Lunes, 16 de octubre de 2006 | Hoy
TEATRO › FESTIVAL INTERNACIONAL EN SALTA
El ciclo de encuentros en el interior tuvo un nuevo episodio, con un nivel destacado.
Por Cecilia Hopkins
Desde el martes 10 y hasta ayer, la programación del primer Festival Internacional de Teatro de Salta movilizó a un público de edad variable, bien dispuesto a encontrarse con propuestas alternativas al teatro tradicional y generoso a la hora del aplauso. Lejos de la zona céntrica, una carpa albergó varios espectáculos ligados a géneros populares de expresión. Allí, dos elencos brasileños reunieron una importante platea juvenil. Por un lado, el grupo Pía Fraus, en su montaje Bichos de Brasil, presentó un desfile de peces, pájaros y tortugas elaborados en materiales naturales, junto a muñecos inflables de grandes dimensiones en una juguetona y rítmica referencia a la fauna autóctona de las selvas tropicales. Por el otro, la compañía de Alexandre Roit ofreció en Don Quijote una revisión de las aventuras del personaje manchego, en el marco de una rutina de payasos que motivó una festejada interacción con el público. En ese mismo espacio, el grupo tucumano Calavera Teatro presentó Freak Show, una historia de amor en un barracón de fenómenos, espectáculo humorístico especialmente indicado para comenzar a formar espectadores de teatro entre los adolescentes. La única obra presentada en la carpa que no apeló al humor fue Mantua, por el Teatro Sanitario de Operaciones, montaje aéreo de una compañía porteña muy ligada a la estética dark que, a fines de los ‘80, exhibían los catalanes de La fura dels Baus.
Para la platea infantil –aunque ampliamente disfrutable para todo público– se presentó La niña invisible, por el grupo neuquino Atacados por el Arte, espectáculo de títeres, teatro negro y sombras. En el escenario de la Casa de la Cultura, el grupo representante de Francia Pas de Dieux también se inspiró en el personaje de Cervantes para su Don Qui, montaje dominado por técnicas de movimiento orientales, de gran potencia visual... aunque hablado en japonés antiguo y sin traducción. Por su parte, la española Eva Egido Leiva expuso en Casting una serie de escenas previsibles relacionadas con los mandatos que los medios dedican a la mujer, junto a las dificultades que encuentra para hacerse un sitio en el mundo laboral.
Aunque alejados de los lugares comunes sobre el tema, los mexicanos de Tapioca Inn ofrecieron El cielo en la piel, de Edgar Chías, una obra satírica también focalizada en la denuncia de la marginación de la mujer. Pieza en gran parte inspirada en La mujer que escribió la Biblia, novela del brasileño Moacyr Sclair, aquí también la protagonista es una mujer muy poco atractiva que narra su infancia desafortunada, su trabajosa iniciación sexual y las estrategias que pone en juego para escapar de la censura intelectual de la que es objeto. Otros personajes retratan la sociedad donde se desarrolla esta historia de acoso y despersonalización, en un trabajo de estimable rigor formal, aunque algo excedido en el tiempo. “Por un lado quería hablar de la fealdad y la dificultad de ser mujer en un medio hostil, de ser marginal en una gran urbe como lo es el Distrito Federal –explicó la directora Mahalat Sánchez a Página/12–. Y por el otro quería referirme a la violencia que existe en México: cerca de la frontera con los EE. UU. hace años que vienen sucediéndose muertes de mujeres de bajos recursos que son asesinadas a la salida de sus trabajos. Más de mil ha habido en el transcurso de 10 años y nadie encuentra a los responsables.”
Los cuatro actores ofician de narradores de la historia, pero entran y salen del relato para escenificar las situaciones. “En la ciudad de México hay tal competencia por sobrevivir, que la gente está acostumbrada a partirse la madre para conseguirse el alimento”, describe Sánchez. “El desempleo, los asaltos y secuestros, los chicos de la calle, todo crea una atmósfera de tensión tal que quisimos apuntar al oído del espectador, para que la obra suceda en su mente. Hoy todo entra por los ojos y estamos más interesados en ser oídos”, subraya.
La única obra que dejó espectadores fuera de la sala fue una de las últimas propuestas internacionales, Otra vez Marcelo, por el boliviano Teatro de los Andes, representado por su director, el argentino César Brie, y la italiana Mia Fabbri. La obra, que retrata en clave poética la historia política y sentimental de Marcelo Quiroga Santa Cruz, militante por la soberanía del petróleo en Bolivia desaparecido en tiempos del general Banzer, obtuvo una cálida recepción. Fabbri, a cargo del rol de la esposa del dirigente, en un trabajo sensible y elocuente, considera que su personaje “representa al arquetipo de la mujer boliviana, trabajadora, con muchos hijos y acostumbrada a luchar junto a su compañero”. Cuenta además que en Italia, cuando presentaron el espectáculo, la gente se conmueve por la historia y establece un paralelo entre Berlusconi y los que se apropian de la riqueza del país andino. “Italia vive una gran decadencia y en Bolivia, por el contrario, se vive con mucha esperanza –compara la actriz–. Por eso me parece mucho más interesante vivir en este momento en Latinoamérica y no en Europa.” La obra, que en su país de origen se representa en canchas de básquet para más de 600 personas “va a verla un público muy heterogéneo: puede ser que haya un ministro o algún diputado, al lado de un campesino o de una comunidad indígena entera. Si paga para ir al teatro gente que le cuesta ganar para comer, es porque también se alimentan de esa forma”, concluye.
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