Lun 10.12.2007
espectaculos

TEATRO › RECLAMO DE ORGANIZACIONES VECINALES Y ARTISTICAS ANTE SU INMINENTE DEMOLICION

“Hay que salvar al teatro El Picadero”

La asociación Basta de Demoler convocó a una manifestación frente al edificio que fue sede del movimiento Teatro Abierto. El ambiente teatral respondió con una presencia masiva, que incluyó, entre otros, a Roberto Cossa, Cipe Lincovsky y Carlos Gorostiza.

› Por Hilda Cabrera

“Este teatro se va a defender solamente por la presión de los vecinos, de los actores y de toda la gente de la cultura, porque las empresas, como vemos, no tienen escrúpulos.” Esto decía en el atardecer del viernes Santiago Pu-sso, coordinador de la organización Basta de Demoler, frente al edificio que alguna vez fue Teatro del Picadero, espacio que en 1981 eligieron los organizadores del movimiento cultural Teatro Abierto para resistir a la dictadura militar. Fue en esa estructura, levantada en 1926 por el arquitecto italiano Benjamín Pedrotti, que el 28 de julio de 1981 se inauguró el primer ciclo de un encuentro único en la historia del teatro argentino, que comprometía a artistas y técnicos de la escena. Se crearon 21 obras breves (aunque luego se ofrecieron 20, por cuestiones técnicas) de autores argentinos (o residentes que tenían el sello de argentinos), entonces desplazados y sin voz en los ambientes académicos. A ellos se sumaron rápidamente directores, actores, iluminadores, escenógrafos y vestuaristas a impulsos de un dramaturgo pionero, el fallecido Osvaldo Dragún, a quien se le reconoce ese papel, convalidado la misma tarde del viernes con un sentido aplauso a su memoria. Ciclo que en la madrugada del 6 de agosto de aquel oscuro 1981 quiso ser abortado por quienes colocaron las bombas incendiarias que destruyeron el teatro.

Este edificio que ahora se pretende echar abajo fue en 1926, y por largo tiempo, destinado a la actividad fabril. Así lo testimonian las molduras y adornos de la fachada, característicos de la arquitectura de la época. Recién en 1980 el actor y director Antonio Mónaco y Guadalupe Noble decidieron fundar allí el Teatro del Picadero, y el 21 de julio de ese mismo año subió a escena La otra versión del Jardín de las Delicias, obra inspirada en La Máscara de la Muerte Roja, de Edgar Allan Poe. Una Muerte que equivalía a peste, a devastación de un país. El carácter independiente de esta sala fue también lo que sedujo a los hacedores de Teatro Abierto. Entonces el fervor unió a todos, a los que superaron el miedo a perder sus otros trabajos, al público –que acompañó este movimiento aun después de las bombas– y a los empresarios que ofrecieron sus salas, entre éstos Carlos Rottemberg, que puso a disposición el cabaretero Tabarís, donde continuaron las funciones.

Ahora, desafiando a los que adhieren al país de Nomeacuerdo –ese que describió magníficamente María Elena Walsh–, la propuesta es rescatar historia y patrimonio a través de una acción conjunta, como la que vienen practicando desde hace meses los vecinos y profesionales de la ONG Basta de Demoler. Frente al ex Picadero, al 1845 del Pasaje Enrique Santos Discépolo (ex Pasaje Rauch), a metros de Corrientes y Callao, alrededor de 250 personas rodearon a un apasionado Pusso que, megáfono en mano, invitó a frenar ésta y otras destrucciones edilicias y culturales.

Cabe recordar que en ese predio reconstruido tras el incendio funcionó durante años un estudio de grabación hasta que en 2001 se intentó recuperarlo como espacio escénico. Así, el 16 de julio de aquel año se reinauguró la sala bajo el nombre de El Picadero, con dirección artística del actor y director Hugo Midón e inversión del empresario Lázaro Droznes, que lo adquirió en 1991. Se presentaron obras que conjugaban teatro y música, como El Pelele, creación de La Banda de la Risa que conducía Claudio Gallardou, y un espectáculo de la agrupación Cuatro Vientos. Pero aquellos eran tiempos difíciles, y el emprendimiento no prosperó. El lugar tuvo otros dueños hasta este presente en el que se lo ve tapiado y con carteles que hacen pública su demolición.

El alerta lo dio Alejandro Machado, que venía haciendo un relevamiento fotográfico de las obras del arquitecto Pedrotti, de origen milanés. Este profesional llegó a la Argentina en 1903, y se quedó. Falleció en Buenos Aires, en 1949, dejando gran cantidad de edificios de estilo, y según modas europeas. Ante el hecho, las primeras acciones de los integrantes de Basta de Demoler fueron comunicar esta realidad a Argentores (entidad que preside Roberto Cossa) y presentar una acción de amparo ante la Justicia porteña para frenar la demolición. Si esto no fuera posible (pues el permiso está otorgado) se pide como mínimo que se preserve la fachada y se cumpla con la Ley Nacional 14.800, que exige la construcción de otro teatro de características similares al destruido, tal como apuntó la abogada María Carmen Arias Usandivaras, presente en el acto. El pedido se encuentra en el Juzgado Contencioso Administrativo N 12, ubicado en Diagonal Norte 636, donde “cualquier asociación, sindicato y persona puede presentarse y firmar; llevar un escrito individual o adherir a lo manifestado por la organización”.

El encuentro frente al ex Picadero emocionó a los presentes. Estaban allí integrantes de Argentores, miembros de la Fundación Somigliana, del Movimiento de Apoyo al Teatro (MATe) y muchos más. En horas, apenas, se había armado esa reunión que mostraba a gente que lo sabía todo de la historia del teatro: Roberto Cossa y Cipe Lincovsky, Carlos Gorostiza, Virginia Lago, Hugo Urquijo, Graciela Dufau, Carlos Pais, Mirtha Busnelli, Graciela Araujo, Roberto Perinelli, Héctor Bidonde, Villanueva Cosse y otros, algunos destacados por Pu-sso, como Víctor Laplace y Pacho O’Donnell (que en aquel 1981 presentó Lobo... ¿estás?). Y hubo oradores, entre otros Busnelli, Cossa, el cantante, compositor y actor Antonio Birabent y el artista plástico Marino Santa María, autor del mural que se halla en el contrafrente de la Escuela N9 Domingo Faustino Sarmiento, que da al Pasaje Discépolo. Un trabajo realizado en mosaico veneciano según técnicas utilizadas por el arquitecto catalán Antonio Gaudí que incluye imágenes inspiradas en los dibujos que el pintor mendocino Carlos Alonso realizó para Teatro Abierto.

“Acá se juntaron dos cosas, la importancia edilicia y el hecho de que ésta fue la primera sala para Teatro Abierto, símbolo de resistencia a la dictadura. Así que hay que salvarlo”, resumió Cossa en un aparte con Página/12. Durante el acto se recordó que el 6 de agosto de 2001, la Legislatura colocó una placa que testimoniaba el incendio intencional del 6 de agosto de 1981. Entonces hubo homenajes y se exhibió la película País Cerrado, Teatro Abierto, de Arturo Balassa. Esta placa fue quitada tiempo después por el propietario del lugar. Se desconocen las razones. Se sabe que entre los últimos dueños figura Alejandro Waisman, propietario del Teatro Metropolitan, y que algunos teatristas intentaban que el Gobierno de la Ciudad comprara el predio, pero este asunto no prosperó. Lo real es que hoy el aviso de demolición está a la vista de todos; que se encarga la empresa Fischman y Fischman para la constructora D Buenos Aires S.A., y el proyecto pertenece al estudio del arquitecto Mario Roberto Alvarez, profesional que diseñó el Teatro San Martín, de la calle Corrientes.

En principio, la Legislatura votó días atrás (el jueves 6), y por unanimidad, un Proyecto de Declaración impulsado por Héctor Bidonde, hasta ese día diputado de la ciudad por el Bloque del Sur. La Legislatura exhorta allí al cumplimiento de la Ley Nacional 14.800 que establece los pasos a seguir en caso de demolición de un teatro. Cuando esto ocurra “el propietario de la finca tendrá la obligación de construir en el nuevo edificio un ambiente teatral de características semejantes a la sala demolida”. En el mismo escrito se recogen además cifras que dan cuenta de la actividad teatral de la ciudad: “más de 500 representaciones por semana”. Una diversidad poco común. Como dijera en el acto el actor y director Villanueva Cosse, uruguayo pero “argentino por adopción, aceptación de los demás y empecinamiento”, es costumbre decir que es mejor olvidar el pasado y fijar la atención en el futuro, algo con lo que no concuerda. Opina, en cambio, que “hay que aprender del pasado, amarlo, y desde ahí seguir. Dejar que se tire abajo este edificio es dejar que teatros como el destruido Odeón (de Esmeralda 367) se sume a esta burla que se hace de la ley. Esta situación nos provoca un profundo disgusto. Tenemos que juramentarnos para que no se derribe nuestro amor al teatro, a la libertad, a la justicia y a todo aquello que a un artista le permite dar testimonio, porque el arte es opinión”.

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