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Domingo, 20 de septiembre de 2009

CULTURA › EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESIA SE TRASLADO A LA UNIDAD DE DETENCION N° III

Versos valientes que traspasan muros

En el gimnasio de la cárcel rosarina leyeron sus poemas los presos que asisten al taller Historial de Soledades, que coordina Susana Valenti. Asistieron Elvio Gandolfo, Cecilia Pavón, Florencia Volonté, Chus Pato y Tilsa Otta, entre otros.

 Por Silvina Friera

Desde Rosario

El cielo es un témpano gris que gotea su furia. El viento es un sistema nervioso en acción que le confiere a Rosario una pátina de ciudad patagónica. Las gotas arañan el pavimento, ruedan o se estancan cerca de las puertas de la Unidad de Detención N° III. Los poetas dejan sus documentos y esperan. El aire trae y lleva fragmentos inconexos de conversaciones. “Somos dos poetas mayores de edad”, bromea Diana Bellessi, y el cubano José Kozer festeja el comentario. Las estaciones para ingresar están puntuadas por el chirrido de varias rejas. Los oídos perciben mejor que la mirada esa frontera sonora entre la libertad y el encierro. De a poco entran Elvio Gandolfo, Cecilia Pavón, Chus Pato, Tilsa Otta, Cristian De Nápoli, Nikola Richter, Alan Mills, Ariel Williams, Horacio Costa, Tania Montenegro, Eli Tolaretxipi, Florencia Volonté, Rosabetty Muñoz, Kurt De Boodt, Ernesto Lumbreras, Roberto Appratto, Meliza Ortiz, casi todos los poetas que participan del Festival Internacional de Poesía. Hay que esquivar o saltar charcos del patio hasta llegar al “gimnasio” de la cárcel donde están la poeta Susana Valenti y sus “valientes”, como ella define a los presos que asisten al taller de poesía Historial de Soledades.

Una perla entre los puños

Sobre las paredes blancas de ese “gran cuarto”, que huele a casa que hace años no ha sido ventilada, hay una cartulina con un puñado de aforismos. Los internos escriben para conjurar el maldito desasosiego de no entender la vida, para salir caminando, erguidos, por esa ventana que les ofrece el taller de poesía que coordina Valenti desde 2001. Los cuerpos de estos “valientes” estarán confinados a movimientos pautados por el guión de la vida en la cárcel, pero nada ni nadie les puede blindar las puertas de la imaginación. “La poesía se abre en mi corazón para que la soledad ensaye su trascendencia”, es el aforismo que escribió Roberto De Carli (ver aparte), que en seis meses recuperará su libertad. “La riqueza del poema se siente cuando las manos regresan para llevar una perla entre los puños”, reza el aforismo de Miguel Angel Pereyra. Algunos poetas domestican la emoción, la mantienen a raya como pueden; otros, como Valenti –esa madre, maestra y amiga que les ha enseñado a escribir–, dejan que la voz se quiebre de a ratos. “En estos oscuros mundos, el corazón va adelante y después viene la obra”, dice a modo de bienvenida. La coordinadora, chiquita, delgada, inquieta, anticipa que ahora llega la parte en la que se afloja. “Quiero agradecerles a mis alumnos por su cariño y persistencia. Creemos que los puentes de la poesía son caminos hacia la libertad en estos espacios de clausura.”

Los poetas “de adentro” y “de afuera” están sentados en ronda. Las piernas de todos tiemblan como si hubieran corrido una carrera de mil metros. Los ojos de los internos son lucecitas de arrojo surcadas por los restos de una cicatriz. El micrófono empieza a circular de mano en mano. Chus Pato, de Galicia, decide fundir su voz con la de otro. En vez de leer uno de sus poemas opta por “Presagio del vuelo”, de Andrés Goitía, un interno que fue trasladado al penal de Coronda.

“El río turbio se abraza/ a algunos árboles y se mueve libremente/ bajo un azul clarísimo./ Resiste como yo/ que no me hundo en las oscuras aguas del encierro.” Los versos se clavan como aguijones en el alma. “La voz de una poeta hermana de España trae la voz de Andrés; esto confirma el puente extraño y misterioso de la poesía”, subraya Valenti. Cuánta belleza ardiendo en palabras que emergen con la nitidez de un sueño; redes que tejen las voces de Lumbreras, Williams, Volonté, Kozer, Bellessi, Pavón, de todos. “El indio soy yo”, dice Mills, el poeta guatemalteco. Hugo Farfán, de 32 años, se acerca y le pide una copia del poema. “Me dio vergüenza leer –reconoce Farfán a Página/12–. Mis poemas reflejan la tristeza, la soledad; pero a veces no sé si los demás los pueden entender porque son cosas muy de uno.”

Los valientes

La poesía sale de las bocas más oscuras, emerge del dolor asordinado de estos muchachos. Juan Manuel Acosta, Fabián Silva, Diego Reynoso, Enrique Gould, Miguel Angel Pereyra, Omar Godoy y Roberto De Carli son “los valientes” de Valenti. Así los presenta la poeta y coordinadora. Soñar es una de las formas superiores y liberadoras del pensamiento. “Una sonrisa introspectiva/ me deja regalarte lo que tengo:/ la visión de un mundo cercenado/ que aún es mío”, desgrana Acosta los versos finales de “Arquitectura de uno mismo”.

La voz de Silva, clareada por la libertad que obtuvo hace unos meses, recita “Fusil de Burbujas”: “Este fusil que diseñé/ a modo de arquitectura mágica/ es mi satisfacción y desenfreno/ ante cualquier tipo de pared/ que intente aniquilar mis esperanzas”. Gould pide un aplauso de corazón para Valenti y lee “Estatura”, dedicado a su esposa, “privada de la libertad”, y a sus dos hijas. “El amor es un largo silencio/ que me lleva a la infancia/ donde fui un niño,/ donde seré un hombre/. Otra vez.”

“Doy gracias por este espacio; para mí es un privilegio muy grande, a pesar de que esté privado de mi libertad”, subraya Miguel Pereyra antes de leer. Godoy, en “Perder el camino”, se pregunta: “¿Qué pasaría si se cerrara mi garganta,/ si negara lucidez al pensamiento,/ si no reconociera el mediodía/ que se opone a los muros?/ Estaría escondido/ en el último rincón/ de mi silencio”.

Peluquero, poeta y artesano

Los internos traen sanguchitos, pastafrolas, gaseosas. El modestísimo ágape es una pequeña celebración donde el concierto de voces y cuerpos terminan de confundirse. Ya nadie sabe bien quién está “afuera” o “adentro”. Los ojos de Roberto De Carli, de 43 años, parecen brasas cuando evoca, con ese tono de voz levemente rasgado por los recuerdos, el momento en que empezó a escribir, hace dos años, cuando el grupo de asistentes y terapeutas del penal le preguntó: “¿No te gustaría hacer un taller de poesía?” Se cruza de brazos para enfatizar que el rebote de ese interrogante decantó en la hilacha de una certeza: “Era hora de aterrizar, de hacer algo que tuviera sentido”. No hay que sacarle las palabras con tirabuzón; De Carli necesita y quiere hablar.

–¿Y qué pasó cuando dijo que sí?

–Al principio no entendía nada, pero me entusiasmé y seguí escribiendo. Lo más difícil fue sacar mi mente de este lugar, pero Susana nos enseñó a traspasar los límites de este muro... Para mí, ella es como una madre que apostó para que nuestras cabezas pudieran crear algo, cuando la sociedad nos daba vuelta la cara.

De Carli, con su camisa blanca que parece estrenada para la ocasión, mira el techo como si viera reflejado el itinerario de su vida. Lentamente fue buceando por su interior, escarbando, acomodando y desacomodando las figuritas de su pasado, y se fue acostumbrando a oler la esencia improbable de las palabras, a sentirlas más cercanas y maleables. Ahora disfruta de la antesala de la libertad, de las salidas transitorias que lo devuelven a las calles de Rosario todos los miércoles. Le quedan apenas seis meses para terminar su segunda condena por robo calificado. Cuando recupere su libertad, pondrá en marcha un pequeño emprendimiento de artesanías. Pero cuenta que también se recibió de peluquero y anticipa que piensa publicar un libro con sus poemas. “La poesía me ayudó a volar imaginariamente, pero también físicamente; pude salir, traspasar los muros, ver al barrendero barrer las hojitas de la plaza, ir de un lugar a otro”, explica este hombre que confiesa que hace cinco años se separó de la que fue su mujer: “Fue causa de mi desobediencia, de infringir la ley”. Pero los labios le tiemblan cuando revela que desde entonces no ve a su hija, que cumplirá cinco años dentro de un mes.

–¿Tiene miedo de volver a la cárcel?

–No. La vez anterior salí peor de lo que había entrado, con un gran odio y resentimiento hacia mi familia, la sociedad. Ahora me estoy capacitando, soy peluquero, escribo poemas... Voy a salir más preparado para enfrentar la vida.

Ya no tiene el alma anegada por el odio, ya no se deja arrebatar por la rabia; ahora desata verso a verso los nudos de su existencia. Sabe que es menos frágil y más valioso, y admite que lo único que le faltaría sería el amor de una mujer. El tacto de sus ojos desborda ternura al imaginar cómo será ese momento. De Carli intuye que la libertad es mucho más que un papel sellado. La última luz que se apaga, la última puerta que se cierra, es el pensamiento.

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Dentro de la cárcel, la poesía emerge del dolor asordinado de los muchachos privados de su libertad.
Imagen: Gentileza Giselle Marino
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