DANZA › TUSHH, PRIMERA CREACIóN DEL COMBINADO ARGENTINO DE DANZA
El show del grupo que coordina Andrea Servera es un verdadero mosaico de números coreográficos diversos.
› Por Carlos Bevilacqua
Más que un espectáculo o una obra, Tushh es algo así como un gran experimento. No sólo para el espectador, que permanece más de dos horas de pie, al aire libre, y debe ir movilizándose para seguir las acciones; sino también para los protagonistas, que presentan secuencias de lo más diversas, de mucho despliegue físico y en algunos casos debutando en un ámbito escénico formal. A juzgar por lo visto la noche del estreno, el viernes último en Ciudad Cultural Konex, el saldo de la apuesta es positivo, sobre todo teniendo en cuenta el potencial de la idea y de los bailarines, que probablemente logren pulir algunos desajustes en las funciones de los dos próximos viernes.
Al llegar a un enorme patio, el público se encuentra con los intérpretes del Combinado Argentino de Danza (CAD) diseminados por doquier, interactuando entre ellos o con la fisonomía del lugar, casi siempre en tono indolente. Sobre una mesa de motivos familiares un trío se disputa un vaso de gaseosa con movimientos propios del contact, en otra una novia de vestido blanco, pero raído, invita a escribir deseos en tiras de tela que ella misma se encarga de anudar. Basta que el DJ Villa Diamante dé un volantazo para que el movimiento estalle. No hay un foco de acción sino varios, algunos incluso móviles, como el de ese par de bailarinas que corren alocadas en círculo por todo el predio, seguidas por un grupo de nenas que encontraron la ocurrencia de lo más divertida. El resto va cobrando protagonismo, alternativamente, en solos o pequeños grupos que se mueven dentro de lógicas reformuladas del hip hop, el folklore y la danza contemporánea. Sintonizan con lo que va entregando el musicalizador, quien marca el clima de cada segmento con “mash ups” basados en canciones populares de toda índole. Las condiciones técnicas de los bailarines por momentos deslumbran; en otros no tanto, pero siempre campea una energía vital, potente, contagiosa.
De golpe, las acciones se trasladan a una larga y ancha escalera metálica, primero con todos los protagonistas hechos una masa amorfa que debe cumplir determinadas consignas, luego con uno de ellos rodando por los escalones a una velocidad que asusta. El devenir de la noche incluye un par de variedades, como la percusión vocal amplificada del bailarín Braian Moya o un videoclip de María Ezquiaga (la cantante de Rosal) haciendo una hermosa versión despojada de un tema de Ricardo Montaner.
El contraste permanente entre un cuadro y otro bien puede explicarse por la meta que se plantea el grupo: “Imaginar una forma de danza que hable del ser nacional, sin acartonamientos ni solemnidades”, según postula el texto promocional del show. Pero, ¿cuántas Argentinas hay? En Tushh aparecen retratadas la de la cumbia suburbana, la del pop despreocupado de las discotecas, la de la música tradicional del interior (hoy retomada por la clase media urbana), entre otras, siempre con un espíritu de fiesta, de “nada importante se puede hacer sin alegría”. Y si el mosaico resulta tan heterogéneo es porque también implica un viaje en el tiempo, admitiendo ritmos y modas musicales de las últimas cinco décadas. Todo convive caóticamente. Como en el conventillo, los colores se juntan, por momentos pegan algo de afinidad, pero no terminan de fundirse en una fusión acabada.
El CAD surgió a partir de una performance montada el año pasado por la coreógrafa Andrea Servera para un desfile de ropa en el Mercado de Industrias Culturales Argentinas (MICA). El experimento gustó y se reprodujo ampliado durante varios meses en Tecnópolis, donde los bailarines callejeros de hip hop convocados por Servera se empezaron a retar a duelo con malambistas que trabajan a la gorra en el Abasto y, con la complicidad de algunos profesionales de la danza contemporánea, empezaron a dar talleres de sus disciplinas al público transeúnte. “Ellos quisieron seguir ensayando, probando y soñando. Yo soy apenas una coordinadora, una especie de referente, pero no hago un trabajo de dirección”, aclara Servera, cuya carrera se distingue por haber liderado varios proyectos de danza con personas en situación de vulnerabilidad social.
La preparación para el estreno fue lo más intensa posible. “Todos trabajan de otras cosas, lo cual nos complica para poder juntarnos todos. Igual logramos ensayar durante tres semanas”, cuenta la coordinadora. De hecho, el elenco del combinado es inestable. Está compuesto por alrededor de 25 bailarines de entre 18 y 30 años, de muy diferentes sectores sociales y tipos físicos. Los más asiduos son Gabriela Pastor, Nelson Simonelli, Marcelo Martínez, Mariela Puyol, Jimena Pérez Salerno, Agustín Franzoni, Bruno Lil’Dragon Klewzyc, Jorge “Cautivo” Salas y Jesús Guiraldi. El auspicio de la Secretaría de Cultura de la Nación al proyecto les permite ver el rol de la danza en sus vidas con otros ojos. “Ya en Tecnópolis ganaban algo gracias al baile y esto potencia la expectativa de poder vivir de lo que más disfrutan”, celebra Servera.
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