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Martes, 6 de febrero de 2007

TEATRO › “MUERTE DE UN VIAJANTE”

El hombre abrumado por la decadencia

Alfredo Alcón, Diego Peretti y María Onetto se lucen en la puesta de Szuchmacher.

 Por Hilda Cabrera

A Willy Loman le arrebataron los sueños de prosperidad. Pagó cara su adhesión a un sistema que privilegia como meta el éxito. Lástima que advierte tarde la trampa. La descubre cuando ya cumplidos los sesenta años, cansado del trajín cotidiano y sin talento para renovar su catálogo de chistes, con el que suponía captaba compradores, recibe como premio a un trabajo de décadas la notificación de su despido. Este hombre ahora jaqueado compró ilusiones, casa y artefactos en cuotas, y aceptó mentiras propias y ajenas, pues en Muerte de un viajante (en el original, Death of a salesman) el engaño excede lo individual y abarca a una familia, una sociedad y un país. Queda claro, al menos en esta obra, que para el neoyorquino Arthur Miller la presión económica y psicológica que aplasta a Loman –y a otros que se le parezcan– es consecuencia de políticas de Estado. En el papel del salesman, Alfredo Alcón corporiza con singular intensidad el desequilibrio emocional del abrumado y conmueve a todos con su arte. El actor traduce así, con infinidad de matices, las contradicciones de un ser que se debate entre la esperanza y la incertidumbre.

En esta puesta de Rubén Szuchmacher, basada en una versión de Eduardo Masllorens y Federico González del Pino, Loman sigue siendo el prescindible de una historia que se ha narrado escénicamente en varios idiomas. También el desangelado que no ha podido elaborar estrategias de supervivencia. Es el pobre tipo universal que genera identificaciones con su entrañable patetismo.

¿Y por qué el suicidio? Empeñado en ser víctima, cree que su muerte solucionará los problemas. Piensa que con el dinero del seguro de vida su esposa podrá levantar la hipoteca de la casa. Tampoco en esta decisión Loman se libera de la sociedad que lo maltrata. De ahí que su suicidio es una adhesión más al sistema y no un signo de ruptura: el hombre confía en su empresa y en la aseguradora. A diferencia del espectral hermano Ben –-rápido para las acotaciones–, no duda de que pagarán el seguro.

El personaje Loman –objeto de infinidad de lecturas– ha perdurado en la escena argentina como espejo de quienes no aprendieron a administrar la propia vida. En este sentido hubo versiones que abrieron camino, comenzando por la histórica, en idish, estrenada en Buenos Aires por Joseph Buloff en 1950, un año después de la première mundial en Nueva York. También ese año, Narciso Ibáñez Menta interpretó al viajante en el escenario del Nacional.

Ubicada entre el teatro político estadounidense de los años ’30 –que introducía discursos sobre ética– y el introspectivo e individualista de ese mismo país en la década del ’50, esta pieza continúa impactando. El texto es claro, llega directo al espectador, y más todavía cuando alterna con formas coloquiales del presente. Estas renuevan los diálogos que entabla el desahuciado Loman con sus hijos, el primogénito Biff (interpretado por Diego Pere-tti) y Happy (a cargo de Luciano Cáceres), quienes, llamativamente, exhiben una energía física que contrasta con las debilidades del carácter. En esos contrapuntos, y a pesar de los sarcasmos, Loman no puede evitar el dolor de no ser el que era. Asunto que además le genera culpa. Esto no sucede respecto de su mujer Linda (María One-tto), quien guarda una actitud afable, incluso ante el irreversible deterioro anímico de su marido.

Es cierto que Miller no asigna a sus personajes el poder de la verdad ni los adorna con los atributos de los luchadores. Quizá porque esta familia arrastra comportamientos que no puede justificar en el presente. Miller retrata al que evade (Happy), al que delira (Loman) y a los que comprenden pero no deciden, como Biff y Linda. Para ellos la vida se convierte en fracaso y así lo señalan de distinta forma el tío Charley (Roberto Castro), quien presta dinero a Loman; el jefe Howard Wagner (Pablo Caramelo), encargado de anunciar el despido; y el fantasmático Ben (Carlos Bermejo), que tiempo atrás partió a tierras extrañas con el propósito de “hacer dinero”. Personajes todos que ofrecen a los intérpretes oportunidad de lucimiento. En cuanto a la totalidad del elenco, resultan especialmente destacables los trabajos de Alcón, Peretti, Onetto y Javier Lorenzo, en el rol de Bernard.

Quizá sea un lugar común reiterar que Miller desarrolló en sus obras conflictos afines a las relaciones familiares y fijó su atención en los cambios anímicos de los personajes centrales. En este punto cabe recordar que el primer título que eligió para Muerte... fue The Inside of his head. Otro tema suyo ha sido el fracaso y, asociado a éste, la incapacidad para resguardar la propia independencia. Falla esta que deviene tal vez de creer que el libre albedrío es algo que se conquista una vez y para siempre.

Las “fugas” entre presente y pasado y las torpezas de quienes no han podido cumplir con el sueño americano de grandeza agilizan esta puesta, a la que aportan creatividad Jorge Ferrari (escenografía y vestuario) y Gonzalo Córdova (iluminación). En este nuevo trabajo de Szuchmacher (quien acaba de reponer Decadencia, de Steven Berkoff, en su teatro-taller Elkafka), el entorno agrava la crisis de Loman, pero no lo transforma en un rebelde. Al igual que los otros personajes de esta historia, el viajante será hasta el final un ciudadano “a disposición”. Y esto quizá porque Miller, quien supo señalar algunos de los malestares de la cultura estadounidense, optó en sus obras por una crítica de advertencia, como lo demostró en una pieza de título apocalíptico, The Last Yankee, estrenada en el off Broadway en el ya lejano 1993.

8-MUERTE DE UN VIAJANTE

De Arthur Miller (1917-2005)

Elenco: Alfredo Alcón, Diego Peretti, María Onetto, Luciano Cáceres, Roberto Castro, Carlos Bermejo, Javier Lorenzo, Pablo Caramelo, Mónica Santibáñez y Francisco Civit.

Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari.

Iluminación: Gonzalo Córdova.

Supervisión musical y sonora: Bárbara Togander.

Asistente de dirección: Betty Couceiro.

Versión: Eduardo Masllorens y Federico González del Pino.

Dirección: Rubén Szuchmacher.

Producción: Pablo Kompel y Adrián Suar.

Lugar: Sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660.

Funciones: miércoles y jueves a las 20.30; viernes a las 21.00; sábados a las 20 y 22.45; y domingo a las 20.30.

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La pieza de Arthur Miller se ve en la sala Pablo Picasso de La Plaza, de jueves a domingos.
 
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