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Lunes, 16 de octubre de 2006

MUSICA › EL MUSICO INGLES Y SU ROMANCE MULTITUDINARIO EN LA CANCHA DE RIVER

Más que Williams, es Robbie Winner

 Por Roque Casciero

Si es cierto que Robbie Williams está deprimido, ¿cómo será en estado normal? Porque en su primera presentación ante el público argentino –más allá de los miniconciertos para la tele de hace dos años–, el cantante inglés puso en juego todas sus dotes de showman nato y conquistó a cada una de las damas que pagaron un mínimo de 105 pesos para verlo en River. La verdad sea dicha, tampoco era que necesitara demasiado esfuerzo para ganarse los gritos histéricos: ya había pasado antes de que se apagaran las luces, cuando apareció en la pantalla un mensaje de Williams con remera de Unicef, que fue imposible de escuchar debido a la locura de las fans. Robbie Winner, el ganador total, es como esos equipos que salen dos a cero a favor desde el vestuario. Por eso hizo “la gran Charly García” y dejó que el público y sus seis coristas se hicieran cargo de casi la totalidad de los dos primeros temas, los hits “Radio” y “Rock DJ”. El estaba más ocupado en sonreír para que se lo viera por la pantalla de alta definición, en correr de un lado a otro del inmenso escenario, en acercarse a las fans a través de un “anillo” que se metía dentro del campo (los primeros 3 mil en entrar a River estaban en ese vallado especial), en hacer todos y cada uno de los gestos posibles para encender aún más a las chicas, que serían muy ABC1, pero igual estaban en celo.

La Robbiemanía se genera por la pinta y la onda del cantante, es cierto, pero en términos puramente artísticos el tipo tiene sustento. Es un showman notable, que contagia entusiasmo, y que grita como un hooligan entre tema y tema: para dedicarle el reggae “Trippin’” a Maradona, para repasar una larga lista de jugadores de fútbol argentinos, para bromear con la relación entre la Argentina y Chile... “Sinceramente, son los más lindos del mundo. Ayer fui a una discoteca y era el más feo del lugar. ¡Paren de ser tan lindos!”, había vociferado antes de “Milleniun”. Robbie sacó fotos con su cámara digital, imitó a Elvis y a los Bee Gees, se acordó irónicamente de su supuesta “novia argentina”, fue sarcástico en el recuerdo de su pasado en la boy band Take That, jugó a su propio Rat Pack junto a su amigo Jonny Wilkes, rapeó como si fuera un Beastie Boy en la flamante “Rudebox”, se tomó un espresso y fumó dos cigarrillos, mezcló “Walk on the Wild Side” (de Lou Reed) con “Come Undone”, se comió una rosa en gesto gracioso, dejó que el público se encargara del estribillo épico de “Angels”: las hizo todas.

Y encima Robbie cantó bien, y trajo una banda que lo acompañó con solvencia, aunque se volcara hacia géneros tan distintos como el rock, el tecnopop, el hip hop o el swing. “Les juro por mi vida que ésta es una noche especial para mí. Y eso no lo digo en todas partes”, insistió Williams un par de veces. Si la frase está siempre en el libreto o no, sólo él lo sabrá. Pero del lado del público no quedaron dudas: la del sábado fue una notable exhibición de pop para las masas. Anoche, al cierre de esta edición, el músico cerraba su capítulo triunfal en tierras argentinas con un segundo show igualmente calenturiento arriba y abajo: para quien quisiera revivir la noche del debut, o para quien no pudo acercarse al Monumental, quedó el consuelo de la transmisión de Telefé con “los mejores momentos” del show.

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“Les juro que ésta es una noche especial para mí.”
Imagen: Bernardino Avila
 
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