Vie 08.06.2007
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DANZA › FRENTE AL AUGE TELEVISIVO, LAS VERDADERAS CHICAS DEL CAÑO DAN SU VERSION DE LA HISTORIA

“Cada una muestra hasta donde quiere”

Las bailarinas analizan el baile que enfureció al Comfer, defienden la importancia de que el caño sea de bronce, pasan revista a sus técnicas para una trepada, definen las categorías –que incluyen caño de barra y de pista– y enarbolan una campaña para que no se utilice el término “prostibulario” con tanta facilidad.

› Por Julián Gorodischer

No hay un solo caño. A las más nuevas, entre las bailarinas, se les reserva el menos protagónico “caño de barra”, allí donde hacen un mágico equilibrio para no clavar el taco aguja adentro del gin tonic que pidió el trajeado con habano. En el cabaret hay modernitos recién salidos de un festival de cine, que miran hipnotizados las piernas largas. “La bailarina de caño de barra le agrega a la escena un valor especial”, dice el experto Omar Suárez, dueño de Cocodrilo. “Los hombres pueden verla más estilizada, como si tuviera a la chica bailando encima de él. Además, acerca gente a la barra, que es donde se consume.” El caño de barra –según se ve– exige un talento apto para unas pocas, en los antípodas del amplio espacio para novatas que propicia Showmatch: ofrece mínimo marco de desplazamiento, un pasito básico que se limita a un gateo con las manos sobre el techo, tan próximo, y tolerancia a las palmaditas en las nalgas que pegan los más lanzados.

La que sigue es la ruta del caño, para hacer oír la voz de las bailarinas que no salen en televisión. Se las escuchará objetar o halagar a las obscenas poses (según un informe reciente del Comfer) que estarían convirtiendo a la TV en un volcán, un minuto antes del Apocalipsis. Hace diez años, sin embargo, que las pioneras vienen trabajando en técnicas que llegaron a un repentino boom de 40 puntos de rating por cada caño (lo cual anticipa una segunda vuelta, poco antes o después de que Marcelo Tinelli saque de la manga el baile de la remera mojada, el strip dance o el baile de la botella para asegurar el prime time). Más allá de la tentadora impugnación, un poco más cerca o más lejos de las influencias de los guardianes de la moral, sin intención de juzgar la calidad o la estética de un ciclo que muy pocas ven y algunas descartan a cambio de una buena película, las bailarinas tienen una preocupación casi excluyente: que no se hable de su baile como prostibulario (en el marco de una fórmula fija que se asentó como lema inamovible). Ellas no son chicas de sala, y no les gusta que las confundan.

“Al mes de ser camarera en el boliche Madonna, logré pasarme a bailarina. No hay una sola categoría: tenés barwoman, mesera, bailarina y chica de sala, que es la que se va con el cliente y la que más gana. También hay muchas bailarinas que salen, pero no la mayoría”, aclara Nicole, una de las tantas que dieron cátedra de caño a Página/12 durante la larga madrugada. “Como bailarina, se trabaja y se gana muy bien, y no necesitás prostituirte. ¿Cuántos de los que se rasgan las vestiduras fueron a ver un baile de caño? ¿Por qué no nos sacamos las caretas? Si hay una oferta de este baile es porque hay un cliente que lo compra.”

Luego, en uno de los cabarets visitados, se luce la imponencia del “caño de pista”, un verdadero altar al que los sujetos rinden pleitesía sin tocar el cuerpo desnudo de la ninfa. Ella se trepa altísimo, se desliza con una flexibilidad y destreza que no se vio en las famosas durante su performance televisiva. La del “caño de pista” es una bailarina más altiva, que no juguetea con el amague de encajarle la plataforma al martini, sino que se abstrae en un trance de mirada perdida. A esa hipnótica performer se le propuso dar un testimonio sobre su arte, pero argumentó “no tener nada para decir”. Los modernos de cresta y corte a la cubana, tapadito Zara, zapatillas último modelo y bolso cruzado la miran embobados, después de saludar al resto de las chicas de sala como habitués, nunca exploradores de rarezas que vienen por una sola vez. Y la del caño de pista crece con cada piropo procaz, se hace más alta en sus botas negras, como una diosa de tanga negra, guantes y tachas, corpiño con peluche rosa que le aumenta las tetas sin necesidad de requerir un bisturí (sopla una compañera). Sube alto, altísimo, como si desafiara a las de la tele a quedar reducidas a aprendizas inexpertas plagadas de moretones y de baile alrededor del caño, pero no en el caño “en sí”. En el contraste, hay fundamentaciones para la goleada:

–Hay entrenamiento previo; no es una semana como las de la TV –explica Fabiana, coordinadora de bailarinas de Cocodrilo–. Y hay que ver de qué material es el caño. En este lugar es de bronce; es el que mejor adhiere. Te deja un olor asqueroso en las manos, pero te lo sacás con jabón. El de Showmatch, en cambio, es plateado, no de bronce: debe ser de aluminio o hierro cromado. Si es cromado, no tiene óxido. Cuando hay óxido se genera una película áspera que te permite subir tres metros y medio.

En Cocodrilo, todos los años se entregan los premios homónimos de oro a habitués célebres o famosos de moda, pero Diego Maradona mereció uno de platino, además de un cuarto especial que agrupa sus fotos, documento de identidad ampliado, dedicatorias al boliche y mucha memorabilia. El público es de lo más variado e incluye: una psicóloga obsesionada con quedarse con la lapicera del cronista, un par de estudiantes de cine tan cómodos como en una fiesta electrónica, muchos hombres de traje obnubilados con la morocha que acaba de quedarse íntegramente desnuda y empleados del lugar que arengan con silbato y golpes de una lata contra la barra. Lo que sorprende es la buena llegada que tiene el hit de difusión Atrévete, del primer disco del dúo Calle 13, en versión remixada y capaz de despertar picos de euforia compartida por todos los presentes en el minuto en que el DJ sube el volumen para que se escuche, como canto de guerra, y respuesta a la moralina, y apropiación del caño cuando cualquiera se cree con derecho a decirse una bailarina: “Que tú eres callejera, street fighter”. Entonces, las chicas de sala se sienten con derecho a un ascenso en su jerarquía, aprovechando el desbande, y algunas buscan el caño, la mirada posada en el espejo, estudiando sus movimientos todavía demasiado torpes.

“El caño los volvió locos siempre, en Inglaterra y en Estados Unidos, hasta que llegó a la Argentina. Como dice Moria, hay que internalizar el caño”, dice Fabiana. En todo caso, dicen, después de repasar sus historias de vida, estaría bien que los moralistas peguen con razón a la telebasura, que surjan las voces airadas contra el Gran Hermano escatológico de la meona en el jardín y contra la obsesión por el falo del stripper que acompaña a Ileana Calabró en el programa de Tinelli, que los multen y con razón, “pero que no se las agarren contra el caño”, clama una bailarina de caño de barra. Inclusive, Nicole, la veinteañera de la sonrisa más amplia y noble que se recuerde en una discoteca, la que dedica todo el tiempo de su alocución a fortalecer la fama de una ex compañera en el boliche Madonna, llamada Gala, que subía más alto que el resto, “y todo lo hacía bien”, extiende la defensa a las chicas de sala, como si impusiera una barrera contra el atropello de los fiscales de la “TV prostibularia”. “Una trola –proclama– no es una mala persona, ni es que no le importe nada de la vida.”

El diálogo extendido propicia la memoria emotiva. “Uy, yo recuerdo ese primer día”, se emociona Marcia Bogani. “Fui al boliche de Libertador y Pampa con toda mi ropa en negro, y terminaba en topless. Aprendía mirando. Así supe hacer lindo tres cosas: vueltas comunes con las piernas, vueltas al revés y tirar la cabeza para atrás sacándome el corpiño: queda muy vistoso desde allá arriba. A veces levanto las piernas, hago un montón de piruetas.” Cuando le toca subir a escena, el anterior bullicio es un silencio total, ante la imagen de Marcia vestida de hombre, sombrero tanguero, “un pibito” (dice), que humilla por su superioridad estilística al personaje de obrero con que se caracterizó la travesti Abigail, que baila con Gustavo Guillén en la TV. ¿El secreto para la ovación y la atracción que genera? “Para mí la cara es fundamental: hay que dejarla llevar. Siempre con cara de apasionada; no podés treparte seria. Estás arriba; te tenés que reír y mirar al público. Yo no trato al caño como al órgano sexual masculino. En realidad, no soy muy sexual”, sigue Marcia, en una pausa entre la apertura de piernas y la contorsión en la tarima.

Dieta estricta, con poca carne roja, nada de alcohol porque arruinaría la silueta perfecta de Cecilia Oviedo (nada que ver con la esposa de Nito Artaza), botellita de agua siempre esperando al pie del caño, fuerza de brazos que le reconocen solamente al agarre de Catherine Fulop, también profesora de gimnasia: la vida de una bailarina de caño no es fácil. Se acuestan a las siete o a las ocho, después de un buen desayuno que las repone de la epopeya atlética. ¿Rasgos comunes entre las bailarinas? Autoconciencia de los hits a prueba de dispersión e indiferencia (“A todos les ratonea la colegiala”, dice Fabiana), derecho de piso pagado con sudor y lágrimas (“Al principio, otras chicas me robaban”, admite Nicole), pero, sobre todo y al calor de la polémica, deseo compartido de hacer oír una réplica que se postergaba. “Todos tenemos morbo, y el que dice que no le gusta es una mentira. ¿Sabés cómo les gustaría estar en el caño a las mujeres que nos dicen esas putas?”

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