Viernes, 19 de enero de 2007 | Hoy
ENTREVISTA A JORGE HALPERIN, AUTOR DE “EL PROGRESISMO ARGENTINO. HISTORIA Y ACTUALIDAD”
En su flamante libro, el periodista entrevista a Carlos Altamirano, José Pablo Feinmann, Luis Alberto Romero, Felipe Pigna y Atilio Boron, quienes recorren personajes y épocas de la política argentina para analizar los diferentes modos de ser y sentirse “progresista” y/o “de izquierda”. Halperín dice que estos diálogos ayudan a “luchar contra el dogmatismo”.
Por Silvina Friera
En los años ’60, cuando empezó a interesarse por la política y militó en una agrupación estudiantil de Vanguardia Comunista, Jorge Halperín sentía que no encajaba en ese mundo con su pesada mochila de escepticismo. Más cerca de la famosa duda de Hamlet (“to be or not to be: that is the question”) que de los dogmas marxistas, el periodista recuerda que cuando “me explicaban llorando algo que había dicho Mao, a mí no se me movía un pelo”. El documento nacional de identidad, “el ser” de entonces, era definirse como una persona de izquierda. “Te daba un lugar de pertenencia muy claro y a nadie se le ocurría definirse como progresista porque era de una vaguedad absoluta. Muy poca gente hoy diría que es de izquierda y en cambio todos los que antes se presentaban como personas de izquierda, ahora son progresistas, o en el mejor de los casos de centroizquierda”, compara. ¿Por qué la palabra progre, sospechada de indefinición ideológica, está en el diccionario cotidiano, y la antigua carta de presentación, “ser de izquierda”, luce tan anacrónica? ¿Qué es un progresista? ¿Es lo mismo que un hombre de izquierda? En El progresismo argentino. Historia y actualidad (Capital Intelectual), Halperín apeló, nuevamente, al género de la entrevista periodística para analizar la noción de “progresista” e identificar cuáles fueron los dilemas más importantes en cada uno de los cruciales momentos de la historia argentina junto con cinco notables intelectuales del progresismo: Carlos Altamirano, José Pablo Feinmann, Luis Alberto Romero, Felipe Pigna y Atilio Boron.
“Esta época, llamada confusamente de ‘caída de los grandes relatos’ (aunque el relato del cristianismo, del judaísmo y del islamismo no han caído, ni siquiera el del capitalismo), es en realidad una época de caída del relato marxista”, plantea Halperín en la entrevista con Página/12. A todos los entrevistados, el periodista les preguntó por la opción más progresista en cada circunstancia, “sabiendo de antemano que esa pregunta es una petición de principios, que es retórica, que no se puede extrapolar o proyectar el término progresista como hoy lo entendemos”, advierte. “Pero el ejercicio de preguntar de esa manera esquemática generó en los interlocutores que consulté el esfuerzo de pensar y recomponer una visión histórica del progresismo. Cuando preguntás si el progresista era Moreno o Saavedra, la respuesta correcta sería Artigas porque tanto Moreno como Saavedra pensaban en un modelo muy centrado en Buenos Aires, que no tenía nada de progresista porque era una continuidad del virreinato y no apuntaba a la constitución de una república”, señala.
“El recorrido más o menos cronológico de las entrevistas te permite luchar contra el dogmatismo, cuando te das cuenta de que en cada golpe de Estado, por ejemplo, hubo progresistas apoyando”, explica el autor de Lo mejor de la siesta inolvidable. “Illia, que era un presidente constitucional, es cierto que viciado de legitimidad porque ganó con el 22 por ciento de los votos y estaba proscripto el peronismo, no fue autoritario: su gobierno abrió el diálogo, no reprimió y tomó medidas como el salario básico, se peleó con el monopolio de petroleros y farmacéuticos. Cómo fue posible que las izquierdas disidentes o los peronistas ‘progre’ no se conmovieran con el derrocamiento de un gobierno constitucional. Cuando buscás a los progresistas en la historia, descubrís que muchas veces están en posiciones reaccionarias. Por lo tanto, la condición de progresista no te pone a resguardo de desviaciones de derecha, de apoyar lo peor o de actuar en contra de una buena alternativa. Esto es algo que fui comprobando al dialogar con estos intelectuales que piensan en la historia.”
–¿Qué recuerdos tiene de su experiencia como militante?
–Cuando quería sentirme de izquierda en los ’60, no podía llorar con lo que decía Mao, creer ciegamente en sus predicciones, defender con vehemencia la idea de que había que levantarse en armas para cambiar la sociedad o que el obrero era la clase revolucionaria. La verdad, no lo creía y entonces lo tenía que recitar. Militaba en la Facultad de Filosofía, en la agrupación Estudiantes Antiimperialistas, que pertenecía a Vanguardia Comunista, con la idea de formar grupos de estudio que analizaran las obras de Marx y de Lenin. Pero como íntimamente no creía, transformaba esas reuniones en discusiones sobre películas o libros, hasta que me echaron porque me caracterizaba por ser un “burgués acumulativo”. Esta expresión la usó la responsable de la agrupación... no me acuerdo qué significaba lo de acumulativo porque la verdad es que no acumulé nada (risas). Como no me interesaba por la ortodoxia de la agrupación y distraía a la gente formándola en “temas menores”, un día me comunicaron que me echaban de la agrupación. Ahora me siento un poco más cómodo sabiendo que puedo decir lo que pienso, aunque el término progresista sea una porquería y de una vaguedad absoluta.
–¿Pero cómo se definiría usted?, ¿como una persona de izquierda o como un progresista?
–Me defino como progresista porque no tengo claro hoy en día qué es una persona de izquierda: ¿Altamira? ¿Zamora? ¿Qué es ser de izquierda hoy? Veámoslo en términos internacionales: ¿es Bachelet de izquierda? ¿Tabaré con un ministro de Economía neoliberal? ¿Es Chávez? Creo que la izquierda hoy está en silencio porque no pudo autocriticarse y definirse. Aunque el progresismo como término es una porquería, hay una serie de componentes a los que suscribo. Me parece que lo fundamental es la búsqueda de la igualdad de oportunidades, de una sociedad igualitaria. Esta es una definición central, y también reivindico los derechos humanos y la democracia porque la historia amarga nos demostró que lo que no es democracia es peor.
–¿Cuál sería, entonces, la agenda de un progresista hoy si se la compara con la de los ‘70?
–La agenda de una persona que piensa hacia la izquierda, se declare de izquierda o progresista, se ha modificado profundamente. Alguien que pensaba hacia la izquierda afirmaba que tenía que haber una revolución hecha por el proletariado. La idea era que la sociedad en algún momento tenía que levantarse en armas y hacer la revolución porque la burguesía no iba a entregar el poder pacíficamente. El problema era que no se podía discutir si había que eliminar la sociedad de clases para lograr una sociedad igualitaria, sólo se podía debatir cómo se llegaba a eso. No se podía discutir que la clase obrera fuera el motor de esa revolución, a pesar de que todas las experiencias históricas demostraron que ninguna revolución la hizo la clase obrera. En la agenda de un joven de izquierda no existían, por supuesto, los derechos de género, los derechos humanos, la democracia. Hoy, un progresista en la Argentina no puede no tener en su agenda la defensa de la democracia y de los derechos humanos. Y no se le ocurriría decir que la única manera de que la sociedad sea progresista sería con un gobierno de la clase obrera, porque ya le quedó claro que la clase obrera no gobierna, ni es una clase revolucionaria, ni mucho menos se le ocurriría tomar el poder por la vía armada. Cuando tenía 20 años, la teoría marxista significaba una especie de faro que me conectaba con el futuro, tal como creía que el futuro iba a ser. Para el joven progresista de hoy las fuentes ideológicas de sus ideas lo conectan con el pasado y no con el futuro; y más de una vez se pregunta si ser progresista no es ser conservador del medio ambiente, de los vínculos sociales y de ciertas teorías. Ser progresista es saber que no está nada predeterminado, que no hay un sentido que organice todo el devenir histórico. Todas esas cosas forman parte de lo que hoy sabe un progresista.
–Pigna señala que el tema de la “seguridad jurídica” fue extraordinariamente apropiado por la derecha, y advierte que seguridad implica no sólo que no te roben, o no te maten, sino tener derecho a la educación y a la salud pública. ¿Coincide con él cuando dice que la batalla por el lenguaje es muy importante para un progresista?
–Sí, claro. La izquierda todo el tiempo le regala temas a la derecha, pero tengo la impresión de que la Argentina es una sociedad básicamente conservadora. La irrupción del menemismo ha sido posible por una alianza conservadora entre los sectores populares y las clases altas, y ha sido el catalizador de una visión conservadora que hoy sigue rigiendo. Todavía estamos bajo los efectos de la cultura menemista. Cuando digo que la izquierda regala con el lenguaje zonas a la derecha, también pienso que no sé si la izquierda tendría chances de que no se las arrebaten. ¿La izquierda tiene chances en este país? Argentina es el único país de América latina donde no es imaginable que la izquierda llegue al gobierno.
–¿Por qué?
–La presencia de una fuerza hegemónica como el peronismo le ha quitado a la izquierda muchas posibilidades, tomando alguna de sus banderas, pero en un marco distinto. La Argentina tiene una izquierda que no ha madurado, que no ha procesado nada, no tiene ninguna perspectiva de asentarse sobre bases sociales reales y por lo tanto está siempre girando en el vacío. Ultimamente, cuando les dan un poco de espacio en los medios a Altamira o a Zamora, se transforman en predicadores electrónicos. No hay ningún elemento que te permita vislumbrar que en diez o quince años se pueda constituir una fuerza de izquierda que gobierne el país. Alguien podría objetar esto que digo poniendo como ejemplo el socialismo en Rosario. Sin embargo, no me atrevería a caracterizarlo como izquierda. El socialismo no es un partido de izquierda sino de centro, con algunas consignas progresistas.
–¿Y Kirchner?
–No puede quedar afuera de la agenda de un progresista de izquierda en la Argentina una reforma impositiva, una verdadera redistribución de la riqueza. Y esto no está en la agenda de Kirchner. Puso el énfasis en atender a los sectores más vulnerables, le dio mayor protagonismo a la clase media y favoreció a las pymes, pero eso no constituye una auténtica redistribución de la riqueza. El no podría ser nunca el articulador de una fuerza de centroizquierda, si no toca la redistribución de la riqueza. Eso es algo no negociable. Se fueron al inodoro un montón de premisas de la izquierda, pero la que no se puede ir es la idea de crear una sociedad más justa. La herramienta central de una política de distribución de la riqueza es una reforma impositiva: que paguen más los que más tienen. El reparto tiene que ser una herramienta central de una política y de una fuerza progresista. Aunque este gobierno sea progresista sólo en algunos rubros, eso no quita que sea la opción más deseable.
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