Jueves, 5 de abril de 2007 | Hoy
TEATRO › “BIBLIOCLASTAS”, SOBRE LA DESTRUCCION DE LIBROS DURANTE LA DICTADURA
Actor, dramaturgo y docente, Jorge Gómez explica el sentido de la obra, que denuncia el aniquilamiento del pensamiento crítico.
Por Alina Mazzaferro
Una pequeña y oscura oficina kafkiana, a las órdenes de un hombre cuya autoestima depende del poder y la fuerza que pueda ejercer sobre los otros. Un empleado correntino y otro –El Ruso– que, misteriosamente y sin aviso previo, ha desaparecido. Entre ellos, un montón de libros agrupados en pilones y bolsas, sobre las mesas y en el piso, que parecerían querer decir algo, pero a quienes nadie escucha. En el centro de la escena, el protagonista: un gran horno que, cada tanto, abre su inmensa boca colorada para devorar alguna de sus víctimas de papel. El bibliocausto –la destrucción masiva de libros– ha sido un crimen recurrente en la historia de la humanidad: persecución bibliocida ha habido desde la Antigüedad hasta la Inquisición católica y el nazismo. Sin embargo, este bureau y sus metódicos empleados no son tan lejanos, espacial y temporalmente, para la Argentina de 2007. Durante la última dictadura, un millón y medio de libros pertenecientes al Centro Editor de América Latina que dirigía Boris Spivacow fueron incinerados en este tipo de oficinas-sótano, dedicadas a deshacerse de grandes pilas de volúmenes en forma regular.
Biblioclastas –la obra de Jorge Gómez y María Victoria Ramos estrenada el año pasado a 30 años de la dictadura militar, que ahora se presenta todos los jueves a las 21.30 en el Teatro De la Fábula (Agüero 444)– vuelve a poner en escena el oscuro período que a partir de 1976 se inició en la historia nacional, a través de Fénix y Gutiérrez, dos empleados municipales encargados de arrojar al fuego los libros y, con ellos, la memoria de un pueblo.
“Tratamos de ser muy rigurosos con los hechos, sin que eso significara hacer un ensayo”, explica Gómez quien, además de haber escrito y protagonizado la obra, es docente de historia. El puntapié inicial de la investigación fue la lectura de Un golpe a los libros, de Judith Gociol y Hernán Invernizzi, “porque allí estaba claramente contada la sistematización usada para la censura cultural”. También se inspiraron en Almanzor, pieza de 1821 creada por el poeta alemán Heinrich Heine, de la cual una frase ha sido inmortalizada: “Allí donde queman libros, acaban quemando hombres”. Con esa premisa en mente, los autores no trabajaron solamente el microcosmos de esa oficina subterránea, sino que permitieron que el contexto externo se colara, mediante algunos indicios, en la rutina laboral de los inquisidores de la literatura. Así, alguien pregunta por El Ruso, que de pronto no va más a trabajar, y le contestan que se ha tomado un largo feriado judío, aunque ya han pasado varios días desde el Rosh Hashaná. También allí se vive el fervor patriótico por el fútbol, la rivalidad “deportiva” con Inglaterra y la temida derrota tras un costoso partido jugado en Malvinas.
Mientras tanto, los libros van cayendo uno a uno dentro de la boca ardiente del impaciente horno. “Existe la falsa idea de que los militares quemaban libros porque eran brutos; en realidad sabían por qué los quemaban, conocían la incidencia que puede tener la lectura en el pensamiento”, afirma Gómez. “En el décimo piso del San Martín –sigue– había una oficina con gente que catalogaba libros, y decía ‘éste sí, éste no’; eran intelectuales al servicio de la dictadura.” Biblioclastas se propuso, desde un principio, poner en escena el procedimiento sistemático de aniquilación del pensamiento crítico llevado a cabo por los militares a fines de los ’70. Sin embargo, la tarea de construir una obra y sus personajes obligó a sus creadores a extenderse más allá de la simple denuncia. Admirador de la dramaturgia de Eduardo Pavlovsky, Gómez intentó, como en Potestad o en La muerte de Marguerite Duras, presentar a los personajes como seres cotidianos y humanos para luego revelar que dentro de ellos, a simple vista inofensivos, se erige un represor.
Interesado por la historia nacional, tanto como actor, dramaturgo y docente, Gómez ya está preparando una nueva obra, esta vez sobre el peronismo. Para él, el teatro es una herramienta “para que una sociedad pueda mirar de dónde viene y hacia dónde va”. “Pero si uno se propone hacer teatro sólo por una cuestión política –agrega– cae en dogmatismo, en cuestiones panfletarias, y es aburrido tanto para el que lo hace como para el que lo ve. El arte tiene que ser el fin último. Pero uno no puede evitar poner allí toda su ideología, su vivencia, su identidad.”
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