RADIO › ALEJANDRO DOLINA CELEBRA TREINTA AñOS AL AIRE
El conductor, escritor y músico comenzó en el horario de la medianoche de casualidad y a desgano, pero que el público fuera a ver cómo se hacía el programa le cambió la dinámica y lo consolidó. En marzo habrá festejo con una emisión especial de La venganza será terrible.
› Por Sebastián Ackerman
”El programa Qué extraño es todo esto iba al mediodía, pero duró un mes. Al gerente de radio El Mundo no le gustó y nos propusieron pasar a la noche. Yo no quería saber nada, pero Adolfo me convenció de hacer el programa.” Quien habla es Alejandro Dolina, que invitó a Página/12 a su casa de Núñez para charlar sobre sus treinta años ininterrumpidos al aire en las medianoches de Buenos Aires, que comenzaron con Adolfo Castelo y casi a desgano. En la entrevista, se apasiona al reflexionar sobre la belleza y la política, recuerda la historia de La venganza será terrible y se entusiasma con los proyectos de este año, además de seguir a las 24 en Del Plata. “Calculaba que la noche era un sitio de muchos tangos, de gente que está sola, personas que se comunican con la radio. Vamos, lo que históricamente fue la radio a la noche: hacer sentir menos solos a los que andaban en esos horarios donde hay tantos fantasmas. Pero nuestro programa no era eso”, advierte. Claro que no lo era: hablaban de historia mundial, jugaban a los dados con los oyentes y hasta eran amenazados por un hombre bala que rebotaba en el estudio.
Siguió en El Mundo hasta 1989, cuando pasó a Rivadavia. Estuvo un mes de 1991 en Nacional y luego saltó a Viva FM, donde se rebautizó como El ombligo del mundo, y en 1993 encontró el nombre se convirtió en marca registrada de las medianoches: La venganza será terrible, que salió por Continental, Del Plata, Radio 10 y Nacional. Pero lo que le llamó la atención a Dolina del éxito nocturno fue que sus primeros pasos radiales fueron matutinos: el sordo Gancé, que toca el piano a pedido de los oyentes, nació en sus intervenciones de Mañanitas nocturnas de Radio Argentina en 1975, y en 1977 fue parte del grupo que en El Mundo ofrecía Claves para bajar de la cama, que sólo duró un mes. “Había unos tipos de la Marina en la radio y nos echaron en seguida.” “Los primeros programas de Demasiado tarde para lágrimas eran mucho más inocentes: no habíamos gestionado los personajes adecuadamente, las entonaciones eran variables. Estábamos buscando. Y había muchas cosas medio zonzas. Después, eso que fue buscar una situación un poco antirradial fue tomando forma desde el hallazgo de un lenguaje. Se fue haciendo más sólido”, analiza.
–¿Crearon un género radial con Demasiado tarde...?
–Diría que no. El punto de inflexión fue cuando empezó a venir el público. Ahí el programa encontró verdaderamente lo que es: cuando el público empezó a venir por decisión propia, porque no fue una convocatoria, hasta que al final eso se hizo oficial. La aparición del público generó el hallazgo de un gesto de comunicación, porque había gente y nosotros empezamos a hacer el programa para los tipos que estaban presentes, y el oyente lo recibía por reflejo. Quiere decir que estábamos ante un hecho teatral, una comunicación que tiene la gracia de la interacción, mientras que la radio es ausencia. Entonces, ahí encontramos la entonación, pero era una entonación de actor, de narrador oral, del tipo que está viviendo una situación en vivo. Y eso de radial no tiene nada.
–¿Qué disfruta de hacer el programa durante tantos años?
–El público, principalmente. El desafío comunicacional o artístico de cada noche. Eso es extraordinario; con su arte, con su canto, con su pequeño pensamiento por humilde que sea. Pero también lo que surge del contacto con el público y con los compañeros. Nacen a veces amistades, a veces amores. De la necesidad diaria de buscar material va construyéndose una colección de conocimientos que de otro modo no aparecerían. Me convertí en una persona bastante mejor de lo que hubiera sido si no hubiera tenido esta obligación diaria de leer, de subrayar, ver qué cosa puedo contarle a la gente a la noche. Mi mundo se amplió mucho, porque a veces buscando banalidades encontré cosas que cambiaron mi vida: me encontré con el estructuralismo, que desconocía enteramente; buscando giladas, me encontré con la física, aunque más no sea con los rudimentos del mundo cuántico. Todo eso me llevó a leer, primero para ver si contaba algo, y de casualidad me encontraba con que se me abrían puertas que daban a enormes galpones que para mí estaban oscuros, iluminándolos. Yo era un tipo mucho peor todavía de lo que soy ahora (risas), así que calculá lo que sería... Y eso se lo tengo que agradecer a la radio: un camino de conocimiento que me obligó a transitar y que finalmente fue bueno para mí.
–En ese sentido, usted dijo, por ejemplo, que la Teoría de la Relatividad es bella por las regularidades que plantea. ¿Se puede encontrar belleza en la música, la literatura, la radio?
–Siempre la belleza es una regularidad o la falta deliberada de ella. No digo el arte, la belleza. Es siempre simetría. La repetición en el tiempo, la repetición en el espacio, la igualdad de las distancias: todo eso genera una reacción en el espíritu humano que generalmente responde a la idea que tenemos de belleza. Tal era así que los griegos habían sido más rigurosos en esto, ya que la medían con exactitud, y encontraban números como el número áureo, que les servía para ver en qué momento de un segmento había que cortarlo, o en qué lugar de la cara tenían que estar los ojos, o cuándo n una obra tenía que estar el momento más decisivo. Era lo que hoy llamaríamos el 62 por ciento del transcurso de una obra. En la novela Cartas marcadas, exactamente en el 62 por ciento de la obra el protagonista tiene sexo con su enamorada por única vez en la novela y, lo que es peor, sin saber que era ella. A mí me pareció que ése era el momento central de la novela y ocurre ahí. Para eso conté las letras. Ese era un chiste para mí (risas)... Y a veces se obtiene belleza vulnerando esa regularidad. Pero aun vulnerada, la regularidad está. Mirá este tipo, pintó un ave con un ala sola. La otra no está, pero está en la mente del que lo pintó, del que la está viendo, y hace fuerza. Lo ausente también hace fuerza. La belleza es regularidad, es simetría, pero la asimetría es una idea sin la cual no podríamos tener una idea de belleza. Ahora, cuando la asimetría es hija de la torpeza, estamos ante otra cosa.
–Entonces, la belleza se puede matematizar...
–Sí, claro. Pero no así el arte. La belleza forma parte del arte, pero el arte necesita también un juicio acerca de la condición humana.
Además de su trabajo en radio, Dolina es autor de Crónicas del Angel Gris, El libro del fantasma, Bar del Infierno y la novela Cartas marcadas. Sin embargo, se define a sí mismo como “mejor lector que escritor”, aunque “también es cierto que hay una razonabilidad que hace que uno alcance a conformarse después de unos intentos”. “Son raros esos tipos que dicen que nunca están conformes con lo que escribieron... Yo sí estoy conforme; si no, no lo hubiera publicado. Y porque sé que ése es el ápice de mi posibilidad. Nadie puede aspirar a escribir mejor de lo que escribe porque uno escribe como quiere. ¿Qué es esto? No es la escritura algo tan misterioso que exprese a personas que no somos. Lo que quiero decir es que es muy difícil escribir algo mejor que uno mismo. Soy bueno para ver los errores y malo para remediarlos, de manera que tardo muchísimo. Y una vez que terminé algo, por humilde que sea, pensando todo lo que me costó y viendo que quedó más o menos bien, estoy contento. ¡Claro que podría haber sido mejor, si yo fuera una persona mejor! Pero no, es eso y me gustó haberlo escrito, pero sufría mientras lo escribía...”, cuenta.
–Ahora está escribiendo un nuevo libro. ¿Le pasa lo mismo?
–Cómo estoy sufriendo ahora... Estoy escribiendo un libro para Planeta y no lo tengo dominado. Medio se me va escapando de las manos, tengo que hacer reformas en la arquitectura para que no se me caiga al piso. Estoy en ese proceso en que los libros no están bien armados y no van creciendo solos, armónicamente, sino que cada tanto hay que tirar abajo alguna pared. Eso es difícil.
–¿Pero tiene que hacer reformas sobre los cimientos o con tirar una pared abajo alcanza?
–No lo sé, eso es lo malo del momento que estoy viviendo en la escritura. Lo escribo bajo sospecha y estos ladrillos que estoy poniendo me parece que mañana los voy a tener que sacar (risas). Se escribe un poco así, ¿no? Uno no tiene todo tan calculado. Muchos capítulos se escriben a ciegas y después conducen a lugares que no son viables.
–¿Alguna vez tuvo que descartar todo un trabajo por encontrarse con esos caminos bloqueados?
–Claro que sí. Tiré a la basura prácticamente una obra de teatro que estaba escribiendo con uno de mis hijos. Y llegamos a un momento, muy adelantada la obra, que nos miramos y me dijo: “¿Qué puede pasar ahora?”, y descubrimos que cualquier cosa que pasara no tenía ninguna fuerza. Cuando hay una buena construcción actancial, vos sabés qué tira, qué tiene fuerza. Romeo y Julieta: serie de ofensas de tono creciente entre dos familias que se odian, y el amor secreto entre integrantes de una y otra. ¡Eso tira! Te preguntás qué pasará, se mueren los dos, la obra cierra maravillosamente. Ahora, por ahí estás en un lugar y por ejemplo un tipo pierde la memoria, y la recupera. ¿Y? ¿Qué puede haber en esa revelación? ¡Nada! Al lector le da lo mismo. “A mí qué me importa”, dice el lector, y eso hay que preguntárselo siempre: ¿qué va a decir el lector cuando le presente este enigma?
Los oyentes de La venganza... saben que en el programa prefiere no inmiscuirse en los recovecos de la historia nacional porque, dijo varias veces al aire, si contaba algo de Lavalle, lo llamaban los dorreguistas; o si contaba algo de Rosas, lo llamaban los mitristas. Pero, aclara, si bien la política vernácula no es uno de los ejes centrales, “cuando alguien pregunta, está”. Ello le valió discusiones con oyentes, con compañeros, y muchos otros debates en los cuales Dolina ha participado. No se esconde, ni le corre el cuerpo. “Me ha costado a mí en otras épocas muchos enconos, y en estas épocas curiosamente, y por eso debo agradecerle a todo el mundo, no. Por alguna razón, esto debo manifestarlo, no me he sentido ni insultado ni agraviado, ni por los opositores ni por los oyentes que por ahí no piensan como yo”, destaca.
En la campaña de las últimas elecciones, el conductor de La venganza... se refirió varias veces al ballottage como “una elección clarísima”, en referencia a los dos modelos en disputa: uno con un Estado presente, y otro que busca volver al dominio del mercado. Y, claro, tomó posición. “Los planes de gobierno no son invenciones técnicas que se les ocurren a unos que son como ofertas que se dan en distintos comercios, así como un tipo inventa una enceradora... No es eso”, señala. “Acá era claro que los planes de gobierno de Macri iban a responder a unas políticas que defendían los intereses de los empresarios. ¡El plan es reducir los sueldos! Macri no dijo lo contrario, nunca mintió. Ahora, que eso les guste a las propias víctimas... Porque que te voten los empresarios, los agroexportadores, la clase media alta, fenómeno. Pero que te voten los mismos tipos que vos vas a echar a la semana es rarísimo. Es rarísimo, pero sucedió. Pero ésa es la democracia y tenemos que bancarla”, dice.
–También pasó que se hizo una campaña de ataques personales y virtudes humanas, que viene sucediendo hace varios años. La política parece haberse convertido en un compendio de atributos individuales que deben organizar de la gestión de un gobierno.
–Esas son chicanas para evitar la discusión política. Poner lo secundario por encima de lo principal, y oscurecer la discusión política que era clarísima, ha sido cumplido con gran habilidad por los medios, que son los grandes responsables de este resultado electoral, además de las otras circunstancias que hemos mencionado. Pero digo esto con trazos muy gruesos. Y también fue producto, en grandísima medida, del internismo de los peronistas y de muchos personajes que se creían en el caso de hacer aclaraciones cada vez que se hablaba de las elecciones, diciendo cuán poco les gustaba Scioli, no vaya a ser que alguien venga a pensar que con su estatura de intelectual o periodista notable, vaya a votar a Scioli sin tener que hacer ninguna aclaración. ¡Dejensé de embromar! Nadie va a poner en duda tus kilates académicos. Votá callado, que es como hay que votar... Y date cuenta de cuáles son tus intereses o, en todo caso, los intereses que has resuelto defender. ¡Y defendelos! No pienses si te va a ir mejor, o si querés ocupar un cargo y no otro. Participar en política es a veces aniquilarse como persona y formar parte de una hueste para defender una causa. Es así. Aquí pocos los hicieron, incluso hubo combates entre unos y otros.
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