Miércoles, 19 de octubre de 2016 | Hoy
MUSICA › FEDERICO GIL SOLá Y OPERACIóN RETORNO, EL NUEVO DISCO DE SU BANDA EXILIADOS
Tras una larga pausa después de La suerte y la palabra, el baterista y cantante vuelve con un disco en el que no puede evitar que a veces le salgan “letras medio panfletarias”, pero en el que termina primando una música difícil de clasificar.
Por Gloria Guerrero
Como en aquellos versos de Troilo (“Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio; pero ¿cuándo?... ¡si siempre estoy llegando!”), Federico Gil Solá y su banda Exiliados, después de haberse ido (otra vez) durante once años, vuelven (de vuelta, nuevamente) con Operación Retorno. A veces vale la pena redundar.
“Es el karma del exiliado: nunca terminamos de volver”, dice el baterista. “Y nos sentimos más cómodos durante el viaje que llegando a destino; mi viejo decía que, para muchos de sus amigos exiliados, el momento que más gozaron de su regreso a la Argentina fue en el avión, en vuelo, en el aire (se ríe). Era su mayor felicidad… porque el arribo tiene sus consecuencias. Y eso describe también nuestros laburos, que siempre van hacia algo y siempre están en camino, no se sabe bien hacia dónde o hacia qué.”
–¿Cuántos “retornos” viene acumulando?
–Empecé a tocar la batería en la Argentina cuando tenía 10 y luego, cuando mi familia no tuvo más remedio que exiliarse en los Estados Unidos, mi primer retorno a la batería tardó varios años. Después, a los 18, cuando me mudé solo, fue otro “retorno”: armé Wire Train, mi primera experiencia absolutamente profesional. Y cuando me fui de Wire Train también tuve la necesidad de dar un paso al costado y estuve un par de años sin tocar. Siempre me agarran ataques existenciales de “¡para qué!” y “¿por qué!”… Y “¿por qué el rock… ¿Y la batería para qué sirve? ¿Por qué sí?”. (Larga la carcajada)
–¿Alguien le contestó?
–No, nunca… (risas). En realidad, también me hago la otra pregunta: “¿Por qué no?”. Me pregunto cualquier “por qué” de cualquier otra cosa, además.
Breve instructivo del vuelo de regreso: Federico Gil Solá –segundo ex baterista de Divididos– en 1988 se había embolado con el “rock & roll” (“o como se diga”, dice). Luego de muchos laureles con Wire Train (la banda llegó a ser soporte de King Crimson; su disco fue elegido como “Revelación” y con la bendición de Bono), el chico también “retornó” de eso y se mandó a tocar percusión en San Francisco con una banda acústica, mucho antes de que existieran los unplugged. Otro retorno (uno más grande) fue volver a Buenos Aires. Y el otro retorno a los tambores fue enseguida, cuando fue a probarse (y quedó) para Divididos, en 1990; son un montón, los retornos. “Siempre hay una serie de avances, luego, pasos al costado que necesito para reagruparme y ver qué hacer.”
Cuando se fue de Divididos grabó Leaving Las Vergas (2001) y después armó la banda Exiliados para La suerte y la palabra (2005). “¿Qué pasó durante estos últimos once años? Pasó Cromañón y me di por vencido; me rehusé a pagar por tocar: esos hijos de puta ponían condiciones que otras bandas aceptaron en una actitud muy poco solidaria, además de suicida. Todo se hizo muy cuesta arriba, muy angustiante; me embolé de nuevo, y paramos un tiempo.” Federico se puso a dar clases de batería; en 2010 volvió a escena con un precioso ciclo en el bar Libario junto a su esposa Laura Ros, también artista (editaron un gran DVD, Tercer jueves); tocó con Buenos Aires Negro, cuyo líder, Peche, falleció en 2011 (“hicimos cinco shows, no más; no existe ninguna otra banda así en el mundo”); casi consiguió otro GIT con Alfredo Toth y Pablo Guyot, proyecto pendiente; y se puso a trabajar con Tito Losavio y Gringui Herrera. “Tito le quería poner a la banda Losavio–Herrera–Gil Solá, pero no me quedaba simpático; yo prefería Plan Tito (risas). De nuevo, juego de palabras: ahora nos llamamos Cero estrés: se escribe 0S3.
–¿Cuándo tocan?
–No sé, Tito está en Miami; cuando aparece, nos juntamos. Por eso es 0S3.
–Operación Retorno más de una vez remite al sonido distintivo de Divididos al que tanto usted contribuyó desde un folklore–rock que, hace un cuarto de siglo, resultaba raro. ¿Qué tanto tuvo que ver aquel aporte con su primer exilio?
–Todo, totalmente. Descubrí el rock argentino en los Estados Unidos; fue algo importantísimo para un chico de 12 años, hijo único sacado fuera de su país, allá no había una comunidad argentina en la cual apoyarme. Era justo la edad en la que precisás una… No me sale la palabra…
–Identidad.
–Sí. Necesitaba agarrarme de lo que pudiera, para averiguar quién era yo. Mientras vivía en inglés me ayudaba mucho la literatura latinoamericana –García Márquez, Cortázar, Onetti, Benedetti, Arlt, Sábato; todo, todo lo que se me cruzara por el camino–; musicalmente, el rock argentino fue como tener un amigo que me hablara en mi idioma. Mi abuelo me mandaba en paquetitos la revista Pelo y la Humor, y a algunos artistas los terminé escuchando “en reversa” del tiempo: primero fue Invisible en el 76, y recién después llegué hasta Pescado y Almendra. Pero lo que me llamaba mucho la atención era cuando aparecía algún disco como Octubre, de Roque Narvaja, o el cuarto disco de León Gieco, o los Los Jaivas, o Arco Iris; ahí había algo que para mí era interesante. Y también para los amigos que tenía allá (sonríe); a ellos les parecía más lícito aquello, y no los tipos que cantaban en castellano el rocanrol en inglés: era como escuchar un tango en finlandés. Cuando volví a Buenos Aires lo primero que hice fue preguntarle a mi primo (Juan Martín, folklorista): “¿Dónde están las bandas de rocanrol que se mezclan con el folklore?”. Me contestó: “No, no hay”. Me puse a buscar y, efectivamente, no había. Sucedió que fui a parar a Divididos, con tipos que conocían ese lenguaje aunque nunca lo habían utilizado. Yo tenía la pasión por tocar eso, pero nunca lo había tocado; y lo metí en la banda. Aún hoy no sé tocar una chacarera o una zamba de manera formal; hago “mi versión” de eso. Son “aires de”, por decir.
Y ahí fue Federico, con un poncho y arriba de un burro, al escenario de Obras Sanitarias en los inolvidables shows de Divididos apenas arrancaron los 90. El sentido del humor de Gil Solá es refinado y complejo; las letras explotan de juegos de palabras en castellano y en inglés: en este nuevo disco hay canciones que se llaman “Opo Gigio” o “ALCA huete”, y su propio isotipo de firma (FGS) remeda al de YPF. “El doble sentido y la ironía siempre estuvieron conmigo desde chiquito: Les Luthiers, Monty Python… Mi abuelo materno, socialista antiperonista gorila, le hizo una genial poesía al Frejuli, si bien mi madre era peronista de izquierda; en casa todo se vivía a través del humor, mientras volaban las bombas y estaba La Triple A matando gente… El recurso del humor siempre es salvador. Pero, específicamente en mis letras, yo aprendí con Ricardo (Mollo) y Diego (Arnedo), ellos usan esa herramienta como protección, aunque les parecía más divertido lo escatológico; después, yo seguí por mi lado. A ver: Frank Zappa hacía la música más difícil del mundo y las letras parecían escritas por un preadolescente tonto… Es cierto: a veces me salen letras medio panfletarias, sobre todo cuando estoy enojado. Si los fachos quieren bajar la inimputabilidad a los 4 años, por las dudas… hablo de eso pero digo: “¡Sube el costo del tomate y baja la…! Es difícil cantar la palabra “inimputabilidad” (se ríe).
Mañana es la presentación oficial de Operación Retorno en el Teatro del Viejo Mercado, a las 21 en Lavalle 3177. La banda cambió un poco: ahora son Damián Ferraris (cantante, aunque Federico va a cantar la mitad de los temas); Sebastián Bocha Villegas (bajista) y el guitarrista Patricio Ciavarella, quien es el hermano mayor de Catriel (curiosamente, el actual baterista de Divididos). En el show habrá invitados sorpresa; quizá, también, Catriel.
–¿Les mandó este nuevo disco a Mollo y a Arnedo?
–Sí, se los mandé, y parece que les gustó, así que estoy contento. Buena onda. Para que cuando les pida prestado al pibe para el show no se pongan celosos…
–Y no le voy a preguntar por qué se fue de Divididos.
–¡Muchas gracias!
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