Jueves, 28 de febrero de 2008 | Hoy
TEATRO › HECTOR MANUEL VIDAL Y SU PUESTA DE “GATOMAQUIA”, SOBRE TEXTO DE LOPE DE VEGA
El director uruguayo cuenta cómo llegó a adaptar el texto que el autor del Siglo de Oro español dedicó a uno de sus hijos. Y repasa la situación de la escena en el país vecino: “El teatro tiene público, pero no hay un desarrollo institucional que lo apoye”.
Por Hilda Cabrera
Esta noche será la función número 87 de Gatomaquia, contada a partir de su estreno en Montevideo. Y la cantidad tiene importancia: “Jorobamos con esto porque últimamente hubo relación entre el número y un imprevisto en la obra”, apunta el director uruguayo Héctor Manuel Vidal, quien, junto a un elenco montevideano, presentará cuatro funciones de este espectáculo premiado en su país. Contagiado por las travesuras del texto, este artista de importante trayectoria invita a no ser prejuicioso a pesar de las evidencias. Sobre la función 82, “número asociado a pelea”, cuenta que se rompió parte de la utilería en la secuencia en que dos personajes se baten a duelo. Escena esperable (por la época y no por la rotura) en esta traslación de Vidal sobre La Gatomaquia, novela burlesca escrita en 1634, “en verso muy libre”, por Lope de Vega, autor del Siglo de Oro español, poeta, escritor y dramaturgo que nació en Madrid en 1562 y murió en 1635 en la misma ciudad (entonces Villa y Corte). En la creencia de que a cada circunstancia real o inventada y a una imagen soñada le corresponde un número, el 87 es sinónimo de piojo (o pulga, como prefiere el director). Nada catastrófico.
Vidal se escuda en el humor para afrontar la incertidumbre de todo estreno y señala que esta historia (o fábula) fue creada por Lope “para entretener” a uno de sus hijos, de alrededor de 27 años, que se hallaba en alta mar, alistado en la Armada. “Creó una historia en la que satirizaba sobre su persona y su obra”, puntualiza el director. Aquel dicho referido a que “el niño juega, el adolescente actúa y el adulto habla” parece no congeniar con Lope, quien a través de esta fábula se comunica con el hijo ausente jugando: “Ríe y ataca a sus contemporáneos y a quienes lo antecedieron. Llega incluso hasta los poetas latinos Ovidio y Virgilio. Pero debajo de su sátira aparecen hechos dolorosos de su vida”, subraya Vidal. “Lope se identifica con el protagonista y toca todos los temas, menos el destierro.” Porque es cierto que fue desterrado de la Villa y Corte de Madrid por hacer circular unos versos al parecer ofensivos sobre una amante que lo desairó. En cuanto al hijo receptor de La Gatomaquia, se sabe que murió durante el naufragio de la nave que tripulaba. “A Lope se le murieron hijos, otros se alejaron y hubo alguno al que abandonó”, resume el director.
–El texto es hoy una rareza. ¿Cómo surgió la idea de la traslación?
–De la manera más linda. Fui director de la Comedia Nacional de Uruguay hasta julio de 2006. Estando libre, manoteé en mi biblioteca y lo descubrí. Tenía experiencia en el traslado de novelas: Tirano Banderas, de Ramón del Valle Inclán; El proceso, de Franz Kafka... Les planteé el trabajo a unos actores muy jóvenes, entre 24 y 29 años, de la Escuela de Arte Dramático. Se entusiasmaron. Ellos tienen formación clásica y bastante traqueteo escénico.
–¿Se da importancia en Uruguay a los clásicos españoles?
–Creo que algo más que ustedes. No olvidemos que la actriz catalana Margarita Xirgu fundó una escuela y vivió y murió en Montevideo (en 1969). Cuando tomé Gatomaquia, dividí la novela en siete partes. Mi intención era contar cada una de distinta manera. Así como Lope satiriza a los autores y a sí mismo, nosotros satirizamos nuestro trabajo e incorporamos otras formas de la ficción: utilizamos instrumentos musicales, muñecos, elementos de la ópera y el cine y el hip hop. Donde hay una declaración de amor o un duelo, recurrimos al teatro clásico; donde hay boda y rapto, a la ópera; y en la escena callejera de los gatos, en la pelea, al hip hop, que de paso nos sirve para ir acercando la fábula a la actualidad.
–Dirigió la Comedia Nacional de Uruguay en dos oportunidades... ¿es complicado llevar adelante un teatro oficial?
–En el primer período (de 1996 a 1998) mi tarea fue pelearme con la burocracia, y en el siguiente (de 2001 a 2006) comprobé que no se tomaba en cuenta la necesidad de progresar en materia de autonomía. Lástima, porque habíamos logrado una cierta evolución. La mecánica era la siguiente: el elenco elevaba tres nombres al intendente de turno y al director de Cultura y se elegía entre esos nombres. Además, se contemplaba la reelección. Veníamos trabajando bastante bien, porque esa estructura permitía libertades. Pero hubo un cambio político, se cuestionó el reglamento y, en lugar de evolucionar hacia la autonomía, se retrocedió. Sucede siempre: un político abre la cancha y el próximo la cierra. Retrasa todo. Y ahí no hay color político que se salve: los de la ultraderecha, la ultraizquierda o del medio se comportan igual. Todos quieren mear la cancha.
–¿Qué hacer, entonces?
–Soy un artista y no un político, por lo tanto no estoy para conciliar ni acordar. Si no puedo trabajar me voy a otro lado. ¡Así de cuadrado! Si fuera más joven sería más optimista, pero los años pasan, uno ve que la historia se repite y se cansa. Fui director artístico durante siete años y antes director invitado. Me contrataban de la misma forma que acá el Teatro San Martín convoca a directores como Rubén Szuchmacher o, en otra época, a Omar Grasso.
–Un director que trabajó mucho en Uruguay...
–Y que conocí bien. Es más: tengo como recuerdo un pequeño tocadiscos que me dejó y que estuvimos usando en los ensayos de Gatomaquia, porque los actores cantan, y muy bien, y manejan instrumentos.
–Grasso era de los que incorporaban música en los espectáculos. En Después del manzano, en el Teatro Circular, de Montevideo, utilizó música persa, noruega, galesa... Era la época en que se realizaban festivales internacionales en Uruguay. ¿Hay intención de recuperarlos?
–El teatro uruguayo tiene público, pero no hay un desarrollo institucional que lo apoye. Aquellos festivales los organizaban los críticos. Los dejaron solos. Hasta Coca-Cola, que al principio los ayudaba, en los últimos años no les daba ni para estampitas. Hasta el momento no se visualiza apoyo del Estado. Sé que en Argentina surgen conflictos en esta materia, pero la relación existe, y esto se ve en el grado de desarrollo artístico. Los uruguayos tenemos que encontrar la forma de interesar al Estado. Hay una generación muy linda de directores de alrededor de cuarenta años. Tenemos a Alberto Rivero, Roberto Suárez, Mariana Percovich, Mario Ferreira..., todos muy distintos y realmente buenos. Y dramaturgos interesantes, algunos trabajando fuera de Uruguay, como Sergio Blanco, el autor de Slaughter, radicado en Francia.
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