Domingo, 8 de junio de 2014 | Hoy
DANZA › MABEL DAI CHEE CHANG HABLA DE ORQUIDEANA, SU MAS RECIENTE PROPUESTA
La coreógrafa explica el modo en que convirtió los textos de Marosa di Giorgio en una puesta que combina lo etéreo y lo enérgico, con bailarines suspendidos en el aire y una banda de sonido ecléctica, que apela tanto a lo natural como a lo electrónico.
Por Carolina Prieto
Las obras de Mabel Dai Chee Chang se caracterizan por su fuerza poética, por desplegar mundos oníricos que suelen transportar al espectador a otra dimensión. Egresada del Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín y con estudios de perfeccionamiento en Europa, India y Estados Unidos, la coreógrafa argentina (de padre chino) fundó, a comienzos de los ’90, la compañía de danza-teatro Arnica, que reúne bailarines, actores y músicos. Un grupo con el nombre de la flor utilizada en homeopatía para tratar los dolores corporales, con el que estrenó cerca de diez producciones entre las que se destacan Vientos rojos y A punto de ebullición. En la primera, ella misma protagonizaba un unipersonal en el que explotaba las posibilidades de movimiento a partir de un poncho de lana, acompañada por un sombrero y unos versos de Yupanqui. En la segunda, con textos de Alejandra Pizarnik, un trío ofrecía un compendio de imágenes con aires surrealistas a través de cuerpos femeninos desnudos que proyectaban un misterio perturbador. Orquideana, su más reciente propuesta, se inspira en textos de la poeta uruguaya Marosa di Giorgio (1932-2004) y se presenta con entrada libre y gratuita hoy, a las 19; el sábado 28, a las 21; y el domingo 29, a las 19, en el CC Haroldo Conti (Av. del Libertador 8151).
“Nos pusimos a investigar a partir de la lectura de Marosa y trabajamos durante dos años hasta llegar a este montaje. Sus textos me impactaron por la forma en que tratan la sensualidad, los sueños y las fantasías creando un mundo intenso y desbordado que se mezcla con la naturaleza. Es entrar en una zona onírica de imágenes y sensaciones en la que todo es posible, todo está permitido, casi de manera infantil”, cuenta la directora a Página/12. En el comienzo, la luz ilumina cuatro bultos blancos que cuelgan de arneses y que parecen capullos. De a poco emergen de esos conglomerados piernas, codos, hombros, torsos, tan blancos como esa suerte de algodón que los recubre. Iluminados y bañados por una música suave, los cuerpos desnudos se van abriendo y dibujan formas extrañas, bellas, impactantes. Hay algo de misteriosa armonía en esa combinación de desnudez y estopa que flota en el aire. Cuando las intérpretes dejan los arneses y tocan el piso, esas mujeres-capullo van a desplegar su mundo interno; del sosiego inicial viran a escenas enérgicas y hasta violentas. Ya no están desnudas, lucen vestidas; la placidez inicial se pierde y entran en una zona de tensión que por momentos resulta algo forzada. Utilizan los arneses no sólo para despegarse del suelo y colgarse de mil maneras, también para impulsarse, correr y tomar más envión, como en una carrera explosiva apoyada en textos intensos. Los pronuncian con vehemencia, los susurran, los gritan, sus voces se superponen. Y desarrollan un relato apoyado en imágenes que buscan transmitir la voluptuosidad y la exaltación femeninas, las fuerzas internas que las mueven y las que las sujetan. Más que una obra de danza, Dai Chee Chang y sus intérpretes buscan crear una experiencia sensorial, una serie de imágenes que forman un cuadro en movimiento.
–¿Cómo fue el trabajo escénico?
–Empezamos a investigar a partir de ciertos elementos con los que me fui topando naturalmente, como el arnés que había en la sala de ensayo y que nos vino muy bien para poder trabajar la sensualidad del cuerpo y también una fuerza casi contraria, la de estar atado, sujetado. No soy de partir de ideas previas, sino que en el mismo proceso de trabajo van apareciendo elementos que voy tomando. Durante un mes ensayamos en la provincia de Santa Fe y nos encontramos con una especie de barba verde que crecía en los árboles y nos llamó la atención. Ese material derivó en la estopa blanca que esconde los cuerpos al comienzo y que después permanece deshilachada en la escena. Los arneses permitieron explorar algo que me interesa mucho: romper la percepción tradicional de los cuerpos y que parezcan colgados casi como fragmentos, como títeres.
–¿Por qué eligió trabajar durante la primera parte con cuerpos totalmente desnudos?
–La imagen que teníamos en la cabeza era el desnudo, que es la que mejor traduce la pureza de los cuerpos. No creo que sea pornográfico. Al comienzo las bailarinas ensayaban en bombacha y corpiño, no querían sacarse todo. Finalmente algunas aceptaron y las que no, dejaron el trabajo. Fue duro: les salieron callos en algunas partes que están en contacto con los arneses.
–¿En qué libros se focalizó?
–Leí muchísimo pero me centré en dos, La Flor de Lis y Los papeles salvajes. Marosa era noctámbula y el mundo de la noche me sedujo. Llamativamente no es un mundo oscuro, tenebroso. Todavía sigo trabajando los textos de la obra y voy a hacer algunos cambios: usar más la voz en off porque las bailarinas están exigidas, se agitan, corren mucho y no siempre llegan con el caudal de voz necesario.
–La banda de sonido es extremadamente versátil: hay sonidos de la naturaleza, electrónicos, pasajes más líricos, hasta una voz de cantante de ópera y una cumbia. ¿A qué responde este eclecticismo?
–A las diferentes situaciones que van atravesando desde que tocan la tierra. De la tranquilidad etérea a unos ritmos mucho más intensos y acelerados. Por momentos parecen unas guerreras desatadas, por otros, unas borrachas en plena fiesta llegando a un desborde de todos los sentidos.
–¿Cómo sigue el recorrido de la obra?
–Queremos pasar a una sala independiente para hacer más funciones, vamos a participar del festival de danza que organiza Cocoa (Coreógrafos Contemporáneos Asociados) en septiembre, y después viajamos a Rosario. Tras tanto trabajo es bueno poder seguir mostrando este espectáculo. Articular las luces, la música y el manejo de los arneses exige un ajuste muy especial en cada espacio en el que lo hacemos.
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