Viernes, 19 de enero de 2007 | Hoy
TEATRO › “EL MONKEY”
El director Max Webster y la actriz Esther Lozano explican el sentido de la obra que propone la compañía Hopballehus.
Por Cecilia Hopkins
La distancia parece no haber sido un inconveniente insalvable para el Hopballehus, grupo integrado por artistas de diversos países (entre otros, Suecia, Dinamarca, España, Italia, Canadá e Inglaterra), sino más bien todo lo contrario: una vez que se conformaron como compañía, elegido el texto a montar y distribuidos los personajes, cada uno preparó su parte en su lugar de residencia para, luego de transcurrido casi un año, efectuar el montaje en sólo dos meses y hacer público el resultado. Los lugares elegidos para el reencuentro grupal fueron Tilcara, a los efectos de ensamblar y ajustar las partes en un todo, y Buenos Aires, para concretar el estreno, concretado en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543). Se podrá ver hoy, mañana y el domingo, y repetirá la semana que viene. El espectáculo resultante de tan curioso método de producción es El monkey, versión teatral del cuento homónimo de Karen Blixen.
Los diez integrantes del Hopballehus se conocieron en Dinamarca, en la sede del OdinTeatret que dirige Eugenio Barba. Allí, en la pequeña ciudad de Holstebro, se dieron cita a instancias de la danesa Mía Theil Have, quien les propuso formar esta compañía en torno del proyecto de montaje del relato de la misma autora de Africa mía, contenido en la serie “Siete cuentos góticos”. La dirección fue asumida por el inglés Max Webster (un nombre que comparte con aquella banda canadiense de fines de los ’70) de poco más de 20 años, al igual que el resto de los integrantes de esta “compañía nómade”, como les gusta designarla, compuesta por actores, bailarines, músicos y acróbatas formados, entre otros, en las técnicas desarrolladas por el Odin Teatret, la escuela de Jacques Lecoq y los grupos The Song of the Goat y Shakespeare & Company. Todos comparten una misma concepción del espectáculo, basada en el trabajo físico del intérprete, con la imagen y el sonido como aliados para otorgarle al conjunto una dimensión poética. En esta oportunidad, la música original interpretada en vivo abreva en fuentes diversas, desde cantos polifónicos de la iglesia ortodoxa rusa hasta rock contemporáneo. En una entrevista con Página/12, el director Webster y la actriz española Esther Lozano explican algunas claves del montaje.
–¿En qué sentido adhieren a las palabras de Blixen “el arte verdadero debe implicar siempre cierta brujería”?
Max Webster: –Para nosotros, el actor es el corazón del teatro, y hay mucho de brujería en el acto de crear el ambiente escénico desde el lenguaje físico y visual. También en reunir música, luces, vestuario: el teatro es un verdadero conjuro.
Esther Lozano: –Todos nosotros tenemos diferente formación artística y hasta hablamos diferentes idiomas. Creo que lo mágico en nosotros fue haber encontrado la manera de amalgamar nuestras experiencias particulares para crear algo que nos sea propio como grupo.
–¿Qué significa buscar “un teatro de impacto visceral”?
M. W.: –La obra contiene en sí misma temas viscerales: el poder, el salvajismo humano, el fanatismo religioso, la trasgresión sexual.
E. L.: –No queremos hablarle al espectador desde lo intelectual sino desde lo visceral, porque trabajamos con la herramienta del cuerpo para “golpear” desde la escena.
–¿Cuál de todos esos temas es el vertebrador del espectáculo?
M. W.: –Somos un grupo interesado en hablar acerca del rol de la mujer en la sociedad. La historia, que trata acerca de una comunidad de mujeres ancianas, nos hizo preguntarnos qué es lo que lleva a ciertas mujeres a reunirse, de dónde sacan fuerza para actuar juntas y buscar una forma diferente de vida. Otro tema importante para nosotros es la esperanza, la posibilidad de cambiar, o uno mismo o bien parte de la sociedad.
E. L.: –Para mí es muy importante hablar de la doble moral que rige la forma en que nos movemos en conjunto. Y de aquello que tenemos reprimido dentro. En verdad, son temas recurrentes en la obra de Blixen, donde lo animal siempre está en contraposición con la racional.
–¿Qué simboliza el mono en la puesta?
E. L.: –El mono funciona como un alter ego de la Priora, el personaje principal que regentea el convento donde sucede toda la obra. Su mascota representa la contracara de su personalidad estricta y rígida, aunque al final existe una transformación.
M. W.: –Este animal representa la parte visceral de los seres humanos, su lado irracional. Pero esta mascota del convento no es el único símbolo. Las imágenes aladas son importantes, porque allí las mujeres, a pesar de vivir encerradas, parecen capaces de levantar vuelo.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.