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Sábado, 9 de julio de 2016

CULTURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR FRANCéS EDOUARD LOUIS

“Revertí el sentimiento de vergüenza”

En su novela Para acabar con Eddy Bellegueule, el autor, de apenas 23 años, narra la dramática historia de un joven homosexual que se rebela contra un sistema que excluye y margina. “La violencia comienza con el lenguaje”, señala.

 Por Silvina Friera

“La vergüenza es una cicatriz indeleble. Más allá de la huida, la reinvención y el cambio de clase social, el dolor no se desvanece. Quizá sólo pierda intensidad con los años. ‘¿Tú eres el marica?’ Esa pregunta, al hacérmela, me la grabaron para siempre, como un estigma, como eso que los griegos marcaban en el cuerpo, con un hierro al rojo o con un cuchillo, a los individuos que se apartaban de la norma y eran un peligro para la comunidad”, revela el narrador de Para acabar con Eddy Bellegueule (Salamandra) de Édouard Louis, primera novela excepcional de este joven escritor francés de apenas 23 años, en la que narra la dramática historia de un joven homosexual que se rebela contra la violencia de un sistema que excluye y margina. Nunca se acostumbra al repertorio de insultos familiares y escolares, dos de las instituciones más conservadoras y discriminadoras: “loca”, “mariposón”, “invertido”, bujarrón, “amanerado”, “puto”… La mirada del padre le devuelve a su hijo Eddy un terror indisimulable por el “monstruo” que había creado: un adolescente que le agradaba el teatro, las cantantes de variedades y las muñecas. “Me podría haber muerto de vergüenza en mi infancia muchas veces. La vergüenza es el afecto que me ha constituido, como a Didier Eribon, a quien está dedicada la novela”, cuenta el joven escritor Édouard Louis, que nació como Eddy Bellegueule el 30 de octubre de 1992 en Hallencourt (Somme), en el norte de Francia.

La voz de Louis suena demasiado curtida para su experiencia vital, como si se produjera una extraña escisión temporal: su cara, su mirada, despliegan la chispa y la frescura de los veintipico, pero su entonación es la de alguien dos décadas mayor. “La escritura de mi primera novela me permitió revertir ese sentimiento de vergüenza, porque antes de que yo sintiera vergüenza, mi familia sintió vergüenza de mí. Cuando era un niño, mi padre hablaba siempre en el lenguaje de la vergüenza y me decía: ‘sos la vergüenza de la familia’, ‘todo el mundo tiene vergüenza de vos’…Me di cuenta de que mi nombre era el nombre de una historia y que Eddy Bellegueule era la historia de la vergüenza. Cada vez que escuchaba mi nombre lo que escuchaba era: ‘pobre’, ‘marica’, ‘sucio’, ‘puto’, ‘amanerado’… Cambiar mi nombre fue un modo de terminar con la vergüenza”, revela el escritor francés, que acaba de publicar su segunda novela Historia de la violencia, en la entrevista con Página/12

–¿Qué significó para usted confrontar el mundo del que venía con el mundo de la educación o la ciudad letrada?

–La novela termina en el momento en que ingreso al Liceo porque ahí empieza una historia de la vergüenza distinta. Hasta ese momento era la historia de la vergüenza de mi familia respecto de mí; desde entonces será la historia de la vergüenza que siento respecto de un mundo distinto. Hay fragmentos de mi vida en el Liceo que recuerdo. Cuando me anoté, para el trámite administrativotenía que estar presente mi mamá. Pero ella tenía un tic, que era meterse el dedo en la nariz. Cuando fuimos a hacer la inscripción, mi mamá se metió el dedo en la nariz. “¡Mamá, dejá de hacer eso!”, le dije. Mi mamá se sintió muy herida porque me vio a mí en el rol del burgués al decirle eso. Tengo otro recuerdo también, varios años después de mi ingreso al Liceo. Un sábado a la tarde estaba con varios amigos, entre ellos Didier Eribon; íbamos a hacer una fiesta y Eribon me pregunta si quiero poner música. Yo, con la idea que tenía de cuál era la música de los intelectuales, puse el Réquiem de (Johannes) Brahms (risas). La fiesta decaía y todos me miraban y yo me sentí más avergonzado por mi error de percepción sobre cuál es la música que tenía que poder.

–Al leer su novela, especialmente por la escena inicial en la que el niño es escupido y agredido, resulta inevitable preguntarse ¿dónde empieza la violencia: con el lenguajeo con lo físico?

–Yo creo que comienza con el lenguaje: aprendí el insulto con el lenguaje inmediatamente. Desde que aprendí el lenguaje me enseñaron que yo era un “marica”. Ha habido por parte de mi familia una tentativa de disciplinar mi cuerpo. Mi hermano me decía: “no camines así”, “no hables así”, “no te muevas así”… El momento en que comenzó la violencia fue antes de mi nacimiento con la exclusión de mis padres del sistema escolar. Ellos han sido las primeras víctimas de la violencia y la exclusión. Al escribir Para acabar con Eddy Bellegueule me di cuenta de que la violencia era mucho más antigua. Que no empezaba conmigo.

–¿Por qué en los pequeños pueblos los hombres sobreactúan la virilidad: hay que ser fuertes, jugar al fútbol, ser “machos”?

–Mi teoría es que como las clases populares son excluidas del sistema escolar y del capital intelectual, lo único que les queda es el cuerpo y la fuerza física; por eso su afirmación pasa por el cuerpo. Esa masculinidad existe también en las mujeres: mi madre también decía “yo tengo bolas”…

–Aunque el personaje de la madre es terrible y muy cruel, pareciera que el narrador siente más comprensión o empatía hacia la madre en comparación con el padre, ¿no?

–Muchos me han dicho exactamente lo contrario, aunque trato de ser justo con los dos: muestro que eran violentos cuando eran violentos y generosos cuando eran generosos. Pero tu comentario me hace pensar mucho… Es verdad que como mi padre era la representación de la masculinidad mi relación con él era más dura. Mi padre me consideraba un afeminado y yo he crecido con mujeres porque mi padre se iba al café con mi hermano; tenía vergüenza de llevarme a mí. Para acabar con Eddy Bellegueule puede ser una novela en la que hay reglas muy estrictas que de hecho la gente no respeta. La pregunta que surge es: ¿cómo las personas que al mismo tiempo no respetan esas normas continúan viviendo y rigiéndose por la violencia de esas reglas? Yo he leído bastante a Michel Foucault y cómo se disciplinan los cuerpos. Mi novela podría ser una novela sobre cómo se disciplinan los cuerpos, pero al mismo tiempo cómo ese disciplinamiento es un fracaso. La violencia de la norma es que continúa existiendo más allá de nuestras vidas.

–En un momento se dice que la voz de Eddy es de una nena. Al escucharlo hablar “aquí y ahora” surge un gran interrogante: ¿El cambio de voz fue parte de ese disciplinamiento sobre su cuerpo o es una estrategia para separar las aguas entre la ficción y la autobiografía?

–He tratado de utilizar todos los instrumentos de la literatura para hablar de una realidad. Aproveché muchas de los momentos que había vivido para poder escribirlos. La voz es algo que he trabajado mucho. Al final de la novela, en la época en que iba a ingresar al Liceo, me ponía frente al espejo y entrenaba mi voz para hablar de manera diferente; practicaba la manera de tomar los cubiertos para comer y entrenaba la forma de reírme porque era mi modo de confrontar con la violencia de la burguesía.

–En la novela aparece la voz del narrador, pero también la voz del padre y de la madre, entre otras voces populares. ¿Cómo fue trabajar con voces que no son consideradas “literarias”?

–Son las voces de mi infancia. Yo quería darle un lugar a ese lenguaje, más allá de que fuese violento o soez. Lo que llamamos estilo en literatura es lo que se distancia del lenguaje considerado banal, que a su vez se aleja del lenguaje popular. Yo quería escribir una novela que provocara, que tomara lo que el arte excluía para hacer literatura. Por mucho tiempo la literatura excluyó la vida de los negros y de los homosexuales. Mi voluntad es ir más allá en el trabajo con la lengua. Una de las grandes tragedias de nuestras vidas es que nuestras vidas son contadas por los otros.

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Louis nació como Eddy Bellegueule, pero luego se cambió el nombre.
Imagen: Rafael Yohai
 
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