Domingo, 16 de octubre de 2016 | Hoy
TEATRO › OPINION
Por Facundo Beret *
A partir de la proliferación formal que supuso el proceso de posdictadura en el teatro argentino, pareciera que la consideración de determinado conjunto de obras individuales como parte de un género pusiera en entredicho la capacidad de generar un lenguaje personal que singularice la mirada estética de un autor. Es casi imposible negar la existencia de una serie de experiencias teatrales vinculadas directamente con la neurosis familiar de la clase media urbana en los últimos años del teatro porteño. Algunos de sus detractores, como Emilio García Wehbi y Silvio Lang, llaman a estas obras “teatro de living”, por su configuración del espacio escénico. En la nota de Paula Sabatés de la semana anterior, se deslizó la noción de “teatro de familias disfuncionales”, poniendo el foco en el contenido que suele dar soporte a este tipo de obras. El debate que se genera no es menor, porque se centra en cuestiones políticas y estéticas. El teatro implica una reunión casi ceremonial de cuerpos presentes en expectación de un hecho estético construido a través del trabajo de artistas y técnicos. No podemos desentendernos del contexto de enunciación de un hecho teatral, porque es parte de sus condiciones de posibilidad como acontecimiento de la cultura viviente. Una poética no podría haber surgido ni antes, ni después, porque existe una relación de necesidad con el sistema histórico. La obra paradigmática que menciona el espectador a la salida de Como si fuera un tren de Lorena Romanin, es nada más ni nada menos que La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir. Si bien en el momento de su advenimiento era necesario que existiera una obra de estas características, la compulsión de repetir procedimientos formales y semánticos en lo sucesivo –deliberada o no– nos obliga a preguntarnos justamente por la necesidad de reproducción en serie de este tipo de experiencias en formato teatral.
Sin desconocer la existencia de una tradición en el quehacer teatral, los diferentes contextos sugieren la necesidad de adscribirse a formas no probadas, para que el hecho artístico vivo no se transforme en una pieza de museo, una repetición reaccionaria y acrítica de fórmulas exitosas. El artista debiera ir más allá de las fronteras que la legitimidad impone, sin buscar complacer más que a la lógica de su propia búsqueda en las condiciones materiales que le son dadas, para elaborar procesos de producción de subjetividad transformadores.
* Investigador teatral, UBA.
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