Domingo, 16 de octubre de 2016 | Hoy
TEATRO › UN DEBATE SOBRE LA TEMATICA DE LAS “FAMILIAS DISFUNCIONALES”
Un artículo de este diario sobre la obra Como si pasara un tren desató una serie de reacciones alrededor de la caracterización de una tendencia dramatúrgica. Página/12 buscó estimular ese debate, con un tema que no se agota en estas páginas.
Por Paula Sabatés
Una nota publicada en este diario el domingo pasado despertó un caluroso debate, que comenzó en las redes sociales con una declaración del destacado dramaturgo y director Claudio Tolcachir, y continúa ahora en estas páginas. Fue un comentario a propósito de Como si pasara un tren, de y por Lorena Romanin, a la que esta cronista incluyó dentro de una “tendencia” de obras que cuentan historias de familias “disfuncionales”. La nota (www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-40240-2016-10-09.html) se preguntaba qué conciencia tenían las obras de pertenecer a una corriente que “sigue vigente y que tiene mucho éxito de convocatoria” y también si en algunas ocasiones no se volvía una “fórmula probada” sobre la que algunos directores o dramaturgos volvían –algunos, de forma inconsciente– como garantía de éxito. Además de postular y reafirmar la tendencia, la publicación la defendía: por tratarse de un síntoma de que algo se mueve; por ponerle el cuerpo a situaciones que duelen; por hacerlo sin mediación ni pantalla.
Tolcachir se hizo eco de la nota y en las redes sociales disparó: “Qué obsesión reduccionista de encasillar las obras en familias disfuncionales o no. Esos títulos desmerecen y no hacen justicia a las búsquedas particulares de cada creador”. En la nota se hacía mención a La omisión de la familia Coleman, su obra emblema, como exponente de esa tendencia que algunos también han llamado “teatro de la desintegración” (aunque ese concepto también sea polémico porque ya ha tenido otros usos en la historia de la crítica y la investigación teatral).
Si los críticos deben “afinar el ojo” y “ampliar su capacidad”, como comentaron varios en la publicación del dramaturgo, no es algo que se debatirá aquí sino en el quehacer de la práctica misma, ejercida con la mayor responsabilidad y respeto posible. Sí se abordará la otra cuestión, “familias disfuncionales o no”, porque sí es una discusión interesante que se puede dar entre creadores y críticos, investigadores y públicos. Página/12 reunió a un grupo de destacados teatristas, a cuyas obras la crítica –no sólo de este diario- han catalogado como piezas de familias disfuncionales más de una vez.
Lo que rápidamente sale de las charlas es que el problema tiene más que ver con lo “disfuncional” que con lo “familiar”. “¿Cuál sería una familia `funcional´? ¿Y `funcional´ a qué? Con esa cuestión hay que romper, pero ya ni siquiera desde el teatro sino desde la sociedad misma, desde el pensamiento de la gente”, arranca Romanin, que pone en escena el drama de Juan, un chico con un retraso madurativo, y Valeria, su prima, presionados por madres absorbentes. “Pienso que sí hay una tendencia, que está buena, de hacer obras de la familia. A mí me interesan y hace años que escribo una vez por semana sobre ese tema. En lo que no estoy de acuerdo es en que estas obras sean de familias disfuncionales, porque el término implica que no funcionan”, aporta Nelson Valente, autor y director de la El loco y la camisa, en la que, a grandes rasgos, hay un hijo “loco” y padres (él autoritario) y una hermana que no saben cómo comunicarse con él.
Quien arroja algo de luz es Guillermo Cacace, que antes de dedicarse exclusivamente al teatro trabajó catorce años en salud mental: “Desde la psicología, una familia disfuncional sería aquella que repite, sin poder elaborarla, una situación traumática para ese núcleo familiar”, dice el director, que coincide en que hay varias obras sobre familias pero que, al resolverse los conflictos que se plantean, no se trataría de “disfuncionales”. Al menos no en el caso de su celebrada Mi hijo sólo camina un poco más lento, del croata Ivor Martinic, que narra la relación de un hijo con una discapacidad motora y su madre, que se niega a aceptar esa realidad.
Para Tolcachir, sin embargo, la definición de familiar a secas “ni siquiera alcanza para describir una obra”: “Desde Hamlet a Terrenal, la excusa de introducir en una familia un conflicto funciona, creo, como un tubo de ensayo donde algo deforme de la sociedad se potencia y se universaliza. Prefiero preguntarme de qué más habla un trabajo más allá del contexto en donde está instalada”, opina el autor y director de la obra que también tiene a un hijo con retraso madurativo, una madre muy singular y una familia signada por la incomunicación.
Pero aun aceptando la dificultad del término, ciertamente importado de un campo ajeno al de la crítica, todavía cabe preguntarse por qué parte del periodismo y del público de todos modos agrupa y asocia a un determinado grupo de obras como parte de una tendencia. ¿Son todos los críticos, además de imprecisos, tan reduccionistas como para no poder ver las particularidades de cada creador, o quizás los creadores no producen con la intención de entrar en esa corriente y entonces no pueden aceptar que otros así lo perciban? ¿Serán las dos cosas?
“Para mí la agrupación temática tiene más que ver con una cuestión de identidad. Lo de familia disfuncional imagino que va por un deseo de los críticos de comunicar un contenido reconocible, sumado al espacio disponible que tienen para sintetizar un análisis”, responde Tolcachir, a tono con Romanin, para quien “el periodismo usa frases para englobar y hacer entender, aunque ninguna generalización es muy feliz porque no quiere decir nada”. Cacace coincide en la dificultad: “¿Hasta qué punto la mirada del crítico inhibe su percepción sensible de la obra porque ya está pesando durante su visión lo que tendrá que racionalizar luego?”. El único que pareciera contrarrestar es Valente, que reconoce la tendencia y afirma: “Coleman fue la primera de esta oleada y trajo una reflexión que nos llegó a muchos dramaturgos. Mi obra es muy parecida y muy comparable a esa y los críticos lo ven”.
El debate da para largo y tiene múltiples aristas que –punto para Tolcachir- no entrarían aquí por cuestiones de espacio (algunas se intentan pensar en las notas aparte). Plantearlo es el primer paso para pensar categorías que van definiendo al teatro, pero fundamentalmente al teatro mismo.
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