Lunes, 26 de marzo de 2007 | Hoy
TEATRO
Nacido en Nueva York, 1915, muerto en 2005, Arthur Miller obtuvo en 1944 su primer premio literario importante por Un hombre con mucha suerte. En 1947, su pieza Todos eran mis hijos fue elegida por la crítica la mejor obra dramática del año. Ya desde sus primeras obras aparece un tema fundamental: la crítica a los valores conservadores que, a fines de los ‘40 comienzan a regir con firmeza a la sociedad norteamericana. Así, La muerte de un viajante (1949), ganadora del Premio Pulitzer, denuncia el carácter ilusorio del sueño americano, en tanto que Las brujas de Salem (1953) ataca la doctrina macartista de la que él mismo fue víctima. En su visita a Buenos Aires comparó a los personajes masculinos de Muerte de un viajante y El último yankee: “Willy Loman es un héroe perverso. Está dispuesto a dar su vida por un sueño. Mientras que el carpintero Leroy, creado 40 años más tarde, no daría su vida por nada. Es mucho más pragmático, además no es fanático. Willy Loman, al igual que Macbeth o Edipo, es un fanático enceguecido por su visión. Hoy hay muchos así”.
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