Sábado, 18 de abril de 2015 | Hoy
MUSICA › KISS CELEBRO EN VELEZ SUS CUARENTA AÑOS DE TRAYECTORIA
Cada vez que un fuego de artificio truena en Vélez y llena el escenario de humo y colores, el público responde enardecido. Es muy probable que los músicos de Kiss ignoren la densa carga simbólica que la pirotecnia arrastra en la cultura rock argentina desde Cromañón. Al igual que los paladines del bengaleo que acabó con la vida de 194 personas, ellos también conciben este recurso como un elemento fundamental del espectáculo que ofrecen. Claro que, en este caso, las detonaciones persiguen un fin artístico y están fríamente calculadas. Forman parte de un inventario en el que también aparecen los disfraces de villanos de historieta japonesa, un maquillaje que acentúa facciones perturbadoras con trazos oscuros, Gene Simmons vomitando sangre de utilería antes de “God of thunder”, Tommy Thayer lanzando llamas desde su guitarra, Eric Singer elevándose con su batería a través de una araña mecánica o Paul Stanley sobrevolando el campo como si estuviera a punto de caerse mientras comienza “Love gun”. Pero nadie saldrá herido: como los niños que juegan a la guerra con armas de juguete, Kiss explota el carácter lúdico de los peligros que nunca se consuman. ¿Acaso la razón de ser el rock no es la de poner en escena una ilusión compartida?
Sus cuarenta años de carrera fueron el motivo al que apeló una banda que, en verdad, no necesita excusas para salir a darle la vuelta al mundo. Es que en cada rincón del planeta siempre hay una multitud dispuesta a pagar una entrada para ver lo mismo de siempre como si fuera la primera vez. La fingida sorpresa de un chiste que ya se conoce pero siempre causará gracia: todos esperan oír por los altoparlantes la clásica frase “You wanted the best, you got the best” como señal de la inminente aparición sobre el escenario. El anticipo de un show que se anuncia memorable.
Cerca de las 21.30 del jueves se apagaron las luces del estadio de Vélez Sarsfield y la Argentina se preparó para otra visita del grupo neoyorquino, la tercera consecutiva con esta formación que ya no cuenta con el aporte del legendario guitarrista Ace Frehley. Desde entonces, el capital simbólico se sostiene entre Stanley y Simmons. En ese concierto de maquillaje, cuero, brillantina, rompeportones y luces espaciales, el Chico de la estrella y el Demonio son los tensores de ese misterioso encanto en el que lo mismo se mecen el machismo y la androginia como figuraciones de la provocación (otra narrativa del rock que Kiss encarna y traduce con una autoridad inapelable). Pero nada de eso tendría sentido sin un repertorio inoxidable. Detrás de las ilusiones y los artificios, emergen las canciones como garantía de autentificación: desde el comienzo con “Detroit rock city” hasta el cierre de la mano de “Rock and roll all nite”, el grupo se apoya en el respaldo de una obra que talló la historia del rock como cultura y como forma de sentir y vivir la vida.
“¡No sé hablar español, pero entiendo, mis sentimientos y mi corazón es suyo”, es lo primero que dice Paul Stanley, repitiendo acaso la única frase que aprendió al cabo de tantas giras por América latina. Poco después, el cantante quiso estimular la arenga de un público que arrancó tímido: “Nuestro último show fue en Santiago de Chile... ¡pero ustedes son los mejores!”. La respuesta fue una folklórica rechifla, prontamente apagada por los acordes de “War machine”, uno de los celebrados repasos de Creatures of the night, de 1982 (los otros fueron “Love your heart” y la canción que dio nombre al disco). Entre los clásicos infaltables también sonaron “Lick it up”, “Deuce” y el tradicional bloque final con “Shout it out loud”, “I was made for lovin’ you” y, naturalmente, “Rock and roll all nite”, banda sonora de la consabida lluvia de papel picado.
La música cesa pero las llamas siguen vivas. Así pretende imponerlo la batería de fuegos artificiales que ilumina el cielo cuando el escenario ya queda vacío. Todo es parte del guión. Lo que nadie previó fue la lluvia posterior, un diluvio bíblico que apagó la noche de Liniers y puso a miles de personas a correr bajo el agua con el maquillaje corrido. Parecían payasos escapando de un circo, felices de haber compuesto la ilusoria epopeya del rock.
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