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Miércoles, 3 de octubre de 2007

TEATRO › ADAPTAR A CESAR AIRA Y A MANUEL PUIG

“Elegir novelas nos permite dar una visión como lectores”

Los directores Paula Travnik, con Boquitas, y Darío Tangelson, con Ceguera, llevan al escenario las ficciones que los marcaron, forzados a decidir sobre la fidelidad al original.

 Por Julián Gorodischer

Los adaptadores de César Aira y Manuel Puig llevaron sus novelas al teatro, luego de tomar decisiones contrapuestas: ¿ser literales, casi como en una puesta de semimontado, o recrear libremente una escena inspirados libremente pero nunca atados? Darío Tangelson, fanático declarado del autor de La villa, tomó ese texto y escribió Ceguera (en El Kafka, los sábados a las 23); Paula Travnik prefirió que las cartas que componen Boquitas pintadas, de Manuel Puig, pasaran a un primer plano en la puesta estática de Boquitas (los domingos a las 20, en el mismo teatro), donde la transgresión es llevar a un primer plano a personajes periféricos del libro. La adaptación es una toma de partido sobre el rol de director de teatro como un lector posible entre tantos: se consagra como un señalador de recortes y perspectivas sobre la obra. Pensar en sus puestas es una forma de acercarse al camino que recorrieron como lectores: Tangelson se vio atraído por el tema de La villa: “La clase media de Flores, que nunca llegamos a conocer, sin mucha salida ni representación, pero con la chatura de la repetición, con departamentos enfrentados, barrios en los que todos se conocen pero en los que nadie se habla: una clase media media, con todos los tics de la media alta estando más cerca de la pobreza”.

–Esa clase media, de La villa, no ingresa al costumbrismo de la TV...

D. T.: –Es que el teatro busca la disfuncionalidad familiar; y la de Ceguera es una familia muy chata; es poco espectacular dramáticamente. Si se toma la clase media se va a lo más bajo, trazando un romanticismo de lo pobre. Esta franja no tiene representación porque no termina de caerse pero tiene una imagen de sí misma mejorada. Da una imagen como de paisaje de Polonia, gris y chato, aunque sus tragedias personales puedan ser grandes.

–¿Qué dificultad encontraron para pasar la prosa enloquecida, el desplazamiento continuo, la oralidad recreada a la puesta dramática?

D. T.: –La dificultad más grande fue de casting: ¿cómo conseguiría a esos personajes? Decidí que ésta sería una versión, no una adaptación. Queríamos trabajar la máscara neutra, la máscara expresiva y la composición espacial. La representación de los monólogos era imposible. Elegí las escenas más armadas y me olvidé de contar el relato. Empezamos a elegir cosas que nos interesaban: extraíamos situaciones, una frase, en un proceso muy libre: primero fue un trabajo con las imágenes, y luego le impusimos una estructura que siguiera libremente el relato de la novela.

P. T.: –En el caso de Boquitas fue diferente: yo trabajé con cartas; hay una escritura sobre la escritura. Yo tomé el personaje de la muchacha, no muy central en la novela, y desde ahí planteé una mirada sobre el libro, trabajando sobre el texto de manera literal.

D. T.: –Lo oral se va, viene, vuelve, hace paréntesis; y a veces la gente se pierde. En este caso dijimos: Bueno, que se pierda. Y que luego vayan y lean la novela. Hay en la novela una sinceridad descarnada; yo soy clase media y no me voy a hacer el paternalista; encaro el problema desde ahí. Y para nosotros la representación de la pobreza era un problemón. Sería una falta de respeto representar la miseria sin conocerla. Por eso no es que se hable tanto de la villa, sino de la clase media que mira a la villa.

–¿Cómo tomaron la decisión de ser más o menos fieles al original?

D. T.: –Decidimos que la fidelidad no sería lo que nos iba a guiar; llegamos a la idea de ceguera operativa; como clase media convivís con la pobreza y no podés frenar todo el tiempo para darles plata a todos; hay que seguir el camino; eso es lo que tomamos de La villa.

P. T.: –Rescatamos la sutileza de los textos; no queríamos armar la escena de teatro; cuando se constituía nos hacía ruido lo que decían los personajes: pasaban a ser más importantes de lo que estaban diciendo. El mismo material requería otra puesta.

–La adaptación de novelas, ¿tiene relación con la falta de buenos textos dramáticos contemporáneos?

P. T.: –Yo tengo la sensación de que ésa es una de las posibilidades: el material está repetido; no hay nada que se despegue de esa igualdad. Se busca poner video, cosas raras, pero los personajes vuelven de la misma manera. Se va a lo cotidiano, a un lenguaje liviano. Estamos en un momento en el que el material aparece de la misma manera: hablamos un mismo lenguaje todo el tiempo.

D. T.: –Entiendo que elegir novelas es tener el placer de dar una visión como lector; ya me pasó haciendo una versión de El extranjero en 50 minutos. Hay algo tan imposible en la tarea que me parece divertida. Se pierde la línea del relato, pero subsisten las impresiones primarias. Me doy la licencia y que me perdone el autor. Ojalá hubiera podido estar más cerca de La villa, pero fue su reducción a teatro, una lectura que consagra a la novela como mucho mejor que la obra.

–¿Conciben a su espectador ideal como un lector del texto original del que partieron?

P. T.: –Hay pros y contras en el que lee y en el que no: los que leyeron reclaman porque no está tal personaje y tal otro tiene más presencia que en la novela. Los que no leyeron pueden tener dificultades para entender, pero los que sí lo hicieron quieren armarse su propia obra.

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Travnik y Tangelson devoraron las páginas de Boquitas pintadas y La villa.
Imagen: Rafael Yohai
 
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