Miércoles, 19 de octubre de 2016 | Hoy
TEATRO › AUGUSTO FERNANDES PRESENTA SU OBRA 1938. UN ASUNTO CRIMINAL
Con esa consigna, el reconocido director y formador de actores se interna ahora como autor en un período crítico de la primera mitad del siglo XX, dominado por la sombra del nazismo. “La obra se desarrolla en un momento de crisis del pensamiento”, compara.
Por Sebastián Ackerman
“Creo que soy pintor más que actor y director. Mi madre me metió en esto a los seis años porque ella quería ser actriz. Cosa curiosa para una portuguesa: si a los inmigrantes los hijos le salían artistas era una maldición”, dice Augusto Fernandes en la entrevista con Página/12. “Pero como actor la verdad es que me fue bien. Trabajé toda mi infancia y adolescencia en radio y después en cine. ¡Yo ganaba más que mi padre!”, recuerda. Y vaya si le fue bien: como actor debutó en el Cervantes a los 15 años en El último perro, dirigido por Armando Discépolo, a quien conocía de los radioteatros; integró Nuevo Teatro y La Máscara en la década del ´50 que cambiaron la forma de actuar en estas tierras; hizo adaptaciones de obras de Chejov, Ibsen, Strindberg y Calderón de la Barca, entre otros; y ahora vuelve a subirse al escenario junto a Hugo Arana y Beatriz Spelzini en 1938. Un asunto criminal, una obra que escribió y dirige, inspirada en un hecho real que le permite hablar, asegura, del sentido de la vida y los vínculos entre las personas.
Fernandes se reconoce un estudioso de la Segunda Guerra Mundial como nudo que derivó en la transformación no sólo de las relaciones internacionales, sino también de los vínculos interpersonales. “Creo que cuando uno va hacia el pasado, donde los vínculos entraron en crisis, puede reflejar mejor lo que pasa hoy. Y lo que me interesa es lo que pasa hoy”, aclara. Y explica que esa época le parece “muy expresiva”, sobre todo en Argentina, donde el nazismo “en 1938 hace su ´fiesta’ en el Luna Park. En ese momento, fue el acto nazi más grande fuera de Alemania”.
“Los tres personajes son hijos de inmigrantes, y la obra se desarrolla en un momento de crisis del pensamiento”, detalla. Aunque no quiere contar mucho de la obra para no “revelar” su trama, afirma que “este asunto del sentido de la vida está sobre el tapete, de mover las estructuras burguesas. Estaba la idea de ser libre y eso trajo una juventud bastante patotera al pedo, los hijos de esos nuevos ricos que la pasaban bien. Son personajes mucho más expresivos que los de hoy, en varios sentidos”, señala.
Esa curiosidad e interés por los vínculos y sus cambios, cuenta, se la genera también el ser formador de actores. “Yo estaba en el ojo del huracán cuando fue la emancipación de la mujer en Alemania, que fue muy fuerte porque allá no son de medias tintas”, sostiene. “Y desde allí a acá, estamos en la caída de una cultura y en el nacimiento de otra, de la que apenas si le vamos viendo la oreja. Creo que esta cosa del mundo virtual ha creado relaciones muy curiosas. Este rápido cambio, donde cada vez se habla con menos palabras… Hay una crisis del lenguaje, pero de todos los lenguajes. El arte está en crisis, la comunicación está en crisis”, analiza. Y lo ejemplifica con la pintura, arte que conoce muy bien: “No me interesa nada la escena de la pintura, porque es el arte que más paga el pato. No me gusta nada de lo que veo hoy. Me doy cuenta de que es la expresión desesperada de alguien que no tiene palabras. Ya no hay un lenguaje, no hay nada que comunicar. Se transmiten los munditos personales, y eso no me interesa”, apostrofa.
Como actor en las últimas cuatro décadas sólo contabiliza un reemplazo de Federico Luppi en su puesta Ojo por ojo, una adaptación suya Acreedores, de Strindberg. Sin embargo, esa ausencia fue más producto del azar que de la voluntad: primero invitado a dirigir en Alemania, luego instalado allí por integrar las “listas negras” de la Triple A, no podía más que dirigir, porque no hablaba alemán como para subirse a un escenario. Entonces, se dedicó a formar actores y dirigir. Eso lo llevó a fundar, junto a Lew Bogdan, el Instituto Europeo del Actor en Francia. Pero se decidió a volver a la Argentina en 1982, cuando le ofrecieron participar en cinco películas, pero ninguna le gustó. “Cuando uno dice que no a cinco proyectos, parece que ya no quiere actuar”, ríe. “Pero no era así. En teatro no me ofrecieron nada, entonces empecé a dirigir y tuve éxito, y pensé que tenía que resignarme a eso”, revela Fernandes.
Sin embargo, el azar lo convenció de lo contrario: después de que todos a los que llamaba para reemplazar a Luppi rechazaran cubrir ese papel, se decidió a hacerlo él: “Por salvar la cosa”, aclara. “Pero cuando subí al escenario me pasó algo muy fuerte: dicen que cuando uno gasta una suela en el escenario, ya no se baja más. Y de repente sentí que me relajaba mejor arriba del escenario que en la vida”, confiesa Fernandes. Y pensó que el único que podía convocarlo para actuar era él mismo, así que se puso a escribir a partir de “una idea que estaba incubando, no para mí, pero pensé que en una de esas me las podía arreglar. El único problema es que nunca había actuado y dirigido salvo la primer cosa que hice, Soledad para cuatro”, en 1961, aunque reconoce que esa experiencia no le resultó del todo grata. Sin embargo, vuelve a probar con este texto, escrito íntegramente por él. “Y me he arreglado como pude. Estoy contento con actuar. No estoy contento todavía con el resultado, pero sí con actuar.”
* 1938. Un asunto criminal se presenta de jueves a sábados a las 20.30 y domingos a las 20 en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815).
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