Domingo, 16 de octubre de 2016 | Hoy
TEATRO › OPINION
Por Jorge Dubatti *
La presencia en el teatro argentino del tópico de la familia “disfuncional” –la familia con fuertes conflictos internos, con estructura de desequilibrio, violencia y falta de contención– no es un invento de Claudio Tolcachir, el autor de la excelente La omisión de la familia Coleman, que a doce años de su estreno cada día funciona mejor. La familia disfuncional es una constante temática de lo mejor de la escena nacional e internacional, con infinitas variaciones formales y de sentido. En nuestro teatro cuenta a través de las décadas con exponentes notables, por solo nombrar algunos: En familia (1905) de Florencio Sánchez, Relojero (1934) de Armando Discépolo, El viejo se ha vuelto loco (1943) de Alberto Vacarezza, Esperando la carroza (1962) del rumano–uruguayo–argentino Jacobo Langsner, El desatino (1965) de Griselda Gambaro, Telarañas (1977) de Eduardo Pavlovsky, La familia argentina (1990) de Alberto Ure, La escala humana (2001) de Javier Daulte, Rafael Spregelburd y Alejandro Tantanian, incluso Terrenal (2014) de Mauricio Kartun. En el panorama internacional, ni hablar: El padre, del sueco August Strindberg; Los Cenci, del francés Antonin Artaud; El zoo de cristal del norteamericano Tennessee Williams, Album de familia del brasileño Nelson Rodrigues, Mi hijo camina un poco más lento del croata Ivor Martinic. ¿Las familias disfuncionales no están ya en las tragedias griegas, en obras isabelinas, en comedias de Molíère?
La familia disfuncional puede aparecer bajo las poéticas teatrales más diferentes y no constituye un “género” fijo, menos aún una “fórmula” a repetir, ni es algo específico del siglo XXI. Cada época se la reapropia y le otorga un nuevo sentido. Es una tendencia recurrente del sistema de representación, acaso porque posee una dimensión metafórica potente (la familia como clan o secta, como sociedad, como país, como universo, como tribu, como frontera entre endogrupo y exogrupo, etc.) y porque promueve muy fácilmente la identificación. Hay valiosas reflexiones, al respecto, en un ensayo de Stella Martini, para pensar versiones, reversiones, subversiones de las imágenes familiares.
Ahora bien, decir que algunas obras de los últimos años (La omisión...; La de Vicente López de Julio Chávez; El loco y la camisa de Nelson Valente; Como si pasara un tren de Lorena Romanín; Más respeto que soy tu madre de Hernán Casciari; Una tragedia argentina de Daniel Dalmaroni; El ciclo Mendelbaum de Sebastián Kirszner; Comer de noche de Lorenzo Quinteros y Romina Moretto; Asuntos pendientes de Eduardo Pavlovsky; Cómo estar juntos de Diego Manso; Claveles rojos de Luis Agustoni, etc.) responden a un mismo patrón por el hecho de que toman el tópico de la familia disfuncional, es generalizar demasiado, no percibir diferencias, no leer variaciones. Un espejismo, una proyección de la limitación del espectador sobre un campo de riqueza y diversidad que debería sopesarse con más cuidado. La familia es una constante, pero con tratamientos ilimitados. Es bueno disponerse a advertir esa multiplicidad.
* Director del Instituto de Artes del Espectáculo, UBA.
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