CHICOS › EMPIEZA HOY EL 1º ENCUENTRO MERCOSUR DE LA CANCIóN PARA NIñOS Y NIñAS
Se desarrollará desde hoy hasta el domingo en el IFT y dividirá sus propuestas entre conferencias, talleres y espectáculos. “Lo nuestro es formativo, recreativo y artístico”, dice María Teresa Corral, una de las fundadoras de Momusi, grupo que organiza el encuentro.
› Por Sebastián Ackerman
“Esa fue la idea inicial de Momusi: no pelearla solos, porque así íbamos desapareciendo. Entonces en el ’96 empezamos a charlar y nacimos en el ’97. Esa es nuestra lucha y nuestra bandera: que nosotros sigamos existiendo fue clave para que otros grupos aparecieran”, recuerdan Daniel Viola y María Teresa Corral, dos de los fundadores de la agrupación, en diálogo con Página/12. Desde los primeros festivales que realizaron, ese recorrido los llevó a organizar este año el 1º Encuentro Mercosur de la canción para niños y niñas (desde hoy hasta el domingo en el Teatro IFT, Boulogne Sur Mer 549), que dividirá sus propuestas entre conferencias, talleres y espectáculos. “Lo nuestro es formativo, recreativo y artístico”, explica Corral, coordinadora de las conferencias y talleres. “La recreación formativa tiene que tener pautas estéticas. Junto a otras compañeras tratamos de no caer en una lógica escolar. A la escuela hay que abrirle las orejas”, desafían.
Este proyecto surgió charlando con otros artistas en los entretelones de los encuentros que se realizan entre los músicos de Latinoamérica y el Caribe, que se organizan cada dos años. “Hablábamos sobre qué facilidades había para hacer circular las producciones para chicos”, cuenta Viola. De allí nació la inquietud de analizar las distintas legislaciones sobre bienes culturales que hay en los diferentes países, dónde estaban los vacíos legales, y nos pusimos a pensar cuáles deberían ser las medidas que habría que tomar. “Por qué legislación tenemos que luchar, siempre hablamos de eso”, dice y promete que ése será uno de los temas que se analizarán: “Vamos a trabajar la libre circulación de las producciones, qué posibilidades de coproducir hay, qué legislación la favorece y qué legislación no la favorecería. Como hay acuerdos de ventas de calzado en el Mercosur, analizar qué acuerdos hay o podrían hacerse en la producción cultural y, en nuestro caso, en la música para niños”, compara Viola.
Con artistas y pedagogos invitados de varios países del continente (ver recuadro), la grilla incluye músicos de Argentina, Uruguay, Brasil y Colombia y también paneles de discusión sobre el papel formativo y educativo que tiene la música en la infancia. Y sobre la base del resultado que tenga este primer encuentro, desde Momusi aspiran a consolidar este proyecto de Mercosur, en paralelo a otras convocatorias. “Nosotros tenemos la esperanza de hacer también el segundo”, también con el apoyo de Ibermúsicas dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación. “El año que viene la convocatoria vuelve a ser para Argentina, porque es por dos años y después pasa a otro país. Cuando pase eso, tiene que presentar un proyecto y conseguir el apoyo para hacerlo”, se ilusionan.
–En este encuentro hay tres actividades claramente diferenciadas. ¿A qué apuntan con cada una?
Daniel Viola: –En cuanto al festival, para que la familia aprecie propuestas de músicas de distintos lugares del continente y de Argentina, bien diferentes en cómo aborda cada uno la canción. Respecto de la parte del encuentro entre los músicos y editores, apuntamos a fortalecer los vínculos tanto de legislación como comerciales. Y por la parte de capacitación, tiene que ver con este puente entre la escuela y la creación. Casi todos somos docentes aparte de músicos, pero no queremos hacer un congreso de educación musical, sino un encuentro donde esté muy fuerte la parte creativa de música para niños. Y tener la experiencia de hacer un proceso vivencial que tiene que ver con el juego, con la creatividad, con la experiencia de transitar sonoridades, tanto étnicas como contemporáneas. Recuperar el silencio y la palabra. Ahí está más dirigido a músicos, docentes, padres, gente interesada en cómo trabajar con la música. Y la narración de experiencias del uso de la música en espacios educativos formales y no formales es también para superar esta frontera, que no separa sino que une estas dos dimensiones.
–¿De qué depende la respuesta que tiene cada país a las diferentes convocatorias para participar de estos eventos?
D. V.: –El encuentro Mercosur se hizo también pensando en determinadas personas que iban a ser invitadas, por varias razones. Una, porque es gente que viene trabajando como nosotros en organización de colectivos. Como Momusi, estamos orgullosos de ser los pioneros en crear un colectivo de música para niños. Y a partir de eso, Uruguay creó una cooperativa (ver recuadro), Víctor Arriagada Schulz, de Chile, vino a hablar con nosotros sobre cómo es crear un colectivo de este tipo y fundó allá CRIM, que no me acuerdo bien qué significa (risas). De Venezuela viene la creadora del 1º Encuentro de Latinoamérica y el Caribe, Milagros Santana, que fue diputada bolivariana y tiene una experiencia enorme en la canción para chicos. E invitamos extra Mercosur a Jorge Sossa, de Colombia, que organiza este año el encuentro de Latinoamérica y el Caribe. El Mercosur fue una realidad geopolítica en un momento y ahora está creciendo. Ojalá se dé el sueño de la Patria Grande, que no se quede sólo en los países del Mercosur, que estemos todos bien unidos.
M. T. C.: –En Colombia hay un desarrollo grande de la música para chicos, pero no tienen una organización como la que tenemos acá. Y acá, por ejemplo, se está afianzando el Momusi Córdoba, ¿te das cuenta? Uno porque viajó y se instaló allá, otro porque viene remándola desde hace tiempo. Y les interesa armar algo colectivo. Se va armando sobre la base de tres o cuatro ideas centrales, y eso es muy importante porque te sostiene.
D. V.: –En Buenos Aires tuvimos que ser muy exigentes, y tenemos que serlo porque hay una cantidad enorme de música. Ahora, en la Patagonia, por la experiencia que tuvimos, vamos a sostener procesos, a acompañarlos. Recién en este tiempo alguien que se dedica a la canción para chicos está viendo Pakapaka, antes lo único que le llegaba era Disney, o trataba de imitar las canciones de María Elena Walsh. Entonces, les damos capacitaciones, les acercamos material. Y en el otro extremo está Rosario, que tiene una vida musical muy grande, pero nunca ha desarrollado grupos de música para chicos. Y eso que es una ciudad musical por excelencia.
–Desde la experiencia que adquirieron con Momusi, más todos los viajes que realizaron a los encuentros en diversos lugares, ¿hay diferencias entre los artistas y los públicos de cada país?
M. T. C.: –Como músicos, coincidimos en la visión. Lo que cambia es la cultura del país, que te va modificando los comportamientos. Lo que sí, el deseo de que haya una música menos tonteca está en todos. Y la forma de entregarla a los chicos cambia, porque la música colombiana no es la misma que la uruguaya, o la brasileña, o la argentina, por ejemplo.
D. V.: –Tenemos matices culturales similares, pero también cosas que nos diferencian. Hay particularidades que ponen cosas en común. Por ejemplo, en el Río de la Plata hay una matriz, una cierta cuestión de la negritud muy común con los peruanos, por ejemplo, por ser herederos de la música africana. Nosotros hemos tenido otras vertientes, otras asimilaciones: no es lo mismo Buenos Aires, una ciudad más europeizada, que otras regiones del país o de América latina. No creo que todo lo que venga de Europa sea malo. Los Beatles fueron una ampliación del paradigma. Pero en Colombia trabajan mucho con la música tradicional, que es riquísima, igual en Venezuela. Como grupos de Córdoba no pueden evitar meter un cuarteto, porque es algo natural para ellos.
Uno de los debates que atraviesa cada oportunidad en la que se juntan, confiesan, es si el arte, y la música en particular, tiene un papel formador en la subjetividad infantil. Viola cuenta una anécdota de su infancia para desarrollar su posición: “Me acuerdo de un chico, Jorgito, que era un ser especial. Tenía una imaginación maravillosa, jugaba muy bien al fútbol. Si hubiéramos tenido una facilidad para canalizar eso, Jorgito hubiera terminado diferente de como terminó. Y sé que si alguien tiene la posibilidad de acceder a un universo poético, al lenguaje artístico, el mundo se abre. El arte no se puede enseñar, lo que uno puede hacer es dar lenguajes artísticos. Como aprendemos a hablar: los padres enseñan lo más difícil, que es hablar. Entonces te pueden enseñar todo”, sostiene, y agrega: “Nuestro lenguaje cotidiano está lleno de metáforas, y los lenguajes artísticos también. Cada vez más abstracciones, más complejidades. También hay una educación en eso”.
–Pero esa educación, ¿tiene que ver con la familia, con la escuela, con la sociedad?
M. T. C.: –Lo que necesita un niño es dedicarle tiempo a la observación, que no les estén poniendo etiquetas a las cosas. Que descubra el mundo con asombro. El chico está atosigado de constantes indicaciones, de títulos de las cosas. Al chico no se lo deja descubrir por sí mismo. Le dan todo ya etiquetado y no le dan margen para la imaginación, la equivocación, la sorpresa, todo lo que necesitamos para crecer.
D. V.: –Hablamos del lugar del niño, y para nosotros es un ser que debe tener asombro. Y uno mismo quiere mantener ese asombro. Nosotros estamos en contra de la cultura de acelerar el tiempo del niño para convertirlo en un consumidor. Ya lo intentaron hacer con los adolescentes, y hoy son los primeros que dan gratis sus creaciones, que van a una plaza a tocar sus canciones, que publican en Internet sus poemas, y no piensan en cobrar. Esa es una especie de resistencia cultural.
M. T. C.: –Los chicos están rodeados de estímulos. Ahora, si pongo en un jardín de infantes música, la condición artística es como la de un libro de cuentos: si tenés un grupo de chicos de meses, le mostrás un cuento con dibujos de animales nada más; ahora, si son un poco más grandes ya les contás qué hizo el oso, si fue a la plaza, usó la hamaca, un cuento corto. Y así es con la música, algo que empieza, da una vuelta y se vuelve. Después, puede tener frases distintas, otras variaciones. Ojo, esto no quiere decir que hay que igualar lo simple con lo tonto. Ese es el problema de muchas producciones y la visión de los medios, que confunden lo simple con lo tonto.
–¿Y qué encuentran del lado de los músicos?
M. T. C.: –Lo que pasa con los talleres sobre música es que muchas veces los docentes dicen: “Cuánto hace que no jugamos”. Pero no ingenuamente, sino que jugar es arriesgarse, es meterse, descubrir, investigar, perder la careta. Es una cosa esquemática que se sigue y se sigue. Nosotros queremos que se diluya ese criterio para abrir un poco la cabeza y la sensibilidad de los chicos. Hay que estar abierto a las figuras que plantean una canción o un poema.
D. V.: –El juego es fundamental porque es el ser. Es como el clown, que está abierto a todo y tiene una respuesta inmediata sensible, que no es lo mismo que sensorial. Y lo que uno busca no es formar a nadie, sino colaborar con la autoformación sensible. Como docente, a lo que uno aspira es a colaborar con esa educación sensible, con esa autoformación de una persona que esté abierta, que pueda entender la poesía de la vida, la poesía de poder conmoverse por un amanecer que genera una parada poética frente a la vida. El ser humano es una metáfora, y por eso es diferente de un auto, de cualquier máquina que tiene una función que cumplir. El ser humano es mucho más que eso.
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