TEATRO › EL CIRCO DE SHANGAI
En guerra contra la ley de gravedad
El espectáculo que se presenta en el Gran Rex es una invitación constante al asombro.
Por Oscar Ranzani
La fiesta oriental busca transmitir sus emociones en un mundo occidental. Tarea ardua para los tiempos que corren, signados por la comunicación tecnológica, pero donde prepondera la incomunicación humana. Sin embargo, para los treinta y ocho acróbatas chinos del Circo de Shangai es un desafío más entre todos los que ponen en práctica en cada presentación. Otra particularidad es que, a través de sus habilidades y destrezas, estos artistas saltean las barreras culturales con la misma energía con la que se deslizan por un aro o vuelan con cintas por el aire. Ahí es donde el espectáculo que se está presentando en el Teatro Gran Rex cobra carácter universal y se transforma en un pacto implícito de entretenimiento entre el público y los acróbatas asiáticos.
¿Pueden entenderse el mundo oriental y el occidental sin que se exprese ni una sola palabra en dos horas? Sí, y cada uno lo manifiesta desde su posición: los acróbatas exponiendo, el público recibiendo y ambos intercambiando sensaciones. A falta de palabras, predomina el campo visual, las combinaciones coreográficas y esas modalidades tan particulares de doblar el cuerpo hasta el límite de la resistencia física que desafían la capacidad de asombro de los asistentes. “Parecen un ejército”, comenta una espectadora para ejemplificar la sincronicidad de los movimientos, producto de una férrea disciplina de entrenamiento que aprendieron estos “soldados del arte”.
Solamente en diez actos, el Circo de Shangai presenta los números más destacados de su país que han cosechado premios en diversas olimpíadas como las de Jiangsu, Región Este y Norte de China, Nacionales de China, entre otras. Todo comienza con el Baile del León y del Dragón, donde unos pequeños acróbatas –casi siempre son chicos o adolescentes– arman una especie de tren humano que sostiene un dragón amarillo (que más bien se desliza como un gusano). Luego entran en escena dos leones con caras de divinidades, cuyos esqueletos son los cuerpos de dos acróbatas que se mueven sincronizadamente, fundiéndose en uno solo.
En los denominados “giros de meteoros”, las cuerdas dan vueltas como si fueran hélices de helicópteros, sólo que en sus puntas tienen una especie de maceta roja. De repente, las sueltan al aire, siguen girando y las vuelven a recoger en movimiento. Después se suceden otros actos como el salto en balancín, donde dos acróbatas saltan sobre un tobogán que despide a otro de ellos por el aire. A medida que van saltando se forma una columna humana que desafía los límites de la gravedad. El número crece en tensión cuando un acróbata subido a unos zancos intenta saltar de la misma manera. Después llega el turno del ballet y equilibrio de tazas, y de la conocida acrobacia con aros. El acto de los candelabros rodantes es uno de los más vistosos y atractivos del espectáculo: allí, los acróbatas sostienen los candelabros en las puntas de sus pies con sus cuerpos dados vuelta y entrecruzados... y las velas nunca se apagan. Antes del intervalo, llega la acrobacia sobre varas, donde los acróbatas se trepan, saltan de una a otra y utilizan sus pies como si fueran tenazas de acople.
Uno de los momentos de mayor comunicación –no verbal, por supuesto– es cuando un acróbata entrado en años establece un pacto de simpatía con el público y uno de riesgo con un asistente, al que invita a colocarse en una madera dibujada para jugar al tiro al blanco con cuchillos. El joven que acepta el desafío se pone una máscara para reducir el pánico, mientras todos se divierten... menos el muchacho de la platea, que siente el ruido del impacto –por suerte– fuera de su cuerpo. Es el momento en el cual las risas del público le ganan por primera vez en la noche al asombro colectivo, un poco por los gags del artista chino y otro por los gestos del espectador.
Para el final quedan tres actos a pura potencia. Uno de ellos es el de las destrezas en cintas voladoras que terminan representando pájaros en pleno vuelo que danzan en el aire. Posteriormente llegan los actos más tradicionales como la caminata y equilibrio en cuerdas de acero y el equilibrio en bicicletas. Al final, Oriente y Occidente brindan por su encuentro tan habilidoso como las destrezas de los acróbatas.