Sábado, 25 de julio de 2009 | Hoy
CHICOS › VLADIMIR KUBICEK Y JIRí SRNEC HIJO, DEL TEATRO NEGRO DE PRAGA
En Pequeño teatro de grandes milagros, el espectáculo que presenta a partir de mañana en el IFT, la compañía checa no sólo echa a volar toda clase de objetos y personajes, sino sobre todo la imaginación que distingue a un grupo que brilla con luz (negra) propia.
Por Alina Mazzaferro
¿Quién no fue niño alguna vez y se emocionó con la magia del Teatro Negro de Praga? Cada invierno, siempre llega a algún teatro local alguna compañía foránea para deslumbrar a los más chicos con un viejo y conocido truco, que sorprendió a la Argentina por primera vez hace cuatro décadas: el de los objetos fluorescentes flotando en un escenario negro, movidos por cuerpos invisibles gracias a la tecnología –hoy ingenuamente sencilla– de la luz ultravioleta. Pero el que acaba de llegar a Buenos Aires para ofrecer ocho funciones en el teatro IFT (desde mañana hasta el próximo inclusive, en Boulogne Sur Mer 549; los días de semana y el sábado a las 20 y los domingos a las 18.30) es el original Teatro Negro de Jirí Srnec. El mismo que volvió famoso a este género en el mundo entero, que deslumbró por primera vez con su técnica a toda Sudamérica en 1970 y que visitó la ciudad porteña por última vez en 2006 con su Pequeño teatro de grandes milagros. Esta vez regresa con esa misma obra con el objeto de brindar más funciones, emprender una gira por el interior del país e ilusionar a los nuevos bajitos que todavía no han visto jamás algo así.
La propuesta de Srnec es un homenaje a la fantasía: nueve sketches que versan sobre historias diferentes pondrán a volar por los aires a valijas, caballos, un taxi, pequeños calzones seguidos de la lavandera que los ha perdido y varios personajes –fotógrafo, prisionero, violinista, mago– de universos antagónicos. Reunidos con Página/12, los creadores y responsables de esta compañía están decididos a contar su larga historia, que comienza en 1961, cuando Srnec inventó la técnica del teatro negro. Si bien el director ya está mayor y por eso no viaja en los tours, a Buenos Aires han llegado Vladimir Kubicek, integrante del equipo desde hace cuatro décadas, y Jirí Srnec hijo, que ha mamado el teatro desde la cuna y que con veinticinco años dirige al grupo durante las giras. “Lo que nos hace diferentes de los otros teatros negros de Praga que nos han imitado es que nosotros siempre utilizamos la técnica no como un fin en sí mismo, sino para narrar una historia. Contamos con un gran creador, Jirí Srnec, que tiene la capacidad de emocionar a partir del movimiento de los objetos en el escenario. El se formó en distintas escuelas –música, teatro, artes plásticas– y eso se ve en lo que hace: son cuadros en movimiento. Eso es lo que marca la calidad del espectáculo”, aseguran.
–Cuando Jirí Srnec comenzó a realizar producciones de teatro negro en 1961, ¿se trataba de algo completamente nuevo, vanguardista para la época?
Vladimir Kubicek: –En realidad, Srnec estaba estudiando en la escuela de títeres cuando se le ocurrió la idea. Nunca se imaginó que estaba inventando algo nuevo para el mundo entero. Empezó con algunos objetos y unos pocos hombres vestidos de negro que, paradójicamente, no venían del teatro sino de las artes plásticas. Así empezó todo.
Jirí Srnec: –Nunca antes nadie había usado luz ultravioleta y objetos fluorescentes combinados de esta manera en el teatro; fue ésa la innovación que dio lugar a un género teatral nuevo.
–¿Está inspirado en la técnica china de la cámara negra, que luego retomaron Georges Méliès y Konstantin Stanislavski?
J. S.: –Es cierto que en la antigua China había una técnica similar basada en la utilización de fuego y de ropa negra, pero no tiene nada que ver con lo que hacemos nosotros. El teatro negro es producto del siglo XX y la tecnología UV (ultravioleta). No puedo imaginar cómo lo hacían en la antigua China, porque en la oscuridad absoluta los objetos no se ven; si logramos verlos también veremos a las personas que los mueven. En el teatro de Stanislavski se hacían performances con un telón negro, pero eran sólo pequeños fragmentos dentro de espectáculos de teatro. Y por supuesto tampoco existía todavía la luz negra. Lo que nosotros hacemos es teatro de títeres –de objetos, no de marionetas movidas por hilos– que tiene una magia especial a partir de la utilización de una tecnología como la ultravioleta.
–¿Es verdad que Jirí Srnec se inició en el teatro casi por casualidad, para evitar ir al servicio militar?
J. S.: –Es verdad. El no quería ser teatrista. Primero fue al conservatorio de música, luego al de artes plásticas y finalmente estudió teatro. Mientras más estudiaba, posponía el servicio militar.
–¿Y cómo pasó el teatro negro de ser un experimento de su padre a un fenómeno que se esparció por toda Praga?
J. S.: –En el comunismo era imposible hacer dinero trabajando. Cuando cayó el régimen, en 1989, mucha gente intentó ganar dinero rápido. Se multiplicaron los grupos de teatro negro cuyo único objetivo era económico; no tenían ningún interés en la calidad artística del espectáculo. Creían que si ganaban plata con ello entonces lo que hacían era arte. Utilizaron el nombre del teatro negro que creó mi padre para hacer cualquier cosa con objetos volando por el escenario. Al principio se los veía sólo en Praga, pero en los últimos diez años empezaron a viajar por el mundo.
–Pero ustedes realizaron giras mucho antes, durante el gobierno comunista. De hecho, estuvieron en Argentina, por primera vez, hace casi cuarenta años...
V. K.: –Vinimos en 1970. El gobierno comunista no nos generaba problemas cuando queríamos viajar, porque la cultura era lo único que Praga podía exportar y así traíamos dinero al país. Porque al principio la compañía no era privada, sino que pertenecía al gobierno comunista, como todas las actividades culturales. Recuerdo que cuando vinimos a la Argentina, aquella primera vez, era mi segundo tour fuera de Checoslovaquia. Estuvimos por toda Sudamérica y era la primera vez que ésta veía teatro negro. Habíamos estado antes en Rusia y Australia, pero recién llegamos a América en 1970. De Buenos Aires no vimos mucho, pero recuerdo una gran audiencia.
–¿Son más populares en algunos continentes que en otros?
J. S: –Las reacciones de los públicos son diferentes. En los países calurosos, como los latinoamericanos, el público es amigable, tiene el corazón abierto. A veces hacemos funciones en Europa donde hay audiencias de buen poder adquisitivo y la gente que viene parece estar pensando “¿Podré reír ahora o quedará mal hacerlo frente a mi vecino que está sentado dos butacas más allá?”.
V. K: –Fuimos a Japón y allí nadie emitió sonido alguno desde el principio hasta el final de la obra. Algunos tomaban nota, no sabíamos qué era lo que pasaba. Al final estallaron en aplausos, pero nosotros, durante la obra, pensábamos que no les estaba gustando.
J. S.: –Fue lo contrario de lo que nos sucede cuando venimos a Latinoamérica. Se suele decir que el público latinoamericano es uno de los mejores para probar cómo funciona una obra, porque si la obra les gusta son muy expresivos, pero si algo no les gusta no aplauden por obligación.
V. K.: –También testeamos las obras con los niños. Ellos son siempre sinceros, no saben cómo debe comportarse un público, sino que lo hacen espontáneamente. Si algo les aburre, en seguida los ves durmiendo.
–Su compañía comenzó realizando estos espectáculos para adultos, pero hoy en día son famosos en el mundo entero como un gran entretenimiento para niños. ¿Ha mutado su público?
J. S.: –La pieza que vamos a presentar aquí es para niños, para toda la familia. Pero tenemos otras que son para adultos; son performances muy complejas, en las que utilizamos metáforas que no son evidentes.
–Mover los objetos al ritmo de la música, ¿es como volver a jugar como en la infancia?
J. S.: –Cuando estamos creando una obra sentimos que estamos jugando como niños, porque estamos probando. Luego, en la función, todo debe funcionar perfectamente, como una pieza de relojería. Pero al momento de crear miramos el mundo con ojos de niños.
–Muchos han asociado lo que hacen con el surrealismo, por la reunión de objetos de universos antagónicos, la utilización inesperada y original de los elementos y el mundo onírico que crean en escena. ¿Qué piensan ustedes?
J. S.: –Es cierto. En el teatro negro, las cosas aparecen de modo diferente a como lo hacen cotidianamente. Un paraguas puede convertirse en un cisne con solo darlo vuelta y usar la imaginación. Mi padre suele decir que un cuchillo puede servir para cortar el pan pero también para matar a una persona. Una silla no es sólo una silla, porque puede ser una silla de ruedas o una silla eléctrica y ahí cambia su significado. Hay un aforismo de Franz Kafka que dice: “Una jaula fue en busca de un pájaro”. Esa es la esencia de nuestro teatro: lo importante es salir en busca del pájaro, del contenido. Muchos tienen la jaula –la técnica–, pero no saben qué ponerle dentro.
V. K.: –El truco del teatro negro es simple y puede hacerlo nuestro grupo como cualquier otro. Pero la cáscara sin el contenido no es nada.
–¿Se trata de crear “pequeños milagros”, que es como ustedes llaman a lo que hacen?
J. S.: –Claro. Cuando alguien ve teatro negro por primera vez y no entiende cómo puede ser que eso sea posible, cómo se mueven las cosas, eso se vive como un pequeño milagro.
V. K.: –Se trata de que la gente vuelva a mirar las cosas con ojos de niño.
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