TEATRO › CIRO ZORZOLI, DIRECTOR DE “EL NIÑO EN CUESTION”
“Los chicos nos devuelven algo que mantenemos oculto”
En su obra, integrante del ciclo Biodrama, Zorzoli intenta una reflexión sobre el niño “real” y el que construyen los adultos.
Por Hilda Cabrera
El ciclo Biodrama es una zona de prueba para Ciro Zorzoli, dramaturgista y director de la novena obra de este Proyecto, atractivo desde el planteo inicial de su coordinadora Vivi Tellas. El retorno de lo vivo al ámbito de la representación toma nueva forma en la pieza que Zorzoli estrena este viernes en el Teatro Sarmiento (Av. Sarmiento 2715) bajo el título de El niño en cuestión. Reaviva las ideas sobre el teatro documental y las tensiones que surgen del vuelco de lo cotidiano al mundo de la ficción. El punto de partida es aquí un niño real y aquello que se logra, ¿pura invención? “Lo interesante fue hacer foco en la dificultad de contar la vida de alguien”, puntualiza el director. “La persona real es el disparador y la incógnita es cómo capturarla y qué elegir entre tanta complejidad.”
Creador de una dramaturgia muy ligada a la escena, y por lo tanto al trabajo de los actores, Zorzoli va vistiendo una idea previa con el juego escénico. Esa ha sido y es su manera de entender el teatro. Se inició en la música y la actuación, en el Conservatorio Provincial de Música Luis Gianeo, de Mar del Plata, donde nació, y en el Conservatorio Municipal de Arte Dramático de Buenos Aires. Es uno de los fundadores del grupo La Fronda y estrenó títulos como Salsipuedes, de Edgardo Assad y José María Muscari; Acto de ponzoña (versión de La más fuerte, de August Strindberg); Living, último paisaje (1999); A un beso de distancia (2001); Ars Higiénica (2003), premiada e invitada a festivales, entre otros el Iberoamericano de Cádiz. Un trabajo basado en textos del Manual de Urbanidad y Buenas Maneras (1853), de Manuel Antonio Carreño, donde “sin pretender hablar de lo social” –según aclara– retrata una situación actual reflejada en comportamientos extremos. A estas puestas se sumaron Crónicas, de Xavier Durringer (en el Festival Tintas Frescas), y 23.344, de Lautaro Vilo. La música es uno de los puntales de este estreno. De ahí el aporte de Marcelo Katz. Participan del equipo de El niño... Guillermo Cacace (psicopedagogo, actor, director), Eli Sirlin (iluminación), Marta Albertinazzi (vestuario) y Diego Siliano (escenografía). Interpretan Paola Barrientos, Javier Lorenzo, María Merlino, Diego Velásquez, Valentino Alonso, Lucas Krourer, Kevin Melnizky y Nicolás Rodríguez Ciotti.
–¿Toda vida real se puede convertir en ficción?
–Sí, pero no por eso hay que dar por sentado que una vida “es contable”. En la obra, el tiempo de desarrollo es breve (se trata de un chico de nueve años) pero intenso, aun cuando se ponga la lupa en cosas banales como abrir una puerta y entrar a una habitación. La dificultad no es tanto convertir la vida de este chico en ficción como ingresar a un mundo al cual uno dejó de pertenecer. No es necesario que le pasen grandes cosas sino experiencias que nos conmuevan, excitantes o anodinas.
–Lo contrario a las puestas que buscan el impacto...
–Es mucho más interesante descubrir en el otro ese detalle que nos moviliza, nos exaspera o cae bien. Algo habrá detrás de esas impresiones. Cuando nos preguntan sobre nuestra vida no sabemos qué decir ni por dónde empezar. En un solo día atravesamos distintas edades. A veces nos comportamos como si fuéramos chicos y comprobamos que el pasado no es algo estanco sino que flota en nuestro presente. Trabajar con niños en esta obra remueve experiencias propias, que revisamos, porque no queremos caer en el lugar común. Lo más honesto, creo, es poner en escena a través de interrogantes ese intento por acercarnos al “niño en cuestión”.
–¿Las fantasías de los chicos llenan los huecos que deja la falta de experiencias?
–Más que las fantasías es la intensidad de esas fantasías. ¿Cómo comprender el mundo de los niños cuando se cruza el umbral? ¿Qué cosas tenemos tan aprendidas que nos impiden relacionarnos con un chico de manera total y cómo llevarlo al escenario sin convertirlo en un cuento? Llevarlo en sus actos cotidianos: una forma de caminar o sorprenderse.
–¿Modifica a los intérpretes adultos la presencia de los chicos en el escenario?
–Empezamos por trabajar sin ellos, pero con el asesoramiento de Guillermo Cacace, que es psicopedagogo y nos ayuda a derribar mitos. Mi planteo fue que participaran cuatro niños, uno en cada función. Construimos una estructura fija que debe sostenerse cada noche desde cada uno de los niños. Son diferentes y aportan matices y colores distintos: los invitamos a jugar durante una hora de acuerdo con la idea que ellos tienen del juego: la del juego en serio y la de “hacer” sin necesitar justificativos. Nos adaptamos a sus parcialidades recreando a un niño para quien el pasado es todavía presente. En esa construcción aparece el tema de las conductas.
–¿Que deben responder a mandatos?
–Un compañero dice que las normas escolares no están para proteger al niño sino al adulto.
–¿Protegerlo ante una conducta imprevisible?
–Uno no anda por la vida sintiéndose adulto, pero al lado de un niño necesita reubicarse. Puede que alguien quiera protegerse, pero los chicos nos devuelven algo que mantenemos oculto. Pasa cuando nos vamos del propio país: nos ponemos inmediatamente la nacionalidad encima y modificamos la percepción que tenemos de nosotros mismos.