Sábado, 9 de julio de 2016 | Hoy
TEATRO › BERNARDO CAREY, AUTOR DE LA OBRA TEATRAL CARLOS CORREAS, LA VOLUNTAD DE VIVIR
El espectáculo, que se estrenó anoche en el Teatro del Pueblo bajo la dirección de Daniel Marcove, es un homenaje al escritor de culto, autor de Los jóvenes, que se suicidó en 2000. “De él aprendí lo que era la libertad intelectual”, sostiene el dramaturgo.
Por Cecilia Hopkins
“Lo conocí trágico a los 20 años, pero nunca pensé que se suicidaría a los 70”, dice el dramaturgo Bernardo Carey refiriéndose a Carlos Correas, un escritor cuyo renombre no superó nunca el pequeño círculo de sus amistades. Ni siquiera el escándalo de haber sido prohibido por inmoralidad lo volvió famoso: “es que el cuento que causó la prohibición fue publicado en la revista del centro de estudiantes de Filosofía y Letras, que tenía muy poca difusión” recuerda Carey en la entrevista con Página/12 y amplía: “Ese relato, que cuenta un levante homosexual sin consecuencias, hoy puede parecer una ingenuidad, pero en ese momento Correas tuvo una condena de seis meses que, por suerte, pudo no cumplir en la cárcel”. Poco después del suicidio de Correas, Carey –hoy vicepresidente de Argentores e integrante de la Fundación Somigliana– escribió una obra de teatro en su homenaje. Ese texto, Carlos Correas, la voluntad de vivir, subió a escena anoche en el Teatro del Pueblo (Roque Sáenz Peña 943) bajo la dirección de Daniel Marcove. El elenco está integrado por Raúl Rizzo, María Zubiri y Daniel Toppino. La música es de Sergio Vainikoff, la escenografía, de Sabrina López Hovhannessian.
Carlos Correas es objeto, desde 2009, de jornadas universitarias, reediciones y documentales. En 2012 se publicó su novela Los jóvenes (Ed. Mansalva), y el mismo año se estrenó en el Bafici Ante la ley (El relato prohibido de Carlos Correas) (2012), documental de Pablo Kapplenbach y Emiliano Jelicié, con testimonios de quienes conocieron al escritor, entre otros, Ricardo Piglia, Horacio González y Jorge Lafforgue.
A los 20 años, demás de estudiar Bellas Artes, Carey escribía cuentos y poemas. Por ese entonces, uno de sus profesores le pasó algunos de sus textos a su hija, Adelaida Gigli, y a su yerno, David Viñas. Luego de comenzar una relación de amistad con el joven autor, el matrimonio le propuso ampliar su círculo presentándole a dos escritores, Juan José Sebreli y el propio Correas. Risueño, Carey recuerda la aclaración de sus amigos: “mirá que son peronistas y homosexuales. ¿A vos te importa?”. Acerca de su amistad con Correas, Carey afirma: “yo era un chico de barrio, provenía de una familia anti peronista, y Correas me mostró que todo estaba permitido si se tenía un objetivo en la vida”.
En Carlos Correas…tres personajes –el protagonista, un ensayista amigo (previsiblemente, el mismo Sebreli) y una prostituta– son los elegidos por el autor para darle forma a un discurso que, en escena, se transformará en la pesadilla que el protagonista vive antes de morir. “Este enfoque es el que fuimos trabajando con Marcove, un director a quien conozco desde hace años, de cuando él era actor”, cuenta y señala: “hay algo expresionista en su forma de llevar este texto a escena, con esas idas y venidas de los recuerdos, esa fluctuación de la memoria que se parece a un bombardeo de la conciencia”, describe.
–¿Dónde escribía Correas y qué obras publicó?
–Correas era profesor de filosofía y escribía en El ojo mocho. Fue crítico de cine. Escribió una novela –Los jóvenes– que tenía bastante influencia de Jean Genet, un autor que todavía no había sido traducido al castellano. Esa novela la guardé yo hasta que, luego de su suicidio en 2000, la llevé a los archivos de la Biblioteca Nacional. Era un autor que no usaba su historia homosexual como bandera, para hacerse conocido. Más bien se ocultaba.
–¿Cómo lo definiría?
–Fue, junto a Sebreli, el primer intelectual que yo conocí que reivindicaba a Evita como a una abanderada de la lucha de clases. Con él vagabundié mucho: íbamos a la Isla Maciel, por Barracas, buscando piringundines. El se permitía todo y yo tenía mis limitaciones. Así que su figura fue muy alumbradora: aprendí lo que era la libertad intelectual, que todo estaba permitido si se tenía un objetivo en la vida. Que nada debería inhibir el propio pensamiento.
–¿Su obra es un homenaje?
–Sí, la empecé como homenaje. Y me dio mucha alegría escribirla y reescribirla a lo largo de los años. Es que yo sentía que tenía con él una obligación moral, porque él me introdujo a la vida literaria. Leíamos a Borges, hablábamos mucho sobre literatura. Creo que Correas tenía la certidumbre de ser un sujeto pensante en el mundo. Y yo quise recordar a un hombre tan apegado a su propia verdad.
* Carlos Correas, la voluntad de vivir, Teatro del Pueblo (Roque Sáenz Peña 943), viernes a las 21, sábados a las 19.
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