porque le resultaba interesante va cediendo paso a un decisión inconsciente, sensorial, a medida de que el juego de seducción cobra sentido. Es una obra que tiene mucho humor, pero también tiene mucha intensidad y oscuridad que no parecen ser condimentos de una comedia dramática. Es una comedia dramática oscura.
–Como actores, ¿les ha pasado que la ficción en la que trabajaran les afectara su mundo real? ¿Es posible que eso suceda?
C. P.: –Yo siempre sé cuál es el límite y, en todo caso, yo soy la que decide pasarlo o no. Lo que sí me pasa, como ejercicio actoral, es que al texto lo suelo resignificar con sentido y peso propios. Venus... te da la posibilidad no sólo de interpretar un personaje, sino también de recrear un mundo a través de tus propios gestos, de tus parlamentos, de tus silencios. En el cine y la TV, por sus propios esquemas de producción y de consumo, lo ficcional y lo real tienen fronteras más claras que las que propone el teatro.
J. M.: –La obra tuvo su versión cinematográfica, La venus de las pieles, filmada por Roman Polanski, que está muy bien lograda. Pero son planos. Nosotros trabajamos desde la teatralidad y no en el verosímil que propone el cine. Pero es esa misma teatralidad la que nos permite darle rienda suelta a un juego que atrapa a los que estamos arriba del escenario, pero también a los espectadores. El teatro nos mete en mundos distantes sin que nos demos cuenta. Eso es mágico: a lo largo de mi carrera el teatro me ha acercado a realidades que de ninguna otra manera hubiera conocido.
–¿O sea que para ustedes la actuación es mucho más que una condición laboral?
J. M.: –Lo es, pero en mi caso a partir de lo laboral. No me surgió el teatro como vehículo para una búsqueda espiritual que luego se transformó en mi sostén económico. A mí me gusta actuar, y a partir de la actuación enriquecí mi espíritu, por llamarlo de alguna manera. Si uno se toma la actuación desde el lugar de tratar de habitar humanamente cada personaje, la actuación no es simplemente una expresión. Los actores tenemos muy aceitado el ejercicio de ponernos siempre en el lugar del otro. Por eso somos tan raros (risas).
C. P.: –La actuación es un camino de aprendizaje. Nadie que empezó a actuar es peor humano que antes de hacerlo...
J. M.: –Pero mirá que hay actores que son tremendos... (risas)
C. P.: –Espero que no lo digas por mí, que como actriz soy una excelente persona... (risas).
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