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Viernes, 14 de octubre de 2005

TEATRO › ENTREVISTA CON LOS DIRECTORES INES SAAVEDRA Y DAMIAN DREIZIK

Los hijos de aquellos hijos

En la sala La Maravillosa, ambos presentan la obra Los hijos de los hijos, que aborda el tema de la inmigración, sus huellas y su legado entre sus descendientes.

Trabajo y más trabajo es la fórmula que han sostenido toda la vida los ascendientes inmigrantes de Los hijos de los hijos, obra de Inés Saavedra, actriz, directora y gaitera desde muy joven. El actor Damián Dreizik –ahora en el rol de codirector– descubre en esa pulsión un modo de afirmarse en un lugar desconocido. No es una actitud lineal sino con matices dentro de una misma colectividad. “Tonalidades políticas e ideológicas y diferentes valoraciones del dinero, el conocimiento y el placer”, sostiene Dreizik. Estos distintos comportamientos inspiraron a Saavedra la historia de “dos hermanos que todos los domingos tocan música de sus ancestros en un club”. Esa fue en parte la experiencia de la autora que produjo e interpretó espectáculos como Divagaciones y Cortamosondulamos. En Los hijos..., los roles de Amparo, Alfonso y Cándido –proveedor del bar de un club gallego– son compuestos por Susana Pampín, Marcelo Xicarts y Ricardo Merkin. Equipo que en La Maravillosa, una antigua casa-teatro de Medrano 1360, se completa con Leonardo Iruzubieta en música, Cristina Villamor en escenografía y vestuario, Eli Sirlin en las luces y Guillermo Ramos como director asistente. La obra se ofrece los sábados y domingos a las 18. Los ahora codirectores trabajaron con gusto en Las enfermeras de Samuel, de modo que ahora sus contribuciones a Los hijos... fueron inmediatas y abiertas a otras colectividades. Así, la judía, como la española e italiana se enlazan fluidamente, sin atarse a los códigos de la épica inmigratoria: “No es el grotesco de un Armando Discépolo ni la mirada sobre el fracaso de un Roberto Cossa”, sostiene Dreizik. Las escenas se sitúan en la espera que precede al espectáculo de los hermanos Alfonso y Amparo. En ese lapso, estos recuerdan momentos idos, elaborando historias que congelan en estampas.
–¿Por qué esa fijación de la historia en fotos?
Damián Dreizik: –Nos sirve para la síntesis y para profundizar en lo cómico o triste de la vida de las comunidades. Elegimos básicamente dos, pero incorporamos otras como la italiana. Tomamos fragmentos de un manual de inmigrantes que se repartía en Italia a los que emigrados. Eran consejos para que no los embaucaran.
Inés Saavedra: –Contábamos además con mucho material fotográfico de la familia de Merkin y Pampín. Había un deseo de que se viera que lo estaban pasando bien, que podían pasar las vacaciones en Piriápolis, Tandil o Bariloche. Causa gracia ver a la gente con esquís en pleno verano. Esos lugares despertaban fantasías. Los que recibían esas fotos entendían que sus parientes habían elegido bien el país. Esto era más frecuente en la comunidad judía. La española sacaba el tema del sacrificio.
–Pero en general se cuidaban de no colocar la pobreza en un primer plano.
I. N.: –Negaban la palabra tuberculosis, ligada a la pobreza, y armaban historias fantasiosas sobre los enfermos de la familia. No podían admitir que acá también se enfermaban y hasta se podían morir de hambre.
–Lo que favoreció la leyenda de que todos los inmigrantes progresaban.
I. N.: –Es que la mayoría había partido despojada de todo. Fue una salida dramática. Los inmigrantes se aferraban a sus costumbres, pero no por eso volvían a sus países. Provengo de una familia de Lugo y toqué la gaita en las fiestas del Centro Gallego, en Olivos. Recuerdo que en 1990, en una visita de Manuel Fraga Iribarne (ex presidente del Partido Popular Español, antes Alianza Popular), participé de un espectáculo con el traje característico de terciopelo negro. La fiesta se celebraba a las dos de la tarde y me moría de calor. Es bastante extraño que los nietos mantengamos algunos códigos y hablemos de lugares que muchos de nosotros no conocemos. A veces un pueblo es apenas un grupo de casas en una montaña.
–Tampoco los ascendientes sabían cómo era el lugar en el cual desembarcaban.
I. S.: –Ese desconcierto puede ser el mío. Soy gaitera, pero no por eso soy española en España. El instrumento me remite a mi infancia, pero no más. En la obra los actores hablan en idish y en gallego y hasta han aprendido a tocar como si fueran una banda.
D. D.: Todos aportaron. Seleccionamos anécdotas “abiertas” que incentivan la fantasía. En mi caso, la inspiración partió de algunas historias familiares y de relatos leídos en un libro sobre Moisés Ville (la colonia judía fundada en Santa Fe a fines de 1889).
–¿Cómo funcionó el idioma en ese contexto?
D. D.: –El idish servía a veces para transmitir un secreto. Pasaba, y pasa todavía, algo curioso. Es mucha la gente que no lo habla pero lo entiende. Parece algo esquizo ver a un padre hablando en idish y a su hijo respondiéndole en castellano.
–¿Les afectaron los mandatos paternos?
I. N.: –Cuando le dije a mi papá que no quería ir a la facultad, trató de que cambiara de opinión, pero me dio libertad para elegir. Mi padre es abogado y mi abuelo era almacenero. Deseaba algo más estable para mí. En casa me sugerían estudiar Letras. Después bajaron las pretensiones: turismo o una actividad hotelera, porque trabajé muchos años en gastronomía.
D. D.: Yo empecé a actuar desde muy joven, y no pudieron detenerme. Me anoté en bibliotecología pero cursé solamente un mes.

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Saavedra y Dreizik, directora y codirector.
 
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