Lunes, 26 de marzo de 2007 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A LA DIRECTORA LAURA YUSEM
Está preparando el estreno en el teatro Regio de El último yankee, la última obra del dramaturgo Arthur Miller. La pieza hace foco sobre los mandatos de progreso y consumo de la sociedad norteamericana.
Por Cecilia Hopkins
En 1993, cuando de paso por Buenos Aires visitó la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires para ofrecer una conferencia, Arthur Miller se refirió a la última de sus obras, El último yankee, la cual ya había sido estrenada tanto en Nueva York como en Londres. “El modelo para este personaje fue un carpintero que conozco desde hace treinta años”, confió a su auditorio para hablar de Leroy, un ebanista de Nueva Inglaterra (estado ubicado entre Boston y Nueva York, área de los popularmente apodados yankees), orgulloso de su trabajo, amante de la naturaleza, que llega a un neuropsiquiátrico de un pequeño pueblo para visitar a su mujer allí internada. Si bien la obra relata el modo en que Patricia consigue prescindir de los fármacos que le imponen los médicos por su estado de depresión severa, en profundidad hace foco sobre un asunto que prevalece en la obra de Miller: las consecuencias de los mandatos que marcan a fuego a la sociedad norteamericana, acerca de la necesidad de cumplir con el gran sueño nacional del enriquecimiento progresivo y el consumo eterno. Otro esposo que también tiene internada allí a su mujer ofrece un ángulo diferente sobre las mismas cuestiones.
Esta obra, escrita hace 14 años, es la que subirá a escena el 18 de abril en el teatro Regio (Córdoba 6056) bajo dirección de Laura Yusem, con un elenco integrado por Beatriz Spelzini, Alicia Berdaxagar, Alejandro Aguada, Aldo Barbero y Nya Quesada. La gran depresión del año 30 fue la razón por la cual la familia de Miller, siendo él todavía un adolescente, debió mudarse del área del coqueto Central Park al modesto Brooklyn, en virtud de que la empresa textil que mantenía su padre sintió el cimbronazo económico de la caída de Wall Street. Hijo de inmigrantes judíos polacos, a pesar de que esperaba dedicarse a las letras, una vez terminado el secundario Arthur se empleó en un almacén de repuestos para automóviles; incluso fue camionero para pagarse sus estudios de periodismo en la Universidad de Michigan: “en la opinión de Miller, Leroy es el último yankee porque ya no hay hombres que tengan los valores que él mismo apreciaba: el sentir orgullo por una tarea manual, tener una vida sana y disfrutar de la naturaleza –explica Yusem en una entrevista con Página/12–. Y como este personaje, él también decidió mantenerse al margen de la locura americana. También como él fue carpintero y tuvo varios trabajos como obrero, y se planteó desde muy joven vivir con austeridad y no depender del dinero”.
–Esta obra le fue propuesta por la dirección del Complejo Teatral de Buenos Aires. ¿Le gusta dirigir por encargo?
–Las cosas que no quiero hacer, lo que no puedo hacer de ninguna manera aunque me paguen lo que sea, las siento en el estómago, como dice Griselda Gambaro. Todas las obras que vaya a dirigir, las elija yo o no, tienen que tener un piso de excelencia para que me interesen. El único gran éxito comercial que tuve en mi vida fue Camino negro, de Oscar Viale –la hice convocada por él–, y aunque la obra no tenía, al parecer, nada que ver conmigo, encontré en ese texto una potencia popular, una contundencia dramática que me hizo aceptarla. Tanto me gustó que volví a dirigir otra obra del mismo autor, Tratala con cariño, en la reinauguración del Teatro del Pueblo.
–No es éste uno de los textos importantes de Miller.
–Es cierto, ésta no es una gran obra. Miller es un maestro de la estructura, y esta obra escrita en 1993 es simple, en nada comparable a ninguna de las 4 obras mayores que escribió, Todos eran mis hijos, Las brujas de Salem, La muerte de un viajante y Panorama desde el puente, que es la que a mí más me gusta. Allí realiza una verdadera hazaña si se piensa que construye una tragedia griega con estibadores sicilianos de Brooklyn. Esta obra es pequeña pero le encuentro algunas influencias de los gustos literarios de Miller. El admiraba mucho la literatura rusa, a Chejov muy especialmente. Eso se ve en el amor que siente Leroy por el trabajo manual y modesto, por una tarea que sirve a la comunidad, por mantener su vida vinculada a la naturaleza.
–¿En qué aspectos de esta obra se lo encuentra a Miller con mayor claridad?
–En lo ideológico, absolutamente. Y en la riqueza de los personajes. Lo que llama la atención aquí es que haya un protagónico femenino: en la obra de Miller las mujeres o son brujas o personajes menos que secundarios. Siempre sometidas, tontas, débiles, en nada comparables a sus personajes masculinos. Para hablar del macartismo eligió a mujeres. Fue todo lo contrario a su contemporáneo Tennessee Williams, que las entendió como pocos. Y si bien se puede decir que Miller se mete con el mundo de la mujer de un modo ingenuo, es su primera vez y esto lo vuelve interesante. Es verdad que no le dedica al personaje femenino el título de la obra, pero eso ya sería pedirle demasiado.
–¿Esa ingenuidad está en relación con cómo ella parece vencer su enfermedad?
–Patricia ha pasado muchos años deprimida. Y sin embargo sale del hospital por una especie de milagro. Ella lo enuncia de ese modo, habla de religión, de que está enamorada de Dios. Patricia deja de tomar pastillas por una decisión casi mística. Cuando leí Vueltas al tiempo, la fantástica autobiografía de Miller, llegué a la conclusión de que él mismo hubiese deseado esa cura milagrosa para Marilyn. (Miller se casó con Marilyn Monroe en 1956, el matrimonio duró 4 años, poco después ella se suicidó con una sobredosis de psicofármacos.) Porque él luego de hacer un análisis de la personalidad de la que fue se esposa les echa toda la culpa a las pastillas.
–¿Cada paciente representa un modo diferente de relación con la vida?
–Todas tienen depresiones severas. Patricia logra salir, su amiga Karen no podrá hacerlo y hay otra que en toda la obra ni se mueve de la cama, que representa el coma farmacológico. Como siempre en Miller hay una metáfora de la sociedad: cualquiera que vive en este país no puede no estar deprimido.
–¿Qué significa el título de la obra?
–Habría que aclarar que con la palabra “yankee”, Miller hace referencia no a todos los norteamericanos sino sólo al wasp (siglas correspondientes a white, anglosaxon, protestant) es decir, al blanco, anglosajón y protestante, habitante de Nueva Inglaterra, al norte de Nueva York. Leroy es el último yankee, porque en la opinión del autor ya no hay hombres que tengan los valores que él mismo apreciaba: el sentir orgullo por una tarea manual, el tener una vida sana y disfrutar de la naturaleza. Leroy está decidido a no ganar dinero, a estar al margen de la locura americana. Miller un autor que le da mucha importancia a la ética.
–Sin embargo, a los ojos de su mujer, él está 50 veces más deprimido que ella.
–Eso podemos verlo como un cruce de subjetividades. Ella es hija de inmigrantes, valora mucho a su familia y desea la fortuna y el bienestar propio del sueño americano. Le molesta la falta de ambición de su marido. En esa zona hay un malestar entre yankees y suecos, quienes a fines del siglo XIX estaban muy mal vistos, como todos los inmigrantes.
–Y lo que hay que conseguir, según ella, es llegar a ser el primero de la fila.
–Pero Leroy dice que para él, la fila debe estar compuesta de una sola persona. En cambio, la otra pareja representa un modo de vivir solamente para hacer plata.
–Karen es muy poco lúcida, ¿Cree que su entusiasmo por bailar tap (zapateo americano) tiene un valor simbólico en la obra?
–Uno de los peores elementos de la cultura norteamericana es la industria del entretenimiento. Ella vio un video de Ginger Rogers y Fred Astaire y así encontró una pobre manera de sobrevivir. En definitiva, creo que Miller afirma que la sociedad de su país –y se podría hablar también de la nuestra– empuja a la gente a los neuropsiquiátricos o a otros lugares de exclusión, como los que ofrecen la pobreza, la falta de trabajo, la falta de educación.
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