Domingo, 20 de septiembre de 2009 | Hoy
CINE › FEDERICO LUPPI Y NORMA ALEANDRO HABLAN DE LA PELICULA CUESTION DE PRINCIPIOS
Los actores protagonizan la segunda ficción de Rodrigo Grande, una adaptación del cuento de Roberto Fontanarrosa. “Declamamos más de lo que realmente estamos dispuestos a comprometernos”, señala Luppi aproximándose a su personaje. El film se estrena el jueves.
Por Oscar Ranzani
Al buen momento que atraviesa el cine argentino gracias al notorio aumento de los espectadores en las salas, deseosos de ver películas nacionales, se le sumará un nuevo largometraje que medirá su capacidad de convocatoria a partir de este jueves: Cuestión de principios, segunda ficción de Rodrigo Grande. Ingredientes no le faltan para lograr la aceptación del público. Es que el nuevo film del director de Rosarigasinos es una adaptación del cuento de Roberto Fontanarrosa que tiene el mismo título que la película; además el recordado humorista y escritor elaboró el guión junto al realizador. Pero eso no es todo: dos de los artistas más importantes que tiene el cine argentino participan en Cuestión de principios: Federico Luppi y Norma Aleandro vuelven a trabajar juntos después de trece años, cuando interpretaron a la pareja de Sol de otoño, dirigidos por Eduardo Mignogna. En este caso, comparten el elenco con Pablo Echarri. “Encontrarme con Federico siempre es una alegría y encontrarnos trabajando, más. Tenemos ya una costumbre actoral de haber hecho tantas cosas juntos y de habernos entendido tan bien que casi ni tenemos que hablar de los personajes para ingresar en el mundo de esa relación que nos proponen”, señala Aleandro en la entrevista con Página/12. “Ojalá que se repita el suceso de Sol de otoño, que fue una película de la que nos había gustado mucho el libro”, agrega Luppi.
Luppi encarna a Adalberto Castilla, un veterano que siempre se preocupa por exponer los principios que supuestamente profesa. Castilla trata de poner en práctica la ética con rigidez, a riesgo de parecer sumamente dogmático. Sus compañeros de trabajo ven sus posiciones como anacrónicas. Cuando en la empresa en la que trabaja asume un nuevo jefe, joven, llamado Silva (Pablo Echarri), Castilla mantiene una conversación en la que este yuppie le confiesa que es un coleccionista obsesivo de una revista antigua y que le falta un solo número para completar la colección. Sorprendido, Castilla le comenta que guarda un ejemplar de la publicación en su casa. Cuando se entera de que es el número 148, justo el que le falta a Silva, empieza la odisea. El jefe le propone comprarle la revista a un precio tentador, pero Castilla, amparándose en que ese ejemplar tiene una foto de su padre, se niega a venderlo porque “hay cosas que no se pueden comprar con dinero”, según le dice. Enfurecido, Silva decide no echarlo sino elevar la cifra de la publicación a una mucho más abultada, difícil de rechazar. Sin retroceder un paso en su posición, Castilla se muestra más duro que nunca hasta que su jefe buscará la manera de enfrentarlo con su mujer, Sarita (Norma Aleandro) y con su hijo, Rolito, que necesita del dinero para hacer un viaje soñado con su equipo de rugby. El clima se pondrá bravo en la casa familiar porque Sarita no ve las cosas como su marido y no quiere que su hijo se pierda una posibilidad añorada. Lejos de ser una película de carcajadas ni de humor disparatado, Cuestión de principios es, ante todo, una comedia.
Sobre el hecho de participar en una película con la marca de Fontanarrosa, Luppi señala que el genial rosarino “ha sido siempre una especie de hacedor del mundo mítico popular del dibujo y el fútbol. Yo he leído casi todo lo que él escribió, aprecié sus dibujos, pero nunca pensé que podíamos llegar a hacer una película basada en su cuento”. Aleandro, en tanto, se confiesa una admiradora del Negro, de toda la vida. “El lo sabía y nos encontrábamos siempre que yo iba a trabajar a Rosario. En general, cada vez que hago teatro realizo una gira por el país y siempre voy a Rosario. Y nos veíamos, venía al teatro con su mujer. He estado incluso en su casa, viendo la mesa donde dibujaba. Era una persona muy querida por mí, muy apreciada. Fue uno de los grandes humoristas gráficos nuestros, pero además fue un estupendo escritor”, explica Aleandro.
–¿Qué les pareció el cuento y qué los llevó a aceptar actuar en la película? Teniendo en cuenta que, a veces, puede gustarles la historia pero no los personajes...
Federico Luppi: –El cuento tiene muchas particularidades, de idas y vueltas. Rodrigo tomó una parte de ese cuento y, junto con Fontanarrosa, crearon una historia. Pero la elección no tenía ningún color particular. Primero porque lo conocía a Rodrigo de una experiencia anterior. Y estaba entregado al proyecto. Yo he leído varios guiones muy buenos de Rodrigo. Uno lo llevé a España para que lo hiciera alguno de los muchachos de mucho nombre como Bardem o Carmelo Gómez. De modo que estaba muy entregado.
Norma Aleandro: –Cuando me trajeron el guión, estuvimos con Fontanarrosa y con Rodrigo hablando de la película, que íbamos a hacer al año siguiente, pero se fue postergando por razones económicas. Es que, en general, armar nuestras producciones lleva más tiempo que lo que uno quisiera. Me interesó mucho la historia, cómo estaba contada, los personajes, no sólo el mío. Sarita sale a replicarle a su marido, desde un lugar mucho más realista y menos exhibicionista que Adalberto. A su esposo le importa más que piensen bien de él que sus buenas acciones. En realidad, él es un promotor de sí mismo. Si bien el personaje de la mujer se somete a él, todo el tiempo le corrige este defecto. Hasta que ella toma una decisión, porque en esta aparente propuesta de principios que él demuestra en no vender esa revista y no aceptar ese dinero, ella no ve la verdad sino que entiende lo que le pasa a Castilla: que quiere exhibirse nuevamente como el mejor.
–¿Sara es más pragmática?
N. A.: –Es más pragmática pero también es más realista con respecto a las virtudes y los defectos propios y los de su marido. Y eso es lo que Castilla no puede hacer: no puede ver sus propios defectos. Todo lo ve como la alborada de la gloria para él.
–Federico, ¿cómo fue el trabajo de composición de su personaje?
F. L.: –El texto era muy eficaz en su información. Cuando no estoy absolutamente convencido de cómo voy a encarar un personaje, lo primero que me planteo para evitar las metidas de pata muy groseras es la no actuación gratuita. Digamos, el parar de actuar, no hacer más que lo que el texto me está pidiendo. Pero además, Rodrigo tiene un sentido de la medida muy notable. En ese sentido, es muy adulto y maduro y creo que seguirá acentuando esto a medida que filme. A mi personaje lo conozco mucho. Yo tengo parientes y amigos así. En algún momento de la existencia, uno ha hecho esas cosas y ha dicho: “Si no puedo hacer Casanova, me hago el honesto”.
–¿En ese punto se siente identificado con Castilla?
F. L.: –Sí, a pesar de que no es un personaje que me sea grato desde el punto de vista de lo humano. Lo entiendo perfectamente y comprendo por qué hace lo que hace. Reivindica un poco su condición humana a un precio muy alto. Si hubiera sido un personaje de Heidegger no podría decirte nada de esto.
–¿Y qué es lo que cuestiona de su personaje?
F. L.: –Sarita vive su cotidianidad: tiene un hogar, parientes y amigos, mientras que él ha hecho de la casa una especie de isla donde es una suerte de Robinson Crusoe intocable. Es una rutina permanente en la que él hace una perorata constante de la rectitud y la honradez. Y eso me parece que habla de una cosa muy argentina que tenemos: declamamos más de lo que realmente estamos dispuestos a comprometernos.
–La historia enfrenta a representantes de dos generaciones. ¿Creen que existe un choque de generaciones como el que se da en la película o esos enfrentamientos ideológicos dependen más bien de personalidades individuales?
N. A.: –Yo creo que las edades tienen poco que ver en esas cosas. Lo he visto cuando era muy jovencita por los desacuerdos que podía tener con gente de mi generación y lo sigo viendo ahora. Por lo tanto, lo de las edades no es lo que te lleva a tener una conducta, ni una moral determinada ni una ideología. Es algo más profundo en uno que, incluso, lo podés detectar hasta en los niños más pequeños: si sos observador te podés llegar a dar cuenta de cómo puede llegar a ser su conducta de grandes. Ese salto que se puede producir, en este caso entre Castilla y el personaje de Echarri, no creo que tenga que ver con la edad sino con dos maneras de mirar la vida, que tampoco son tan diferentes cuando vas a observar a fondo. Y esto es lo que me gusta de este libro: las paradojas que presenta Fontanarrosa en sus dibujos, en su historial como escritor. De algo que podría ser bueno, si no está la buena intención en la persona y la honestidad al hacerlo, se transforma en algo hueco, sin sentido, simplemente una declamación. Esto lo ha usado él muchas veces en teatro, en cuentos, en sus mismos dibujos, en el inefable Inodoro, donde algo que podría ser bueno de pronto da una vuelta de tuerca y te muestra que estaba dicho simplemente para parecer bueno. Esto hace con esta historia. Y esto es lo que más me gusta, que no sea lineal en absoluto. Es tan compleja como cualquier ser humano.
–Federico, ¿su personaje entra en una especie de juego de apariencias?
F. L: –Sí, hay un aspecto suyo de la juventud que tiene que ver con los padres y con los abuelos: le legaron una forma de ver el mundo de la década del ’20. Y ha congelado esos aspectos en su vida y los sigue manteniendo como fuera del mundo. Disimula su pasión, su ataque de calentura con una empleada y una cantidad de cosas que lo afectan. Pero su gran trabajo, su gran gasto de energía es no demostrarlo. El simple hecho de que lo vean con una compañera de trabajo le crea un profundo conflicto. No sea cosa que lo acusen de calentón. Calentarte implica pasión, estar vivo, sufrir los embates del deseo. Aparentemente, Castilla no tiene ninguno. Y eso lo hace un poquitín cretino. Lo bueno es que te hace pensar en cuánta cantidad de vida perdemos por inventarnos espurias razones para ser héroes.
–Sara no lo apoya en su búsqueda de “honorabilidad”. ¿Después de tantos años no le cree?
N. A.: –Está claro en la película: le reprocha esa forma de parecer siempre el mejor de todos, el autoproclamarse dueño de la verdad, de la moral, la conducta. Mejor que nadie. Y creo que Sarita hace mucho para el cambio, cuando él se decide un poco a bajar de ese lugar de héroe, ponerse un tanto más al ras de la tierra y empezar a gozar, aunque más no sea de tomar un mate navegando con un amigo y su mujer. Ella se ha sometido a ese hombre y hace rato que ha descubierto esta forma de ser de él, que no hace cosas genuinamente honestas sino que se ha puesto esa máscara y así ha seguido. Y con esa máscara los ha perjudicado familiarmente. La relación prácticamente no existe porque él se ha subido tan alto que, por supuesto, a ella ya ni la ve como un ser humano interesante ni aceptable. Y Sarita también se ha ido abandonando en un punto como mujer porque tiene al lado un hombre que hasta la desprecia. Entonces, ese cambio radical, esa decisión que toma ella, es determinante.
–¿En Silva, el personaje de Echarri, queda reflejada la marca del capitalismo hasta en sus cuestiones más elementales?
N. A.: –No, creo que es un cretino individual que también tiene su conflicto. Y te lo muestran. Tratan de humanizarlo tanto el autor como el director mostrándote que también lleva su conflicto a cuestas. Pero esa mochila no justifica las crueldades que es capaz de inventar cuando alguien se le opone y no logra lo que él quiere y cómo él quiere. Es un personaje siniestro que lo podemos encontrar más allá del capitalismo. Esas crueldades también existen adentro de las casas. Siempre que alguien detenta un poquitito de poder puede manifestarse cruel o generoso. Y aquí lo vemos.
F. L.: –Cuando un individuo acepta un puesto en una cadena productiva tan sofisticada, el comportamiento cotidiano, la pauta del día a día lo determinan su formación, su carácter, su visión del mundo. Silva podría ser un representante típico del capitalismo pero recordemos en la época de la Glasnot que en Rusia había dirigentes de empresas que profesaban un profundo izquierdismo y eran unos perros miserables. O sea que no tiene que ver con la nominación ideológica. Hay una elección en el día a día que va pautando cómo te manejás con la gente y con el mundo. Lo que define al individuo es cómo se comporta con el resto de la gente.
N. A.: –Sobre todo cuando tiene poder. Ahí es donde todos nos terminamos mostrando tal cual somos. Cuando uno no tiene poder es mucho más fácil ser generoso de palabra, pero cuando lo tenés, debés ser realmente generoso para tomar en cuenta a todos, estén en el plano que estén.
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