Martes, 21 de agosto de 2007 | Hoy
TEATRO › “INVENCIONES DEL RECUERDO”
Alfredo Arias, Marilú Marini, Sandra Guida y Alejandra Radano estrenan una obra basada en un libro de la escritora.
Por Hilda Cabrera
La fascinación no se puede explicar de manera lógica, simplemente se vive. Esa es la experiencia que atraviesa el director Alfredo Arias ante los textos de la escritora y poeta Silvina Ocampo recogidos en Invenciones del recuerdo, título del libro publicado en 2006 y del espectáculo que Arias estrena hoy en un espacio único, Villa Ocampo, la casona que la escritora Victoria Ocampo, la mayor de las cinco hermanas, donó a la Unesco en 1973. Esta “autobiografía en verso libre” deviene reveladora para el director y las actrices Marilú Marini, Sandra Guida y Alejandra Radano, protagonistas junto al compositor, cantante e intérprete de piano Axel Krieger de este trabajo que se exhibe en su fase experimental hoy a las 20.30, en la mansión de la calle Elortondo (del vasco, hierbas duras), en Beccar. A esta función sucederá otra el martes 28, dentro del programa Siete noches, ciclo de música, teatro y danza que organiza la coreógrafa Diana Theocharidis, codirectora (junto a Martín Bauer) del Centro de Experimentación del Teatro Colón. El lugar es ideal para escenificar estos escritos que estampan las zozobras de la autora en su niñez. En aquel secreto círculo de la burguesía patricia de la época y en las repulsas y atracciones propias de una púber, Arias descubre sensibilidades para una puesta que seduce. Era inevitable después de haber montado en París otros textos de Ocampo, La lluvia de fuego, que interpretó Marini en 1997, en el teatro de Bobigny. Es la actriz quien durante la entrevista con Página/12 se muestra aún más apasionada; recita fragmentos de Enumeración de la patria (poesías de 1942) y rescata cuentos “escritos desde adentro”, como el que tiene por protagonista a una liebre perseguida por una jauría. Arias, por su lado, opina que estas invenciones de Ocampo (1903-1993) son poéticas, elípticas y poderosas.
–¿Constituyen realmente un adiós a la infancia?
Alfredo Arias: –Cuando ella siente que ha dejado de ser niña ingresa a un mundo teñido por la idea del pecado y elige contar ese paso de manera dura y cruel. En estas poesías está presente el arrepentimiento, y al mismo tiempo la impresión de que nunca confesará sus pecados, porque éstos son parte de su persona. Esa es una concesión al infierno. Así lo veo. Por eso, más que un adiós es un duelo.
–¿Cómo se escenifica ese pasaje?
A. A.: –Reconozco que es muy delicado comunicar esto al público en una única soirée. Estamos dispuestos a captar toda la atención de un espectador que en un espacio como éste puede tener un comportamiento más volátil y ligero que en un teatro convencional. El montaje se divide en cuadros. El primero describe con muchísima ironía el aprendizaje del lenguaje y el papel que juegan las personas que se ocupan de diferentes tareas en la casa; también, la relación afectiva de la niña con esos personajes. El segundo muestra a los extraños a la casa. Uno es el Intruso que se mete durante una noche y al día siguiente es aceptado como uno más de la familia. Ese señor desaparece después llevándose algunos objetos de valor. Y están los mendigos también, donde creo ver una escritura con ramalazos cinematográficos al estilo de Buñuel. El tercer cuadro muestra los afectos más potentes. El cuarto cuadro es la pérdida de la inocencia y la inquietud que le despierta el empleado de la casa que se ocupa de los perros. Esa atracción la conduce al mundo de lo obsceno: el hombre la incita a espiar por la cerradura su exhibicionismo. La aceptación o el rechazo o el asco que eso le puede ocasionar es el fin de la inocencia. Este es un momento muy delicado del espectáculo, pero está expresado de manera increíble por la autora: perturba pero no molesta.
–¿Cuál es el aporte de la actuación en ese trayecto?
A. A.: –Las actrices encarnan aspectos de ese acercamiento o alejamiento de la inocencia. La interpretación de Alejandra se conecta con una parte infantil de Silvina, y Sandra con una más irónica y cercana a los sentimientos más recónditos. Probablemente el cuadro más problemático lo compone Marilú.
Marilú Marini: –Sin duda es una escritura que perturba y conmueve. Ella parte de emociones sin filtro, expresadas con libertad y sin aferrarse a imposiciones de estilo. Habla desde la infancia sin apartarse de esas primeras sensaciones donde lo sublime y bello, lo temido y amado y hasta lo cruel se confunden sin censuras. A diferencia de otros autores, no utiliza la palabra como pantalla frente al deseo, el miedo y el anhelo.
Sandra Guida: –Me convertí en adicta desde los primeros ensayos. Las situaciones que plantea la autora pueden parecer normales y cotidianas, y sin embargo sentimos que allí hay algo mágico, y eso surge también de la forma que eligió para contar, que es poética y rica en imágenes.
Alejandra Radano: –Para mí fue el descubrimiento de una afinidad que desconocía. Llegué a sentir un poco de temor ante lo que iba descubriendo, ante esas sensaciones que podían ser las mías. Pienso en mi niñez como en un lugar muy hermoso, pero me identifico con todas esas inquietudes que cuenta la autora y que la van llevando a la pérdida de la inocencia.
A. A.: –Una pérdida que va directo a la idea de pecado y desemboca en interrogantes: ¿qué hacer con ese pecado, confesarlo o guardarlo para siempre? De ese debate interior surge la poética del trabajo de Silvina Ocampo. En tanto niña, ella se hace cargo de una situación de riesgo y avanza con temor pero con mucha libertad hacia esa otra dimensión que se vive como amenaza.
–¿La niña (o niño) percibe lo siniestro?
A. A.: –En esta autobiografía poética hay miedo, y eso que puede parecer una contra le otorga un humor y una frescura increíbles. Creo comprender ese miedo: lo tuve siempre, de niño y ahora. El miedo me convierte en una persona imaginativa. En lugar de trabarme me empuja a imaginar y sonreír. Me gusta que la autora no ceda a la convención de confesarse y guarde lo que cree prohibido. Podríamos leer estos textos al revés y decir que conforman una mirada adulta sobre la infancia, pero eso me interesa menos. Lo controvertido no es la inocencia como estado de la pureza sino como vértigo ante el acercamiento carnal.
S. G.: –Cuando no hay sabiduría, como en el niño, el hilo que sustenta el pensamiento es muy frágil. Por eso cuando una persona cercana a un niño transita situaciones promiscuas o de obscenidad, el chico puede pensar que eso que hace el adulto no debe ser tan malo, porque de lo contrario no lo haría, pero en el fondo algo le dice que no se debe hacer. Ese doble piso que el niño o la niña descubre en una etapa de la vida lo introduce en un mundo que no puede comprender totalmente.
M. M.: –En la niña es el tironeo de esa parte suya que la une a la madre y a otros afectos muy profundos, y ese otro tironeo que la conduce al despertar de una carnalidad que le dará finalmente identidad. Porque es en ese paso donde todos nos definimos. Lo fundamental en esta autora es que lo testimonia desde el propio cuerpo y con una sensualidad que fluye.
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