TEATRO › EDUARDO ROVNER Y SU OBRA SóCRATES, EL ENCANTADOR DE ALMAS
El dramaturgo repuso una pieza teatral que escribió en 1999 y estrenó recién en 2010. El tema es el juicio que sufrió el filósofo griego, que concluyó con su condena a tomar cicuta.
› Por Cecilia Hopkins
Dueño de un perfil poco ortodoxo en cuanto a sus métodos de enseñanza, un profesor de filosofía teatraliza frente a su alumnado el devenir del juicio que concluyó condenando a Sócrates a tomar la cicuta en la Atenas del 399 a.C. Texto para un solo actor en el que tienen cabida tres personajes –el mencionado profesor, el filósofo acusado y también su sombra parlante–, Sócrates, el encantador de almas fue escrito por Eduardo Rovner en 1999 y estrenado recién seis años atrás. Con el mismo intérprete de entonces, Luis Campos, y la dirección compartida entre el dramaturgo y Fabiana Maneiro, la obra subió a escena el fin de semana pasado en el Tadrón Teatro de Niceto Vega al 4800.
“El texto parece haber sido escrito ayer mismo”, afirma Rovner en la entrevista con Página/12 antes de recordar las motivaciones de su escritura: “Era la época de Menem”, subraya, “y por entonces se había vuelto natural que los políticos cambiasen sus ideas con el objeto de hacer negociados o recibir dádivas. Todos criticaban esta costumbre pero sin embargo, ese comportamiento terminó viviéndose como algo natural. Entonces pensé en escribir una obra para mostrar que era posible otra forma de actuar”.
Con la idea de encontrar un personaje histórico incapaz de hacer concesiones ante el poder de turno, Rovner cuenta que enseguida eligió a Sócrates, “a quien la asamblea ateniense condenó a la pena de muerte y aún pudiendo cambiar sus convicciones no hizo nada para impedirlo”. Basado en los escritos de Platón y Jenofonte, según detalla, el dramaturgo explica: “En ese momento, la pena de muerte se podía eludir eligiendo ir a la cárcel o bien aceptando el destierro, pagando una multa o comprometiéndose a abandonar la actividad por la cual se recibía el castigo”, enumera y concluye: “Y aunque Sócrates pudo haber dejado de filosofar se negó a hacerlo, porque sentía que con su actividad mantenía despiertos a los ciudadanos. De manera que por no ceder eligió morir”.
Si bien el monólogo se basa en los hechos tal como fueron relatados por los textos clásicos, Rovner se interesó en algo imposible de confirmar: “Como dramaturgo, quise ocuparme en describir lo que pudo sentir Sócrates durante su juicio. Por eso la obra se centra sobre sus emociones”, explica. En cuanto a los personajes, entre los dichos del profesor y los del propio Sócrates se cuelan los consejos de Sómbrates, la sombra del filósofo que funciona a modo de alter ego: “es un personaje cuestionador, imaginario, como los personajes de fantasía que siempre aparecen en mis obras junto a los personajes de la realidad”, distingue el autor. En referencia al marcado carácter didáctico de la pieza, Rovner sostiene: “Cuando la escribía pensaba en que además de interesarse en lo que sucede en la obra el público podía aprender. No creo que el teatro deba ser necesariamente didáctico pero a veces puede serlo, porque no creo en las reglas absolutas”, afirma el dramaturgo. Así, desde la perspectiva del actor, los espectadores asumen los imaginarios roles colectivos del alumnado y la asamblea ateniense, dado que, en opinión del autor, “en los unipersonales es muy importante establecer al interlocutor”.
Cuando se le pregunta acerca de sus experiencias en la dirección, Rovner se declara “más dramaturgo que director” y aclara que solamente dirige en momentos en los cuales no está embarcado en la escritura de un nuevo texto: “Es que si estoy escribiendo no tengo el tiempo que se necesita para dirigir una obra”, se justifica el dramaturgo, quien asegura que a veces puede estar escribiendo durante 12 horas seguidas. Sin embrago, Rovner aclara que una obra suya puede quedar inconclusa durante largo tiempo. Fue el caso de Volvió una noche, una de sus obras más conocidas, que pudo finalizar 8 años después de haberla comenzado a escribir.
Al referirse a su método de escritura, el dramaturgo se explaya: “Trato de no tener la historia clara de entrada. Y no pienso en ideas sino en imágenes, en situaciones que me conmueven o me divierten. Y en algún momento de la escritura voy descubriendo la historia que quiero contar. Escribir una obra es una aventura, significa la creación de un mundo poético donde queda el testimonio inevitable del mundo que vive el artista y también el que merecería vivir”. En cuanto a los asuntos a desarrollar en su dramaturgia, Rovner asegura que todos los temas podrían resumirse en “el conflicto entre lo institucionalizado y el deseo individual: el punto de fuga siempre es ese aunque todas las obras sean diferentes y traten de héroes o de mártires”.
* Sócrates, el encantador de almas, en Tadrón Teatro, Niceto Vega 4802, los domingos a las 18.
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