Viernes, 31 de agosto de 2007 | Hoy
TEATRO › DANIEL SUAREZ MARZAL ESTRENA UNA VERSION DE “LA CELESTINA”
El director y régisseur, un enamorado del teatro clásico español, explica por qué eligió un montaje minimalista para traer al presente el famoso texto de Fernando de Rojas.
Por Hilda Cabrera
Los estremecimientos del amor y de la muerte, el mensaje moral y la disparidad de lenguajes atraviesan la historia de los amantes Calisto y Melibea, empujados al amor loco por la prostituta Celestina, la alcahueta más famosa de la literatura clásica española. Investigando en la acepción tragicomedia impuesta a La Celestina, de Fernando de Rojas (edición de 1500, impresa en Toledo), el director y régisseur Daniel Suárez Marzal descubrió que así como Cervantes se aparta en El Quijote de los textos de caballería, Rojas hace lo mismo respecto de la novela sentimental, medieval y trovadoresca de su tiempo. De modo que su Celestina puede ser considerada la primera novela en castellano que cruza lo cómico, sentimental y trágico según códigos de transición, “modernos” para la época. Esta comprobación y el entusiasmo del director por el teatro clásico español propiciaron la versión que estrena hoy en el Teatro Regio.
–¿Qué diferencia este trabajo de sus anteriores montajes sobre el teatro del Siglo de Oro?
–En primer lugar, ésta fue una investigación iniciada por mí sin que mediara un encargo, como sí sucedió con La vida es sueño, Numancia, La dama duende y El perro del hortelano. En segundo término, La Celestina no es originalmente una pieza teatral, sino una novela dialogada que decidí asentar sobre tres personajes, como si fuera una obra de estos días, con economía de medios y de estructura.
–¿En qué consiste esa síntesis?
–Armé un triángulo donde los protagonistas son los amantes y Celestina, acompañados en escena por dos contratenores y un laudista. Entregué esta versión a Kive Staiff (director del Complejo Buenos Aires), le interesó y la aprobó. En realidad yo quería ofrecer una obra mía, Dama de Birmania, sobre Aung San Suu Kyi (hija del general Aung San, independentista asesinado en 1947), a quien pude visitar y con quien hablé, vigilado por guardias.
–Un proyecto nuevamente postergado.
–Pero que no pienso abandonar. En La Celestina me concentré en esa relación de tres, rescatando los aspectos cómicos que conducen a la tragedia y el sentido medieval de la danza de la muerte que es guiada por el dios Eros. ¡Qué extraño es esto del amor conduciendo a la muerte! Pensándolo, el único personaje con destino trágico es Melibea, que se suicida. Sin embargo, ella es la que inconscientemente lleva a la muerte a los demás. Esto me preocupó, y también el lenguaje. Necesitaba hallar una terminología y una gramática comprensibles. Curiosamente, en este aspecto, tuve que luchar menos con esta novela que con los textos de Lope de Vega y Calderón de la Barca. Quise que no se me escapara nada del humor restallante, procaz y popular del teatro español de la época, que algunos consideran una ordinariez, cuando, en realidad se trata de un delicadísimo equilibrio entre lo exquisito y lo muy agresivo y fuerte del lenguaje rústico.
–¿Existe ese equilibrio en el habla popular actual?
–El lenguaje de las personas humildes suele ser más rico que el de los que se pretenden intelectuales. En provincias, alguna gente conserva un lenguaje interesante, con dichos, refranes y “verdades sabidas”. Lo comprobé nuevamente cuando dirigí Jettatore, en La Rioja. Los actores se esforzaban por hablar en porteño para estar a tono con una historia que transcurre en Buenos Aires. Traté de convencerlos de que eso no era necesario. Trabajando en Sevilla, tuve que pelear bastante con ese prejuicio del teatro y con la tendencia a “hablar correcto”. Tampoco me interesa el lenguaje neutro. Pienso que las particularidades del lenguaje le dan sentido verdadero a lo que se cuenta.
–¿Continúa ligado a España?
–Viajo para dirigir alguna obra, pero hace tiempo que decidí quedarme en Argentina. Estuve en la dirección del Teatro Argentino de La Plata –al que renuncié en diciembre de 2003– y fui director de la Comedia de la Provincia. A pesar de algunas dificultades, Buenos Aires es una ciudad teatralmente muy provocadora. No sé si lo que se hace es bueno, pero uno siente que todo está en erupción. Argentina es un país interesantísimo. Uno se lo pasa criticando, y a veces con razón, pero esa actitud de crítica permanente impide apreciar el trabajo de los que están creando y pueden sorprendernos.
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